HUÉLAMO Y SUS MONTES

HUÉLAMO Y SUS MONTES

 

Huélamo. ¡Qué hermosa estampa serrana! Parece en la lejanía un bando de blancas palomas posadas en la alta ladera junto al pingorote del castillo. ¿Subimos? ¡Sí, sí…pero…a ver si va a levantar el vuelo mientras tanto y nos quedamos con dos palmos de narices! ¡Venga, subimos! Y no levanta el vuelo Huélamo, no. Y tampoco nos defrauda: un prolongado y acogedor caserío de tres calles paralelas, trazadas sobre las curvas de nivel, y conectadas por cortas travesías que salvan los desniveles mediante escalones o rampas en zigzag. Las casas ofrecen un aspecto excelente y muestran una armonía seductora. Blancos muros y tejados encarnados.  Es evidente cierto exotismo sureño, que le llegó quizás por la vía de la trashumancia, por la Cañada Real de los Chorros.

Figura 1. Huélamo. Parece en la lejanía un bando de blancas palomas posadas en la alta ladera junto al pingorote del castillo. Fuente: Autor

Pero hay una pena pegajosa que se escurre como la resina por paredes, puertas y ventanas de estas casas cerradas a cal y canto. Es invierno. Y muchas de ellas están sin el alma de sus habitantes, sin la algarabía vital de los niños, ni de los vencejos. Lo que no pudieron las guerras desde su periodo islámico, la conquista cristiana en el siglo XII, los rifirrafes con Aragón en los XIII, XIV y XV, el cataclismo económico del XVI y XVII, la Guerra de Sucesión del XVIII, la de la Independencia y las carlistas del XIX, ni la Civil de la primera parte del XX, lo provocó el tremendo éxodo rural en la segunda mitad del pasado siglo: Quedarse Huélamo sin niños. ¡No alcanzan a 80 los habitantes de Huélamo!

Pero en las breves semanas del verano las casas resplandecen de alegría, cuando llegan los oriundos y las abren, airean los espacios cerrados y les sacan el aire muerto, rancio de oscuridad y de ausencias, para que les entre la brisa joven, luminosa y perfumada, que brotó en primavera desde las copas de los pinos y las crestas de los peñascos. Llegan algunos niños y, en mucho mayor número, los vencejos.

Figura 2. Huélamo, resplandeciente al atardecer. Fuente: Autor

Huélamo. La población histórica más importante del alto Júcar. Por ello se incluyó en las Relaciones Topográficas de Felipe II. Gracias a éstas sabemos que en la segunda mitad del siglo XVI se ha hundido la ganadería. En seis años de 70.000 cabezas se pasa a cuatro mil. De 187 vecinos (748 habitantes) a 141 (564 h.). Que muchos de ellos tuvieron que sobrevivir haciendo de los pinos artesas, sillas, tornillos y ruedas para harneros y cedazos que vendían en La Mancha, de la que volvían con trigo, vino, aceite y garbanzos. Que tanto los muros del castillo como las casas del pueblo eran de cal y canto. Y que Julián Romero seguía vivo y batallando al servicio del Rey.

 

Por el Catastro del marqués de la Ensenada, doscientos años después, nos enteramos de que Huélamo había sido totalmente arrasado en la guerra de Sucesión. Todas sus viviendas, bienes y ganados, destrozados. De trescientas casas, se nos dice, cincuenta años más tarde sólo se habían podido reconstruir ochenta, y de éstas 15 inhabitables porque sus dueños carecían de recursos para rehacerlas. Madoz por su parte afirma en 1847: “Tiene 120 casas de mala construcción formando calles irregulares y de mal piso”.

 

   La hermosa imagen actual del pueblo se fue plasmando con la prosperidad que trajo ya el reciente desarrollo económico de España. Una prosperidad amarga, pues fue a costa de que sus gentes tuvieran que irse. Según los censos oficiales, la población cayó en picado a partir de la segunda mitad del siglo XX desde los 619 habitantes de hecho en 1950, pasando por los 415 en 1970, los 125 en 1996, hasta los 73 actuales.

