Imagen de cabecera: Aliagar con un paisaje de cuento. Fuente: Autor
Todos los conquenses conocemos la aliaga. Es una mata grande que, a veces, llega a hacerse un arbustillo de más de metro y medio. Una de las plantas más familiares en Cuenca, aunque no de las más estimadas. Ella, en principio, tampoco se hace mucho de querer. Algo deforme, terriblemente pinchuda, forma aliagares intransitables que te deshacen la piel de las piernas. Por su nombre científico (Genista scorpius) es la “hiniesta escorpión”1. Las espinas son como punzones rectos y fuertes, leznas que te atraviesan el pantalón por muy recio que sea.
Aparentemente no tiene hojas, sólo espinas, hasta el punto de que, incluso cuando aquellas le nacen en primavera, cuesta trabajo verlas. Como tiene tanto pincho y tan poco follaje necesita que tallos y púas se esfuercen también en hacer la función clorofílica, propia de las hojas e imprescindible para la supervivencia de la planta. Siempre parece oscura, agresiva y triste, hasta que un día de principios de primavera estalla en una apoteósica e impresionante floración dorada. El sucio y viejo tono negruzco estalla en un espectacular amarillo intenso, cegador bajo el sol de abril y mayo. La fea y retorcida aliaga, apegada al suelo pobre y reseco se vuelve hermosa, se eleva sobre el paisaje y se adueña de la luz del cielo. La agresividad de las puntas afiladas se vuelve dulzura en los suaves y delicados pétalos. Fruto de la alquimia vegetal el lodo se hace oro en la aliaga.
Este “matujo”4 tan desagradable es el mayor benefactor en la regeneración de los campos casi desertizados por el pastoreo excesivo. Nuestra tierra sufrió un sobrepastoreo milenario. No olvidemos que Cuenca fue un emporio de la lana. Los cerros estaban pelados y tras las lluvias de primavera y otoño nacía un pasto de herbáceas, base nutritiva de los innumerables rebaños de ovejas. Antes de la mecanización de la agricultura y de las concentraciones parcelarias muchos altos y laderas se labraban con pares de mulas y arados romanos. Cuando los ganados fueron escaseando y se dejaron de cultivar las estériles pendientes pedregosas, muchas de estas tierras se convirtieron en aliagares. El aliagar formaba una alfombra inhóspita e intransitable para el caminante, pero regeneradora de los bosques primigenios, como si se tratara de un paño balsámico y medicinal para la piel herida de un leproso.
Porque la aliaga, como todas las leguminosas, tiene poderes extraordinarios: enriquece la tierra. Toma el nitrógeno del aire y lo fija al suelo2. Por eso la aliaga no necesita terrenos abonados, el abono ya lo pone ella. En la agricultura tradicional una de las maneras de hacerla sostenible, además de darle descanso a la tierra barbechando3 durante uno o más años, era rotar los cultivos alternando cereal con leguminosas (yeros, garbanzos, guijas, etc.). Si arrancamos una leguminosa herbácea, una mielga, una arveja o la que sea, observaremos entre sus raicillas más finas unas bolillas. Son nódulos compuestos por millones de rizobios, los agentes fijadores del nitrógeno. En vez de empobrecer la tierra la enriquecen y así pueden colonizar terrenos duros y pobres, sobre todo nuestros pobres suelos faltos de nitratos, suelos de cal, de yeso o de arcilla. El aliagar alimentaba la tierra famélica y la aliviaba del fuego y del hielo. Y luego ella se iba retirando generosamente dejando el puesto a espliegos y salvias, escaramujos y majuelos, enebros y sabinas, carrascas y robles…
Tradicionalmente los pastores la aborrecían. La quemaban para que el pastizal no se transformara en monte y se perdiera el pasto.
Sus escasas hojas son simples y pequeñas, alternas, lampiñas por arriba y sedosas de pelo corto y apretado por abajo.
La flor parece un ser volador o mariposa extraña. Un pétalo destaca vertical y de frente como un estandarte, otros dos menos visibles en forma de abdomen o quilla de barco encerrando los órganos sexuales masculinos (estambres) y los femeninos (estilo y ovario). Y dos pétalos como alas abiertas bajo el estandarte abarcando como en un abrazo el vientre de la quilla. Las flores normalmente en grupillos de dos o tres, algunas veces solitarias, cubren toda la planta en una densa masa compacta.
El fruto es una legumbre como la de las judías o habas, aplastada y con los bordes más gruesos, de dos a siete judietas que se marcan perfectamente en la vaina.
Flores y frutos de la aliaga. Fuente: Autor
Junto con las gramíneas (trigo, cebada, arroz, etc.) puede que sea la familia botánica de más trascendencia en la historia, la alimentación y la economía del mundo. Habas, garbanzos, guisantes, lentejas, judías, soja o cacahuetes para los humanos, alfalfe, trébol, pipirigallo, veza para forraje de animales. La base de la alimentación en la Cuenca rural en la que muchos nacimos era el pan y las gachas. El trigo y las guijas. Gramínea y leguminosas.
