El relieve de Lillo es un rostro seco y llano. Aquí quedan lejanas las olas del mar y las altas cumbres de verdes prados. Este escenario viene peinado por los rigurosos inviernos y ardientes veranos de la alta meseta castellana precisa de otoños y primaveras para que sobreviva la tierra. El agua, como los árboles, breve y fugaz.
Pero si la vista se agudiza y la atención se aclara, esta llanura se abre con complejidad y belleza en el tiempo. Comienzan a engrandecerse las sierras del Coscojo, de Corral y el Cerro de San Antón se eleva como un Monte Olimpo sobre las casas del pueblo. Las lagunas se ensanchan y se convierten en lenguas brillantes de sal. La tierra toma un mosaico de colores pardos, blanquecinos, arenosos y rojizos. Y de repente, se huele la sal de aquel lejano mar, se sienten los empujes tectónicos que levantaron estas viejas sierras y se despeina la llanura mientras la sigue incesante y certeramente erosionando el viento. Lillo se transforma en un mar de tierra tierna con islas ancestrales de dura piedra. Puerta de La Mancha y de los Montes de Toledo.
La larga y ancha llanura es el asiento de Lillo. Donde hoy duermen cereales, viñedos y olivos es un colchón de sedimentos que se han ido arrastrando y posicionando, uno sobre otro, a lo largo de los últimos veinte millones de años. Sucedió principalmente en el Mioceno, en la era terciaria o Cenozoica, mientras reinaban los grandes mamíferos, como mamuts, caballos, rinocerontes y tigres de sables.
Este lecho de sedimentos terciarios está formado y alternado por nombres tan sencillos y claros como arcillas, arenas arcillosas, arcillas ferruginosas, yesos, margas yesíferas, calizas cavernosas, calizas margosas y arcillas sabulosas. Una amplia y variada gama de rocas y minerales, herencia de otros tiempos aún más remotos, que se han ido arrastrando y depositando en la llanura que hoy vemos. Luego una larga erosión donde el viento fue arrasando y limando estos horizontes de depósitos sedimentarios del mioceno (pontiense, sarmantiense, vindoboniense y tortoniense) y el plioceno hasta determinar una superficie elevada alrededor de los 700 metros de altitud sobre el nivel del actual mar.
La serenidad y homogeneidad de esta extensa llanura se rompe con las elevaciones. Hoy están coronados con los molinos que parecen esperar a que algún caballero andante vuelva a retarle. Son el pico Gollino (833 m), el pico San Antón (817 m) y el pico Romeral (840 m), los tres formados por materiales antiguos. Estos cien metros de desnivel enriquecen el paisaje de una manera sutil y bella. Además, son los picos de San Antón y Romeral los que delimitan la divisoria de las cuencas hidrográficas del Tajo y el Guadiana. Y es que, a pesar de ser tierra de dos aguas, el agua es la gran ausente en Lillo. Sin presencia de ríos y arroyos, el agua, en su mayoría salobre y de mala calidad, se obtiene de las entrañas de estos sedimentos cuyos mantos freáticos son fáciles de alcanzar con pozos.
Como islas pétreas se levantan estos picos sobre sus correspondientes sierras en el mare magnum manchego. Como puertas hercúleas de los Montes de Toledo, este pequeño archipiélago parece querer romper la monotonía de este mar de tierra. Su origen es tan remoto que cuesta imaginarlo, hace más de 300 millones de años, y su naturaleza muy distinta a la del resto de la llanura terciaria. Es el resultado de empujes tectónicos hercinianos que levantaron de las profundidades estas rocas tan ancestrales.
Estas colinas son pequeñas islas de materiales paleozoicos por previa erosión y subsiguiente recubrimiento por el terciario. Primero, una capa u horizonte de pizarras, seguramente cámbricas, que asoma desde el sur hasta Lillo y sobre ellas un paquete de cuarcitas del período ordoviciense.
Para Lillo, el cerro de San Antón y su cuerpo de cuarcita son elementos claves para entender su historia. Además de albergar fuentes puntuales como la Fuente de la Sierra, es un punto ideal, debido a la impermeabilidad de la roca, para el establecimiento de aljibes naturales y otros puntos de recogida de agua. También como canteras, como queda presente al pie del cerro de San Antón, al igual que otra al pie del pico Gollino, destinada para las carreteras de la región. Como curiosidad, en las faldas de estos pequeños afloramientos paleozoicos se han cultivado manchas de olivares tradicionalmente.
De gran interés son los afloramientos de pizarras, al que los de las faldas de los cerros, hay que añadir la mancha situada entre las lagunas del Longar y el Altillo. Son pizarras muy compactas, arcillosas, cuarzosas y micáceas, al parecer silúricas. El material es muy bueno para construcción y bueno también para firme de caminos. En ella se explotó una cantera donde se extraía material para el ferrocarril Lillo – Villacañas.
Pero si algo realmente colorea y aviva este mar de tierra son sus lagunas. Hogar de aves, plantas barrilleras y salitre son el alma que refresca estas llanas sequedades. Su origen también nos obliga a viajar a aquel período terciario de hace 20 millones de años donde sobre las zonas más erosionadas y terrenos impermeables se han situado las lagunas del Longar, el Altillo y la Albardiosa.
La Laguna del Longar es la única que no se seca durante los estíos y no depende del agua de lluvia, ello se debe por encontrarse en las proximidades del contacto del sarmatiense con el pontiense, nivel hidrológico más importante de la zona, que sin duda alimenta la mencionada laguna.