Figura 3. Vistas con el fondo de Peña Rubia, La Serrezuela y El Masegar desde el MUP Marojal y Las Molatillas. Fuente: Autor

 No obstante, ahí sigue su espléndida naturaleza, repleta de biodiversidad. Interminables pinares, amplios prados y espinares, montes de quejigos, arces y morrioneras, riberas de chopos, avellanos y sargas. Pero no nos engañemos, esto no es la Amazonía, aquí no hay tierras vírgenes. Estamos en una zona humanizada desde hace miles de años. Lo que vemos, en gran parte, es consecuencia del abandono más bien reciente de la agricultura y de la ganadería tradicionales. Que no existan prácticamente cultivos ahora, no quiere decir que nunca los hubiera. Bien es verdad que estamos en un terreno quebrado y pedregoso, sin grandes superficies de labor. La agricultura siempre fue de autoabastecimiento.  Pero la inmensa mayoría de los huelameros tenían sus huertos o sus “piazos”. Se aprovechaban la vega del Júcar y la del río Valdemeca, el entorno de los arroyos Pajarón y Valdonarre, Los Vallejuelos, Los Villarejos, Valdeosos y Valdelatas hasta el collado de La Raspola. Y aunque ahora todo es monte o yermos, aún podemos ver las hormas de los bancales o sus despojos. Incluso en las tierras de ínfima calidad agraria, pobladas de monte, se practicaban arrompidos o rochos (1). No es raro ver entre los pinos antiguos majanos que los delatan. El catastro de la Ensenada explica muy bien cómo se practicaba esta técnica neolítica en el Huélamo del siglo XVIII: “…de cuarenta a cuarenta años (las tierras) se desmontan de los pinos y otros árboles silvestres, y labrándolas se siembran en seis años tres veces, alzándola tres frutos y después quedan eriales y en disposición de volver a cerrarse el monte creciendo sus árboles hasta otro tanto tiempo de cuarenta años en que se vuelven a desmontar y beneficiar como va expuesto.” Los rochos o arrompidos se siguieron practicando, aunque no tenía por qué ser del mismo modo, hasta el siglo XX.

Figura 4. Vistas del Arroyo de las Salinas y al fondo los montes de La Muela y Resinero, desde el MUP Marojal y Las Molatillas. Fuente: Autor

Cereal en los secanos y rochos y hortalizas en las vegas y en los chustales (2). Esta agricultura de pequeños pedazos donde no se pudieron llevar a cabo concentraciones parcelarias por falta de espacio aprovechable, se mantuvo viva en una economía de subsistencia, mientras se practicó con la técnica antigua de las yuntas de animales.

 

Lo que sí fue verdaderamente trascendental y rica fue la ganadería trashumante y el aprovechamiento de los pinos para madera. Hubo aquí, aunque no lo parezca, un emporio ganadero y forestal que hizo de la Sierra de Cuenca y sus pueblos una de las zonas más ricas y poderosas de Castilla. Esta riqueza surgió de la excelente madera de sus pinos y la fina lana de sus numerosos rebaños de merinas.   

Figura 5. Vistas de la ribera del Júcar, a su paso por la Finca de la Serna, y la Sierra de Valdeminguete desde los pies del MUP La Serrezuela. Fuente: Autor

La Cañada Real de los Chorros salta desde la Comunidad de Albarracín por el puerto de El Cubillo hasta La Herrería, donde se le une el Cordel de Huélamo que viene por La Serna desde la Venta de Juan Romero. La Cañada bordea el término por la Sierra de la Canales conectando por el camino del Pozarrón con la Cañada Real de Rodrigo Ardaz que sube desde Las Majadas hacia la Vega del Codorno y el Alto Tajo. Hoy quedan algunos ganaderos, de ovejas y vacas, heroicos supervivientes, que prefieren vivir aquí modestamente, a brazo partido contra el abandono, dispuestos a que nada ni nadie les arranque sus raíces.  

