La ecología del fuego
Verano e incendio, desgraciadamente, son sinónimos en los últimos años no solo en España, sino en todo el mundo. Todos tenemos grabados en la retina los destructivos y desoladores incendios de Portugal, Australia y nuestra querida Galicia.
Uno de los principales problemas que sufrimos en los países mediterráneos es que tenemos un concepto generalizado de que el uso del fuego en el monte supone un problema y un riesgo, lo que convierte al fuego como algo que se debe excluir. Viene siendo la tónica desde hace muchas décadas la concepción del fuego como algo negativo, de los incendios como algo malo y que los bosques son intocables (Delogu, 2017).
El uso del fuego ha sido siempre una herramienta cultural empleada para modificar el ambiente. Todos los seres humanos, siguiendo los pasos de nuestros antecesores, hemos empleado el fuego como un método para poder transformar los recursos que nos brindaba la tierra. Este uso del fuego dio a los primeros homínidos un poder desconocido hasta aquel momento, pues lograba modificar los ecosistemas con los que tomaban contacto. De esta manera la vegetación se adaptaba para poder hacer frente al fuego, evolucionando así muchas especies (Pyne et al., 1995; Pausas, 2012). El emplear el fuego como parte de la silvicultura moderna es la herramienta empleada para poder eliminar todo ese combustible que supone un peligro y poder gestionar cuencas hidrográficas y la vida silvestre de muchos países.
Con la aparición de la industria en el s.XX, se forzó un éxodo rural que tuvo como consecuencia el abandono del campo y la reducción del pastoreo y el uso de los bosques. Este cambio en el uso tradicional de la tierra, ese crecimiento de las masas forestales trajo consigo el aumento y la acumulación de combustible, derivando en los gravísimos y catastróficos incendios forestales que hemos visto en las últimas décadas.
El cambio climático empeora esta situación, pues favorece la aparición de uno incendios muchos más fuertes e intensos, terriblemente nocivos para el monte y que supone un grave peligro para la población.
El impacto de los incendios empieza desde el propio comienzo del incendio, aunque puede tener consecuencias a largo plazo, bien con cuestión relacionadas con la erosión del paisaje, la perdida de biodiversidad y otros aspectos que tocan lo civil, como son el empobrecimiento de las zonas y la despoblación en aquellas zonas más afectadas (Rego y Colao, 2013). Asimismo, el humo y las cenizas provocados producen un impacto directo a las personas y a los animales que lo inhalan, provocando así la muerte o graves problemas respiratorios.
La mayoría de los incendios forestales de origen antrópico en España (Seijo, 2009), son provocados intencionalmente por campesinos cuya única motivación es el poder preparar los campos o para el crecimiento de futuros pastos, o para la eliminación del exceso de arbustos. Paradójicamente, muchos de estos ‘incendios’ tienen precisamente como intención de la evitar los grandes incendios forestales.
Es necesario, tal y como sugiere Riechmann (2005) reflexionar de manera ética sobre la ecología, poniendo énfasis en la relación en crisis del ser humano con la naturaleza. Durante siglos los seres humanos nos hemos preocupado únicamente de la relación entre nosotros y el medio ignorando totalmente la relación cultural que existe entre las personas con el medio.
La ecología del fuego y la educación ambiental
Para un problema tan desafiante y completo como son los incendios forestales, es precisamente la educación ambiental la que puede y debe ser la estrategia a emplear. Se debe centrar en el problema ecológico y físico, pero también en el socioeconómico y a la realidad social (Almeida Colaço, 2017).
Es crucial el desarrollo continuo de programas de investigación social, comunicación y educación ambiental para a la prevención social y el conocimiento tanto para la población en general como para los responsables políticos.
“La educación ambiental no se limita a educar para conservar la naturaleza, sensibilizar a las personas o cambiar los comportamientos. Pero sí, debe educarse para cambiar la sociedad, buscando que la conciencia se oriente hacia un desarrollo humano que sea simultáneamente la causa y el efecto de la sostenibilidad y la responsabilidad global, asumiendo su caracterización como práctica política, promoviendo valores que inciten la transformación social, el pensamiento crítico y la acción emancipadora” (Caride y Meira, 2001).
