La avasalladora, irreductible, sempiterna hiedra es por todos conocida. Donde haya sombra, cierta humedad, troncos en pie vivos o muertos, muros o peñascos, hoces y cortados, ruinas umbrosas, postes o vallas, cualquier elemento vertical al que agarrarse, allí surge y se eleva como un torrente imparable.
Es tan familiar y abundante en Cuenca que de tanto verla termina por pasarnos desapercibida. Y dejamos de prestarle la atención que se merece cuando realmente nos encontramos ante una de las especies más alucinantes de nuestra flora.
Es la compañera inseparable de las frondosas riberas y de los dorados riscos de nuestras hoces. En las paredes verticales de sus peñascos calizos tiene el mejor de los hábitats. Afortunada es la hiedra que nace al pie de una alta roca. Aquí alcanza tanta longevidad como el más vetusto de los árboles y realmente llega a tener la envergadura asombrosa de los más grandes, algo excepcional para una planta trepadora. Puede llegar a más altura que el más espigado de los pinos y a construir una masa de follaje superior a la de una frondosa y centenaria carrasca. Tendrá, eso sí, que ingeniárselas para ser capaz de mantenerse aferrada con tanto peso y a tanta altura.
Ello lo logra con unas artimañas sutiles y poderosas. Los tallos trepadores disponen en toda su longitud de largas barbas de pelillos blancos de algo menos de un centímetro, de los que nacen a mansalva fibrillas microscópicas cubiertas de unas ampollas repletas de uno de los pegamentos más potentes que se conocen. Estas vejiguillas revientan y los pelillos quedan firmemente fijados. Luego se secan y, al secarse, se encogen y endurecen como el acero, apretando tan fuerte como una soldadura. La adherencia la perfecciona mediante una espesa red de tallos que emiten múltiples conexiones entre ellos (1). No hay vegetal trepador que tenga un sistema tan perfecto y eficaz. Algo impresionante. Si alguien la ha intentado arrancar del muro o tronco, habrá comprobado que muchas veces salta antes un trozo de roca o corteza que el tallo de hiedra.
La hiedra no es un parásito. Enraíza en la tierra y se alimenta de ella. Al soporte sólo lo necesita para alcanzar la luz, pero, antes, con astucia, ha buscado la sombra. Sabe que junto a ésta hay un cuerpo vertical, que le permitirá suplir el pedestal que le negaron los dioses.
Sin embargo, tiene tan alta capacidad de adaptación que, si no encuentra la prótesis de tronco, se amolda perfectamente: Puede crecer y crecer arrastrándose durante decenios, extendiéndose en todas las direcciones donde sombree y formando una espesa alfombra. Estos tallos reptantes van emitiendo raicillas a cortos tramos para afianzarse y seguir nutriéndose. Sus hojas se levantan sobre un largo rabillo y se ponen horizontales para captar mejor la luz en la penumbra y las gotas de agua.
Los tallos reptantes o escaladores son estériles. No busques en ellos flores ni frutos. Cuando la hiedra adulta necesita reproducirse, emite otro tipo de tallos. Unos y otros parecen de dos especies diferentes: los estériles tienen hojas de tres o cinco puntas en una silueta más o menos acorazonada o de flecha alada y la virtud de emitir raíces si están en el suelo y pelos adhesivos cuando empiezan a trepar. Los fértiles, por el contrario, tienen las hojas enteras, ovaladas, más o menos alargadas y carecen de la facultad de generar pelos o raíces.
Si la hiedra es rastrera los tallos con flores se yerguen, se ponen verticales como un arbusto hasta metro y medio o más. En los trepadores, pegados al muro o al árbol, sucede al revés: los fértiles se desplazan horizontalmente distanciándose de los estériles, formando copa. En ambos casos lo que se pretende es facilitarle a los insectos polinizadores y a las aves frugívoras el acceso a las flores y a los frutos. A veces cuando ocupa un poste o tocón de dos o tres metros lo forra de tallos estériles y en todo lo alto forma una copa con los fértiles de tal manera que parece un arbolillo.
