A las puertas de las ciudades y villas medievales, en los atrios de las iglesias, en las plazas concurridas y en las calles más transitadas, en los mercados y ferias, como un enjambre perturbador se alzaba el clamor lastimero y suplicante de los mendigos. Ciegos, lisiados, ancianos huérfanos de hijos, sordomudos, zambos de pies cruzados y andar torturado, cojos, mancos, amputados, la humanidad rota y dolorida. Pobres traspellados mal envueltos en andrajos y remiendos mugrientos (1). Descalzos y medio desnudos. Todos pidiendo por el amor de Dios. Pordioseros. Entre ellos, desocupados, gandules y pedigüeños que no daban ninguna lástima y que competían en inferioridad de condiciones. Tenían que ingeniárselas para provocarla y que les llegara alguna de las escasas dádivas. Había quien se lastimaba a sí mismo con cortes o golpes en zonas visibles, otros echaban mano de una hierba silvestre. Una hierba muy frecuente en las riberas arboladas de Cuenca. “La hierba de los pordioseros”. Con las hojas verdes y frescas se restregaban brazos y piernas. La fricción provocaba rápidamente sarpullidos de vejigas y llagas que los hacía semejarse a leprosos. No había desde los textos bíblicos una enfermedad tan lamentable y temida. Ni más digna de compasión. De ahí que también fuera conocida como hierba de los lazarosos (2). No terminaba ahí su artimaña. Habían aprendido que frotándose con hojas de acelga pronto desaparecían las heridas y en un santiamén les volvía a quedar sana y limpia la piel (3).
A la hierba de los pordioseros la buscaban en las riberas de los ríos y en los rincones umbrosos de los montes de robles o carrascas donde abundaban también las zarzas. En las hoces del Júcar y del Huécar eran y son abundantísimas. Las descubrimos sobre todo en invierno cuando de las ramas desnudas de chopos y sargas cuelgan sus vellones blancos.
La hierba de los pordioseros es también conocida como clemátide, vidalba, muermera y enredadera entre otros sinónimos. Los dos primeros proceden del bello nombre científico que le aplicó Linneo en el siglo XVIII, Clematis vitalba.
El nombre vulgar, hierba de los pordioseros, parece no compaginar bien con su nombre culto: clemátide. Hay una profunda contradicción sugestiva entre ellos. ¿Cómo dos términos que significan lo mismo provocan en nuestra imaginación imágenes tan contrarias? “Clemátide” suena a primor y delicadeza. Aunque no alcancemos su significado, su fonética es lírica y refinada. Nada que ver con la prosaica y vulgar “hierba de los pordioseros”. “Hierba de los pordioseros” nos evoca una larga y desagradable historia, imágenes de un pasado miserable y harapiento. “Clemátide” connota visiones de ninfas de los bosques y vaporosas túnicas bordadas. “Clematis”, en griego, es un simple sarmiento de vid, porque ambas especies son trepadoras y sarmentosas, pero en castellano la palabra “clemátide” añade al sarmiento un ropaje suntuoso. Y es que realmente sus tallos son largos sarmientos ricamente ornamentados. En primavera, revestidos de grandes y largas hojas compuestas y una floración multitudinaria de racimos de flores blancas y aterciopeladas. En invierno, de nubecillas de plumas plateadas envolviendo los frutos. Por esto mismo en algunos lugares la llaman vidalba, vid alba, parra blanca.
Sus rasgos son tan marcados, tan variados y tiene tanto movimiento, tantos ángulos y tantas perspectivas, son sus hojas, sus flores, sus frutos plumosos, tan llamativos visualmente, que puede ofrecer a los ilustradores y grabadores un inmejorable recurso para representar y estampar motivos vegetales en libros, cuadros, tejidos o paredes.
El apelativo de muermera le viene de su facultad de curar el muermo, una enfermedad grave y contagiosa, de burros, mulas y caballos. Les provocaba llagas en las mucosas nasales e inflamación de los ganglios próximos. Los animales no dejaban de moquear. José Quer nos dejó escrito en 1764 el remedio:
“También suelen usarla para curar el muermo de los caballos, mulas y asnos y para esto ponen la hierba seca en un morral grande, o costal, en que meten la cabeza del animal, cerrando y atándole a ella, con que las partículas, que se levantan de esta hierba, se introducen por las narices y los hace estornudar, moviendo al mismo tiempo el flujo del muermo más copioso, y sin más diligencia sanan estos animales.”
Muermo ha sido palabra muy usada en tiempos modernos con otro sentido: el de atontamiento y somnolencia asociadas las más de las veces a la ingesta de alcohol o cannabis. “Muermo” procede de una pronunciación incorrecta de “muerbo” o “morbo”, referido a cualquier enfermedad.
Se considera actualmente una planta tóxica a la que hay que escurrirle el bulto, evitar su consumo y no usarla como remedio. Disfrutar su presencia, eso sí, aceptarla como alegre vecina y plantarla como ornamental. Planta valiosa en jardinería tanto de trepadora como para colgar. Insuperable como pantalla visual para cubrir cercados.
Los etnobotánicos han datado muchos usos hasta la actualidad. Es posible que todavía se sigan recolectando sus tiernos brotes de primavera, como si fueran espárragos, para comerlos en tortilla o revueltos. Hay pastores que atestiguan que esos mismos brotes se los comen con gusto las cabras. El follaje seco pierde la toxicidad, así que lo recolectan y lo guardan como forraje invernal.