El uso, o no, de la ecología del fuego no solo determinará el comportamiento de los futuros incendios forestales, sino que determinará cómo son de resilientes nuestros paisajes, cuestión que tiene evidentes implicaciones educativas en la necesidad de generar la visión adecuada tanto en los escolares como en la población general.
Es necesario señalar que estos planteamientos educativos, que en nuestro país pueden parecer revolucionarios, tienen una larga trayectoria en otros países: en Estados Unidos en 1944, se creó la campaña para prevenir incendios forestales con Smokey Bear.
A lo largo de los años, esta campaña educativa ha actualizado su mensaje de acuerdo con la evolución del conocimiento científico, haciendo hincapié en la responsabilidad individual, con la importancia de utilizar el fuego como instrumento de trabajo a través del fuego controlado, el papel de los fuegos naturales, lo que demuestra una evolución y una mejor comprensión de la ecología de los ecosistemas y la ecología del fuego desde sus inicios.
Educar para la reducción de riesgos es también educar para el desarrollo sostenible, pero también debe apuntar a una sociedad más equitativa atacando las desigualdades y la pobreza mediante el desarrollo de políticas eficientes que reduzcan la vulnerabilidad.
“El concepto de la existencia de un “buen fuego” debe apoyarse y defenderse. El fuego puede ser bueno para los hábitats, para los recursos, para reducir las amenazas y para mantener los valores culturales” (FAO 2007).
Las primeras campañas contra los incendios forestales en España comenzaron en 1940, contemporáneas de las primeras reforestaciones a gran escala. Sin embargo, se han mantenido constantes los dos enmarques dominantes sobre los incendios. El primero, la difusión de que todos los incendios forestales son un enemigo que debe eliminarse. Y el segundo, la popularización de la visión de que muchos incendios son causados por negligencias o accidentes relacionadas con actividades de la población urbana en el campo, siendo estas menos de 5% del total (Seijo, 2009).
En la actualidad los incendios siguen siendo considerados “retrasadores” de la sucesión ecológica, aunque la ecología del fuego ha sido aceptada lentamente y ya es el paradigma dominante en la Ciencia Forestal (Martínez Navarro y Vázquez Varela, 2018). No obstante, el problema radica en el aumento de la inflamabilidad del monte que se ha producido a partir de la transformación a gran escala del paisaje tradicional por la conjunción del despoblamiento y la creación artificial de grandes extensiones continuas de bosque sustituyendo el paisaje de tipo mosaico del ecosistema tradicional en el que se alternaban campos cultivados con pastos y parcelas intercaladas de bosque, con un sotobosque aclarado por vecinos y rumiantes (Molinero, 2008).
Así, pasamos del cuidado del monte a la gestión “ecologista”, desde la promesa de que, sin el acoso de los campesinos y sus quemas, el monte evolucionaría hacía un idílico bosque primigenio completamente natural. Los ecosistemas mantenidos con el fuego controlado durante siglos han visto modificado su frágil equilibrio debido a la exclusión del fuego, acumulando sin cesar energía en forma de combustible. Si este combustible no es retirado artificialmente, el exceso de energía tenderá a ser disipado por el incendio. Este aumento continuo de combustible coincide en el tiempo con un calentamiento global que consigue secar en unos días todo el combustible, todo lo cual resulta en la aparición, cada vez con mayor reiteración, de incendios que superan la capacidad de extinción.
Cualquier programa eficaz de manejo del fuego debe basarse en la ecología y en el historial cultural del fuego en la zona. En muchos casos, el mantenimiento de regímenes de fuego apropiados o la reintroducción del fuego es tan importante como evitar los fuegos perjudiciales no deseados (FAO, 2007).