 

 Huélamo hoy: agua y pinares. Sus aguas son libres y de todos, pero los grandes pinares son en su mayoría de los huelameros. El 70% del término es propiedad del pueblo. Fueron montes comunales pertenecientes a Sierra de Cuenca, que pasaron a ser de Huélamo y se han mantenido hasta el presente acogidos a la figura legal de Montes de Utilidad Pública (MUP). Durante muchos siglos supusieron una gran riqueza y dieron pingües beneficios. El pino negral o salgareño ofrecía una de las mejores maderas para la construcción, ya fuera de edificios o de barcos, y el pino albar era y es excelente para carpintería de interior.

Figura 6. Vistas del Barranco de Valdosos desde los pies del MUP La Serrezuela. Fuente: Autor

Los montes Marojal y Molatilla abarcan nada más y nada menos que 2.355 ha de pino albar, rodeno y negral. Amplia extensión de cerros y barrancos en el extremo norte de las estribaciones de la Sierra de Valdemeca que llega a las puertas mismas del pueblo y es surcado por los arroyos Valdonarre y de las Salinas y por el Barranco del Horcajo. Llega hasta la margen izquierda del Júcar al que acompaña hasta el límite con el término de Cuenca más abajo de la Venta de Juan Romero y hasta el monte El Entredicho de esta ciudad.

 

Los montes la Muela y Resinero con 1.489 ha de pino negral y albar, localizado entre la margen derecha de la vega del Júcar y el monte conquense de Pie Pajarón. La Sierrezuela y otros, incluida la dehesa de El Masegar, con 1.344 de pino albar y negral, entre la Sierra de las Canales de Cuenca al oeste y las laderas al este que bajan hasta el Júcar, tierras abandonadas de antiguos cultivos. Y finalmente el monte de Valdeminguete con 1.118 ha de pino albar y negral lindante con el monte Veguillas del Tajo de Cuenca y con la dehesa privada de La Serna.

Figura 7. Vistas de Peña Rubia donde nace el arroyo Pajarón en el MUP La Serrezuela. Fuente: Autor

La madera ya no es tampoco lo que era. La globalización hundió los precios y la rentabilidad disminuyó considerablemente. Y, además, nunca floreció la revolución industrial maderera que tal abundancia de materia prima se merecía.

Poca tierra fértil para el cultivo, cerros pedregosos. Riqueza forestal hoy devaluada, ganadería casi desaparecida, la Sierra que muere. Tierra dura y hostil bendecida por sus aguas abundantes. Agricultura de supervivencia a lo largo de los siglos. Comunales montes de pinos y ricos pastizales de verano permitieron una vida dura pero rica y agradecida en estos parajes agrestes de belleza y fuerza, de duros inviernos ahora suavizados, de veranos de apasionamientos y locuras festivas. Huélamo es para espíritus recios y fantasiosos, para solitarios y solidarios en familia o pequeña tribu. Para gente curtida que sabe enternecerse de vez en cuando ante una naturaleza prodigiosa.

Figura 8. Vistas de Huélamo desde La Serrezuela y los Altos del Masegar. Fuente: Autor

(1) Arromper o roturar es eliminar la vegetación para cultivar un terreno que no se cultivaba antes. El término “arromper” en la actualidad se usa ya muy poco habiendo sido sustituido por su sinónimo “roturar”. Arrompido y rocho es el resultado de esta acción.

(2) Terrenos húmedos donde aflora el agua sin llegar a correr. Si corre ya se trata de una fuente o manantial.

 

BIBLIOGRAFÍA:

-Catastro de la Ensenada. https://pares.mcu.es/Catastro/

-Relaciones de pueblos del obispado de Cuenca. Julián Zarco Cuevas. Excma. Diputación Provincial de Cuenca.  Cuenca, 1983. (Transcripción de las Relaciones Topográficas de Felipe II).

-Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Pascual Madoz. 1846-1850. Madrid.

Este artículo forma parte del proyecto “La Ganadería en Huélamo. Estudio y documentación de las infraestructuras tradicionales ganaderas del municipio de Huélamo”, desarrollado por Vestal Etnografía, y financiado por el Ayuntamiento de Huélamo y la Diputación Provincial de Cuenca.

Esta entrada tiene un comentario

  1. Leopoldo

    Excelente descripción y buena información de mi pueblo. Muy bien, graciass.

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