Imagen de cabecera: Abubilla. Fuente: Pixabay
A veces el lenguaje se confunde con la naturaleza y son una simple pieza. Y es que el sonido que emana del campo es la palabra en la boca del ser humano. Y si alguien no lo sabe, es porque no conoce entre tantos ejemplos, al cuco, o en nuestro caso, a la abubilla. O bubela en gallego, o puput en catalán, o Hoopoe en inglés o como su nombre científico en latín Upupa epops. Y es que el que, en las tardes primaverales de abril, tras las lluvias que borran el frío del invierno escucha en los caminos “U-pu-pu, U-pu-pu” está escuchando el propio nombre del pájaro. Correctamente se llaman nombres onomatopéyicos, pero en realidad son nombres sin nombre.
La abubilla, más allá de ser el canto de su nombre y el nombre de su canto, es belleza en estado puro. Su pico largo y curvado está especializado en obtener larvas, pupas u hormigas de las profundidades del alma de la tierra. Su cuerpo está partido en tres colores: una mitad superior de color tierra y una mitad inferior blanquinegra. Pero, es que aún guarda un bello secreto: al volar se transforma en una mariposa gigante. Un vuelo a baja altura, delicado, ondulante y parsimonioso que juega con las olas del aire y la mirada del afortunado caminante. Podría decir que es una cebra empolvada con alas de mariposa.
Pero si algo merece mención aparte y que sin duda es la flor y nata de la abubilla es su cresta. Una cresta de veintiocho plumas, voluminosa, flexible y anaranjada con los extremos negros. Cuando está tranquila comiendo en el suelo, o tomando el sol sobre una piedra, la recoge y crea en su cabeza una sensación de martillo con el que abrir la tierra para libar su esencia. Sin embargo, ante cualquier ligera inquietud la extiende creando un abanico flamenco y vanidoso que acaricia los dedos del viento. Por ello, en algunos lugares se ha ganado el nombre de “gallito de monte”.
Y si encima de alardear tanta belleza, parada como en vuelo, la abubilla nos va a regalar otra buena noticia. Es (o al menos ha sido) uno de los pájaros más populares en nuestra provincia. Es, históricamente, la Serranía media y baja de Cuenca, tierra de ganado. Tierra de pastos y zonas abiertas con arbolado disperso. Tierra de tainas, majadas o tinadas donde los pastores, con sus andares de enebro y tomillo, recogían a las cabras y ovejas. Y si había un guardián de estos lugares, ellos eran las abubillas quienes aman estos hábitats y suelen hacer sus nidos en los muros de estos corrales. En realidad, cualquier hueco es bueno para criar a las nuevas generaciones. Árboles, muros o incluso casas abandonadas. Es un pájaro risueño, que se muestra temerario y siempre con vuelos bajos. Es por tanto un aliado y amigo de la ganadería. Pero también del ser humano con el que juega con su mirada de forma temeraria y siempre cercana.
Todo esto: su canto onomatopéyico, su aspecto inconfundible y su proximidad al ser humano ha hecho de este pájaro uno de los más admirados por los lugareños de tantas y tantas generaciones. Decían que vanidosamente su cresta había sido vestida por el rey Salomón. También, cuando los sauces y álamos están en flor, marca junto a los ruiseñores, cucos o golondrinas la llegada de la primavera. También tiene su mala fama por el mal olor que desprende a aquellos que intentan olisquear el nido cuando están los pollos. Es una desagradable bienvenida a su hogar o un sistema de defensa para aquellos excesivamente curiosos. Llámalo como deseen, pero en casa ajena, hay que llamar a la puerta.
Quien en las tardes rojas y transparentes de verano se para a observar a una abubilla, le llama la atención esa forma y colores que parecen ser de otro lugar. Y es que así es. La abubilla es un visitante africano transahariano que a primeros de abril llega a nuestras latitudes a emprender el fabuloso pero desafiante período de la reproducción. Aunque es cierto, que parte de la población permanece en el sur de la península durante el invierno. Este hecho que sucede también en especies como la cigüeña, puede incitar a pensar en el aumento de temperaturas a consecuencia del calentamiento global y que permite a estos pájaros poder alimentarse a lo largo de todo el invierno. Es una herramienta muy útil el seguimiento de estas aves migradoras para observar cómo sus cambios de comportamiento está influyendo al cambio climático en nuestro planeta.
La abubilla es el canto de la vida rural. Uno de los sonidos que se están perdiendo, no porque haya menos abubillas sino por la cada vez más distante lejanía del ser humano hacia la naturaleza. Hoy la primavera se anuncia en una aplicación móvil o en un parte meteorológico y no con estos sonidos tan característicos que traen la obertura de la mágica estación. La abubilla es el sabor de los atardeceres estivales cuando se recogía el ganado. El saber hacer de un pequeño hueco un palacio. La abubilla es el canto de los pastores. Un oficio que tanto ha significado en nuestra provincia. La guardiana de las tainas junto a los mochuelos, colirrojos y otros animales. La abubilla es el canto de otros tiempos. Tiempos donde se palpaba el transcurrir de las estaciones y la llegada de la abubilla marcaba el florecer de los tomillos y las tardes claras y tranquilas. Pese a todo, la abubilla, ajena a las vicisitudes de la Historia, sigue cantando su nombre en los campos. A fin de cuentas, la abubilla es literatura salvaje porque ¿es el lenguaje una representación de la naturaleza o en la propia naturaleza está en el lenguaje?
¡A volar!
Leñador
no tales el pino,
que un hogar
hay dormido
en su copa.
Señora abubilla,
señor gorrión,
hermana mía calandria,
sobrina del ruiseñor;
ave sin cola,
martín-pescador,
parado y triste alcaraván:
¡a volar,
pajaritos,
al mar!