Aunque quizás las de mayor interés sean las del Altillo, cuerpos de agua de alta salinidad, somero y efímero cuyas playas están constituidas por limos yesíferos con algo de calcita y cuarzo. Al secarse en el verano se suele formar sobre la superficie abandonada por las aguas una costra de pocos centímetros de hexahidrita y halita. Estas dos pequeñas depresiones estacionales de fondo plano, se recargan con las aguas de lluvia, y por este motivo pueden permanecer prácticamente secas durante largos períodos de tiempo, incluso varios años.
Y es sobre estas lagunas donde ocurre un fenómeno insólito y único. Un fenómeno extraño que roza los límites de la ciencia. Un hecho que sólo se ha observado hasta la fecha en “Death Valley” en Racetrack Beach de EEUU y a cinco mil kilómetros de distancia, primero en las lagunas del Altillo y más recientemente en la de Longar de Lillo. En ambos lugares las piedras se desplazan solas sobre el suelo limoso de la laguna. ¿Cómo es posible que en un suelo completamente plano se produzcan estos largos surcos? Se trata de un proceso insólito, poco descrito y conocido en la literatura geológica.
El resultado son la formación de marcas de erosión ocasionadas por corrientes de aguas, así como pequeñas rutas que provocan las piedras y otros objetos arrastrados por la corriente en estas lagunas llanas y someras. En el caso de las lagunas manchegas los objetos que se observan dispersos sobre la superficie son: fragmentos de roca de diversos tamaños (cuarcita, sílex y carbonatos), restos de plantas, huesos, etc. Dada la naturaleza extremadamente somera y plana de estos cuerpos de agua, la presencia de marcas de erosión en su superficie, especialmente el desarrollo de largos surcos dejados por rocas, no se comprende plenamente aún y es objeto de controversia.
¿Pero por qué sucede este fenómeno? Varios son los factores estudiados que pueden influir para que ocurra. En primer lugar, la prestación del suelo a ser erosionado. Ello depende de la naturaleza y textura de dicho suelo que en el caso de las lagunas de Lillo es de naturaleza limo-arcillosa, con un contenido de yeso de hasta el 70%, de arcillas de hasta el 30% y de materia orgánica de hasta 4%. Esto condiciona su carácter cohesivo y favorece la formación de agregados estables. A estos sedimentos de las lagunas del Altillo se asocian tapices microbianos, formaciones de bacterias y algas microscópicas, que, dependiendo de la fase de crecimiento en que se encuentre, pueden jugar un papel en el desplazamiento de dichos materiales. Principalmente, al desecarse y perder su carácter cohesivo al sedimento. También se asocia al proceso de bioturbación por algunas especies de insectos. Asimismo, la producción de gases, bien por los organismos fotosintéticos, bien por los descomponedores, causa la acumulación de éstos bajo el tapiz en forma de ampollas o domos y, en algunos casos, su fragmentación. Dichos fragmentos quedan sueltos en el fluido donde se comportan como un objeto más.
Por tanto, el cómo queda aún en el aire. Parece ser que la naturaleza del suelo, las diferentes estructuras sedimentarias y el tapiz microbiano son relevantes en este extraño caso. Pero no se aclara su papel concreto. Lo que sí parece vislumbrarse es el cuándo y esto es debido a la observación in situ realizada en la Laguna del Longar el día 30 de enero de 2015. Fue durante un marco tormentoso donde se alcanzaron vientos del oeste de 22 km/h con rachas de 65 km/h. En aquel momento, las corrientes de agua generadas por el viento desplazaron una roca hacia el este, dejando una traza somera sobre un lecho previamente cubierto por ripples, que fueron deformados por la roca en su avance. Por tanto, parece ser que los misteriosos desplazamientos rocosos suceden en los días de nubes negras, con lluvias y fuertes vientos. Un escenario indómito y salvaje.
El fenómeno de las piedras rodantes en las lagunas de Lillo engrandecen su propia idiosincrasia geológica. Un mosaico de piedra, tierra y agua donde cuarcitas y pizarras se dejan abrazar por yesos y arcillas. La a priori cenicienta y triste llanura se transforma en un bello y complejo vaivén de colores y texturas.
Porque contemplar el rostro del paisaje manchego es aprender a observar. Es desentrañar de su piel agrietada sus viejos y escondidos secretos. Encontrar en su triste mirada el más divertido guiño. Escuchar historias inmemoriales de mares que fueron sal y hoy son tierra; de montañas que no recuerdan su edad ni su procedencia pero que mantienen su presencia y de lagunas salinas que aparecen y desaparecen como queriendo jugar con el viajero.
Mientras tanto quizás nos sobrevuelan nubes idénticas a las de aquel pasado. Nos moja la misma lluvia tormentosa del cámbrico. Nos erosiona el mismo obcecado viento terciario. Nos reluce y oxida el mismo sol y nos empuja el mismo paso del tiempo. Qué breve es la vida del ser humano… pero qué maravillosa.
BIBLIOGRAFÍA
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El proyecto “Lillo: en busca del agua entre cuencas”, financiado por el Ayuntamiento de Lillo y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha a través de los fondos de la Unión Europea-Next Generation UE, tiene como objetivo principal la puesta en valor de todo este patrimonio cultural, oficios y conocimientos ecológicos tradicionales asociados al ciclo del agua en el municipio de Lillo.
Vestal es una consultoría que apuesta por el fomento del turismo cultural en el medio rural.
Vestal busca recuperar aquellos saberes ancestrales en riesgo de desaparición, así como poner este patrimonio etnográfico al servicio de la población de una manera atractiva, sirviendo de cimiento para el turismo cultural y la repoblación rural.