‘’Como sociedad no sólo hemos despreciado el conocimiento tradicional en torno a la utilización del fuego como herramienta de gestión y cuidado de los ecosistemas, sino que directamente hemos criminalizado este conocimiento’’ mientras que, en otros países europeos existen programas para tratar de recuperarlo “enseñando” a los campesinos, que habían perdido este conocimiento, a quemar (Martínez Navarro, 2018).
Los incendios forestales no son sólo un problema de política forestal, son un problema de política rural y de ordenación del territorio. No existe un debate científico o técnico sobre la conveniencia de mantener la exclusión del fuego, existe una monumental miopía social y política sobre una realidad muy preocupante. Nos estamos equivocado, como sociedad, manteniendo unas políticas de gestión del riesgo de incendio forestal contraproducentes, las del “fuego malo”, pues el problema es hoy mucho mayor, y cuanto más tiempo tardemos en reconocerlo y rectificar más expuestos estaremos a incendios catastróficos con lamentables consecuencias ecológicas y humanas (Martínez Navarro, 2018).
Bibliografía:
- Almeida Colaço, M. C. (2017). Bases para uma educação ambiental orientada para a diminuição do risco e aumento da resiliência das comunidades aos incendios florestais em Portugal. Doctoral dissertation. Universidade de Santiago de Compostela. https://minerva. usc. es/xmlui/handle/10347/15623 (acedido em novembro de 2017).
- Caride, J.A. y Meira, P. (2001). Educación ambiental y desarrollo humano. Barcelona: Ariel.
- Delogu G. M. (2017) Del lado del fuego: la paradoja de Bambi. Ed. Pau Costa Fundation, Barcelona. ISBN 978-88-97285-44-1
- Martínez Navarro, J.M. (2018). Gestión territorial del riesgo de ignición forestal de origen antrópico en Castilla-La Mancha, Madrid: Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente. Secretaría General Técnica, 815 p. ISBN: 978-84- 491-1516-5.
- Martínez Navarro, J.M. Y Vázquez Varela, C. (2018): “The consideration of arson for forest fires caused by traditional uses of fire prohibited in Spain. A problem under discussion”, en Viegas, D.X. (ed.): Advances in Forest Fire Research 2018, Coimbra, Imprensa da Universidade de Coimbra. pp. 1.165-1.178, ISBN digital: 978-989-26-16-506. https://doi.org/10.14195/978-989-26-16-506.
- Molinero Hernando, F., Cascos, C., García, A. y Baraja, E. (2008): “Dinámica de los incendios forestales en Castilla y León”, Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, 48, pp. 39-70.
- Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (FAO). 2007. Manejo del Fuego: principios y acciones estratégicas. Directrices de carácter voluntario para el manejo del fuego. Documento de Trabajo sobre el Manejo del Fuego No.17. Roma (disponible en http://www.fao.org/docrep/009/j9255s/j9255s00.htm).
- Pausas, J.G. (2012): Incendios Forestales. Una Visión desde la Ecología, CSIC, 128 p.
- Pyne, S. J. (1995): World Fire; The Culture of Fire on Earth, Princeton, New Jersey: Princeton University Press
- Rego, F.C. y Colaço, M.C. (2013). Wildfire Risk Analysis. In Abdel H. El‐Shaarawi y
- Riechmann, J. (2005). Un mundo vulnerable – Ensayos sobre ecología, ética e tecnociencia. Trilogía de la autocontención. Madrid: Los libros de la Catarata.
- Seijo, F.J. (2009): “Fuego bueno, fuego malo: fuerzas motrices del cambio en los regímenes de incendios forestales en la península Ibérica durante el Antropoceno”, Cuaderno de la Sociedad Española de Ciencias Forestales, 30, pp. 367-372.
Para saber más:
Burgos Valenciano, Clara (2020) (Tutores Martínez Navarro, Jose María y José Antonio Montero Álvarez): Trabajo Final de Grado “Propuesta de intervención educativa para introducir la Ecología del Fuego y el riesgo de incendio forestal en las áreas de Ciencias Naturales y Sociales para la etapa de Educación Primaria”. Departamento de Geografía y O.T. , Facultad de Educación, Cuenca, UCLM.