En algunos lugares se ha usado como cuajaleche. Con los frutos se han aromatizado el aguardiente, base de los licores caseros. Se consideraba buen analgésico contra los dolores del reúma. Y para las dolencias de la piel, como cicatrizar heridas o eliminar callos y eccemas.
La gran flexibilidad de sus tallos permitía hacer la función de vencejos y cuerdas cuando no había nada mejor a mano. Y se tejían cestos y canastas. Y con tallos más largos niñas y niños disponían de un sencillo artilugio natural para saltar a la comba.
Los bejucos son plantas que se enredan y trepan a los árboles en las selvas tropicales. La mayoría habitan esos ecosistemas. Pueden pertenecer a muchos géneros botánicos. Entre ellos al Clematis. Pero el Clematis se extiende también, y sobre todo, por las regiones más bien templadas de ambos hemisferios. Las de clima templado son caducifolias, las de clima cálido perennes. Hay unas pocas especies de Clematis que habitan la región mediterránea y la vitalba, la más atrevida de todas, va más allá y ocupa Centroeuropa. La hierba de los pordioseros es, por tanto, el bejuco que más alta latitud alcanza.
Carece de tronco. Sus tallos son, al principio, como cuerdas finas y quebradizas de color verde o granate, y luego poderosas sogas gruesas. Para abarcarlas se necesitan las dos manos. Los tallos herbáceos frágiles al principio se van volviendo leñosos y resistentes. Se cubren de una corteza elástica y poco prieta que se va desprendiendo en largas tiras. No tienen zarcillos, como la vid o la nueza, ni lenguas de potente pegamento, como la hiedra. Los rabos de las hojas y los tallos se retuercen como culebras en torno a sí mismas y a lo que tengan cerca. Así es como van trepando por los troncos y ramas. Necesita cierta humedad y sombra para nacer y luego sol para crecer. Si no lo tiene, lo busca hacia la altura; si lo tiene, se expande para todos lados.
Hojas compuestas de rabos muy largos y cinco hojuelas distanciadas y enfrentadas a pares con una solitaria en el extremo. Los bordes rectos u ondulados, a veces dentados. De contorno oval o ahuevado. Como los rabillos de las hojas se enroscan y enredan, la superficie de la hoja a veces no está plana sino más o menos contorsionada. Enredadera la llaman algunos por estas tierras.
Las flores se agrupan en grandes conjuntos. Cada inflorescencia es un racimo de racimos de flores. Todas ellas pobladas de pelo fino y suave. Flores hermosas de color blanco con muy ligeros tonos amarilloverdosos. Desprenden un aroma tenue y dulzón. Los capullos son borlillas de felpa blanca. Cuando se abren forman una llamativa cruz de cuatro pétalos aterciopelados con un apretado ramillete como una brocha de estambres y pistilos en el centro. Cuando estos maduran y se ensanchan, los pétalos se abaten, se enroscan hacia abajo y quedan ya medio ocultos bajo la multitud de columnillas de los estambres.
Frutillos secos que parecen simientes, pero en realidad son como nuececillas ovaladas algo comprimidas, muy pequeñas, forradas ligeramente de borra. Cada frutillo se prolonga en una larga fibra plumosa blanca de más de cinco cms de longitud. Con ella se desplaza volando con el viento o flotando en el agua del rio.
Y cuando pierde la hoja y parece morir, se hace más visible y llamativa. Pues ella no se queda totalmente desnuda. En puñados de algodón se cuelga de ramas de los chopos y sargas desvestidos por el otoño, de frutales asilvestrados de la ribera, de las zarzas. Llama de lejos la atención. Pone una nota de luz en la oscuridad del invierno, calidez de plumas en las ramas frías y desnudas . Como una espectacular floración tardía y engañosa.
(1) Conquensismo. Traspellarse: Debilitarse por el hambre.
(2) La lepra era también llamada mal de San Lázaro, por lo que lazaroso o lazarino era lo mismo que leproso.
(3) José Quer. (T. IV, p. 350): “…de forma que algunos pobres mendicantes se sirven de esta planta para formarse llagas en las piernas y brazos con el designio de mover a lástima y compasión , y recoger más limosna; pero se curan, cuando quieren, de ellas con la aplicación de las hojas de acelga…”
BIBLIOGRAFÍA:
-Flora Española o historia de las plantas que se crían en España. José Quer Martínez. Tomo V. Madrid. 1784. Biblioteca Digital RJB CSIC.
– Flora Ibérica. Tomo VIII. Real Jardín Botánico, CSIC. Madrid, 1997.
-La guía de Incafo de los árboles y arbustos de la Península Ibérica. Ginés López González. Madrid. 1982.
-Guía de las plantas medicinales de Castilla la Mancha. VVAA. Altabán Ediciones 2008
-Guía de INCAFO de las Plantas útiles y venenosas de la Península Ibérica y Baleares. Diego Rivera Núñez y Concepción Obón de Castro. Madrid, 1991.
-IECTB (Inventario español de los conocimientos tradicionales relativos a la Biodiversidad), tomo 3, Gobierno de España, MITECO. Madrid, 2018.
-Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRAE). https://dle.rae.es/
-Diccionario de uso del español. María Moliner. Ed. Gredos. Madrid, 1980.
Amante de la naturaleza. Agente medioambiental de la CH Júcar