Pertenece a una de las familias botánicas más ricas en especies y más extendida por todo el mundo. Hay hierbas, matas, arbustos y árboles, muy diferentes por su tamaño y ecología, pero con unos rasgos de familia que las hace inconfundibles: la enorme similitud entre flores amariposadas y frutos en legumbre de guisantes, acacias, árboles del amor, algarrobos, retamas, aliagas…
La matazón era una fiesta ancestral y, vista con los ojos de hoy, brutal, aunque necesaria, en la que toda la actividad estaba establecida de antemano. Se habían frito o cocido la cebolla para las morcillas, se habían ordenado las especias y lavado las tripas para los embutidos. El matarife había afilado sus cuchillos y cuchillas. Y alguien había ido a por aliagas. La aliaga en aquellos tiempos era imprescindible para socarrar el vello del cerdo antes de raspar y lavar con agua hirviente, hasta dejarla impoluta, la gruesa corteza de su pellejo. La aliaga da una llama viva, enloquecida, sin humo, que abrasa rápido, se consume pronto y deja una estructura o esqueleto ramificado de ascua como rojo coral encendido que, inmediatamente, se convierte en ceniza y se desmorona.
En Olmeda del Rey el día de San Miguel sigue viva la costumbre de ir al campo a comer huevos duros pintados de colores y queda el recuerdo de cuando se obtenía el tinte amarillo de las flores de la aliaga. Con él, principalmente, se teñía la lana. Se pensaba, además, que la protegía del ataque de las polillas.
En lo alto de las cercas de huertos o de los muros levantados con piedra seca de tainas y corrales se amontonaban hileras de aliagas para que hiciera poco apetecible a intrusos, zorros o garduñas el saltarlas.
La aliaga es muy apreciada por las abejas y, según los colmeneros, da mucha y buena miel. De hecho, abejas y abejorros son sus principales polinizadores.
Los libros antiguos también mencionaban sus propiedades medicinales, hoy en día olvidadas. Se decía incluso que ante una mordedura de víbora había que perforar la herida con una púa de aliaga para evacuar el veneno y sanear la carne envenenada.
Todos hemos visto aliagas que muestran enganchadas vedijas de lana. Se han quedado allí prendidas cuando las ovejas han pasado entre ellas o las han rozado. Estos mechones de lana son una fuente de material para acolchar y hacer confortables los nidos que los pajarillos construyen en los alrededores.
Tenemos un pariente cercano de nuestra aliaga con ramas, espinas, flores y frutos muy parecidos, pero con un cuerpo muy diferente. Está pegado y apretado al suelo como un cojín, con la forma de un cambrón (Erinacea anthyllis). Es la Genista pumila, subespecie rigidissima, la aliaga enana, propia de páramos calizos muy secos que a veces convive con la nuestra como ocurre debajo del cerro del Socorro frente a la Catedral. Una pegada al suelo como una lapa, comiéndose la tierra, la otra, la aliaga, más airosa, con sus tallos buscando la luz.
Ejemplares de Genista pumila, subespecie rigidissima
Según Corominas el término aliaga es posible que proceda de la voz hispánica prerromana “ajelaga” y que, mezclada con el nombre árabe de la zarza, “ullaiq”, daría la palabra “aulaga” que es como se la denomina en el sur de la península. Otro ejemplo del sincretismo lingüístico y cultural ibérico.
1 Las hiniestas pertenecen al género Genista donde se incluyen además de nuestra aliaga, otras matas y arbustos con espinas o sin ellas, menos frecuentes y conocidas.
2 Gracias a la simbiosis con una bacteria, llamada rizobio (Rhizobium sp). Esta bacteria necesita para poder vivir las raíces de una leguminosa y en pago toma el nitrógeno del aire y lo fija. Esto abona el sustrato y nutre a la leguminosa. Os recuerdo que más del 78% del aire es nitrógeno.
3 Barbechar consiste en labrar, pero no sembrar, de tal manera que la tierra descansa y se recupera de los años de cultivo. Según el grado de fertilidad se tenía que barbechar uno o varios años. Hoy en día tanto el barbecho como el cultivo rotatorio con leguminosas sigue siendo una práctica agrícola eficiente.
4 Sinónimo de matojo, despectivo de mata.
Para saber más
- Etnobotánica de la Serranía de Cuenca. Las plantas y el hombre. José Fajardo, Alonso Verde, Diego Rivera y Concepción Obón. Dip. Prov. Cuenca. 2008.
- Flora Ibérica, tomo VII (I). Real Jardín Botánico CSIC. Madrid.1999.
- La guía de Incafo de los árboles y arbustos de la Península Ibérica. Ginés López González. Madrid. 1982.
- Inventario español de los conocimientos tradicionales relativos a la biodiversidad. MITECO (Ministerio de la Transición ecológica y el reto demográfico). VVAA. Fase 2. Tomo 2. Madrid, 2014.
- Guía de INCAFO de las Plantas útiles y venenosas de la Península Ibérica y Baleares. Diego Rivera Núñez y Concepción Obón de Castro. Madrid, 1991.
- Diccionario etimológico de la lengua castellana. Joan Corominas. Ed. Gredos. Madrid, 1980.
Amante de la naturaleza. Agente medioambiental de la CH Júcar