Hay quien pueda pensar que la hiedra no es una especie autóctona por su aspecto tropical. No es así. Aunque la veas frecuentemente en parques y jardines y sea profusamente plantada en los patios y corrales, es una genuina planta silvestre nuestra. Ahora bien, se trata de un ancestro que supo subsistir ante los cambios climáticos.
Procede de los bosques de laurisilva que hubo aquí hace millones de años bajo un clima subtropical seco y del que conserva algunos atavismos. Como solventar la escasez de agua gracias a sus hojas, gruesas y grandes, capaces de retener y asimilar la humedad ambiental, aunque proceda del rocío o de tenues brumas. Y florecer a finales de verano, principios de otoño, madurando sus frutos durante el invierno y primavera, que es como lo hacía en su clima original cuando buscaba la época más húmeda del año. Eso sí, para soportar los hielos conquenses actuales, la hiedra tuvo que hacer innovaciones y aprender a sintetizar en sus células sustancias anticongelantes que le permiten sobrevivir a más de veinte grados bajo cero.
La hiedra es hermosa y cautivadora. Hojas de cuero verde y lustroso, inflorescencias en grandes espigas de umbelas esféricas, cuajadas de florecillas. Cinco pétalos de color verde pajizo y cinco estambres muy llamativos con gruesas cabecitas hinchadas de polen, que destacan alrededor de una plazoleta poblada de burbujas de néctar. Y en el centro de esta rotonda abombada brota una columnilla coronando el órgano femenino. Son sus frutos verdes o negros, como guisantes con boina de pezón puntiagudo, de poca carne, pero con recias y fecundas semillas (2).
La hiedra goza de una vitalidad tremenda. Lo que no gasta en el tronco lo emplea en fácil arraigo y crecimiento rápido, en tallos abundantes y follaje espeso, en raíces ceporrudas y fuertes. Y en multitud de flores y frutos con grandes semillas. Se ha comprobado que, si la hiedra es talada, los pelos adhesivos de sus tallos trepadores, a poco alimento que tengan en la pared, se convierten en raicillas. Otro recurso ingenioso del poder de la yedra.
Por eso quizás, arrastra una de las leyendas negras más terribles e injustas. Estudios recientes, sin embargo, han demostrado que la terrible yedra tiene su corazoncito y que no es verdad que va por ahí estrangulando árboles y demoliendo muros. Al contrario. Su denso y apretado follaje protege de la erosión de la intemperie, de la lluvia y de los hielos y templa la temperatura, refrescando en verano y aislando del frio en invierno. Y le abona el suelo al árbol, pues, aunque es de hoja perenne, renueva un tercio de ellas cada primavera y ello supone una cantidad apreciable de buena materia orgánica (4).
La hiedra da alimento a las aves e insectos y les ofrece en primavera un magnífico escondrijo para que también aniden. Las abejas se ponen más contentas que pascuas ante sus ricas flores de abundante néctar y polen en tiempos otoñales. Y cuando ya el invierno se llevó todos los demás frutos, los de la hiedra se encuentran en su plena madurez y quedan a disposición de las aves.
Goza, además, de propiedades medicinales. Actualmente con el extracto de sus hojas se elaboran jarabes comercializados para combatir la tos y expulsar la excesiva mucosidad en afecciones respiratorias. Sin embargo, tanto las hojas como sobre todo los frutos son tóxicos y, como poco, vomitivos. Incluso los pelos que cubren los tallos jóvenes pueden provocar importantes alergias en determinadas personas. Para uso externo es eficaz como cicatrizante, para eliminar callos y verrugas y hasta para mitigar el picor desazonado de los sabañones.
La yedra ha sido y es un recurso literario y artístico muy frecuente a lo largo de los siglos. Poderosa metáfora de valores a veces contrapuestos, deducidos de la fuerte personalidad biológica de esta especie tan singular: Símbolo tanto del amor fiel y eterno como del fugaz y traicionero que te destruye después de haberte mimado. Hiedra en las bodas de la antigua Grecia en las que los desposados se coronaban con ella y hiedra como símbolo del falso amor de la ramera en los Emblemas Morales de Juan de Horozco o Sebastián de Covarrubias (3). Hiedra enroscada en el báculo del dios del vino y de las orgías, y de las cabezas coronadas de su multitudinario cortejo de enloquecidas bacantes y sátiros de patas de cabra. Escenas representadas hasta la saciedad en frescos de Pompeya, en mosaicos grecorromanos como el de Noheda y en los cuadros y esculturas renacentistas y barrocos. Hiedra en las puertas de las tabernas proclamando el hogar del vino. Hiedra de los filtros amorosos de Celestina y de los mejunjes brujeriles de la literatura medieval. Hiedra de poetas y cantores de todos los tiempos.
Veo el rostro severo e inquisitorial que de Góngora nos legó Velázquez, mudar el semblante en una sonrisa, mientras escribe con picante mordacidad esta muestra de su romance “Diez años vivió Belerma”, sátira de dos viudas de militares venidas a menos, en la que la más veterana consuela a la reciente, ambas vecinas de Paris, proponiéndole echar el guante a dos canónigos con pasta y bien dotados.
“Yedras verdes somos ambas/
a quien dejaron sin muros/
de la Muerte y del Amor/
baterías e infortunios./
Busquemos por do trepar,/
que a lo que de ambas presumo,/
no nos faltarán en Francia/
pared gruesa, tronco duro”.
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- Este curioso fenómeno se llama anastomosis. Consiste en volver a unirse los tallos, nervios o vasos después de haberse separado.
- Lo que parece una plazoleta o rotonda abombada en la flor es la parte superior del ovario con sus nectarios para atraer a los insectos polinizadores. La columna es el estilo, especie de tubillo con un agujero en el extremo por el que se introduce el polen hasta el ovario donde se encuentran los óvulos. Lo que en el fruto, redondo como una cabeza, parece una boina de rabillo es esa plazoleta con el estilo ya trasformados y endurecidos. En la hiedra, si aparecen los estambres en la flor, el agujero se mantiene cerrado para evitar ser fecundada por sí misma. Hasta que no se caen los estambres no se abre el pistilo con el objeto de que el polen que le entre sea de otra hiedra. Es un modo de enriquecer genéticamente a la especie.
- Los Emblemas eran desde el Renacimiento un recurso didáctico para enseñar verdades morales. Consistían en un grabado simbólico, por ejemplo una hiedra desmoronando un muro, un lema en verso al pie de ese grabado y un texto en prosa explicando el verdadero significado del grabado y del lema. En este caso se trata de un alegato contra la prostitución. Uno de los libros de emblemas más importantes de la literatura española fue el del conquense de adopción Sebastián de Covarrubias (1539-1613).
BIBLIOGRAFÍA:
-El Cárabo. Pierre Déom/ Benigno Varillas nº 94 y 95. Primavera y otoño 2022.
-Flora Ibérica. Plantas vasculares de la Península Ibérica y Baleares. Vol X. Real Jardín Botánico.CSIC. Madrid, 2003.
-Romances de Góngora. Editados por José María de Cossio. Revista de Occidente. Madrid, 1927.
-Emblemas Morales de Sebastián de Covarrubias. 1610. E.R 1334. Biblioteca Nacional de España.
-Inventario español de los conocimientos tradicionales relativos a la biodiversidad. MITECO (Ministerio de la Transición ecológica y el reto demográfico). VVAA. Madrid, 2014.
Amante de la naturaleza. Agente medioambiental de la CH Júcar
Este artículo me ha gustado mucho porque me interesa saber todo lo que pueda de la flora de Cuenca.
Saludos