Este hermoso arbustillo, conquense de adopción desde los tiempos de Al Ándalus, es uno más de nosotros. Adorna la Hoz del Júcar aportándole, junto con su pariente ibérica, la cornicabra, los tonos rojos del otoño. Cultivado durante siglos y siglos hasta la segunda mitad del siglo XX, aún viven hoy en la provincia labradores que lo trabajaron. Era principalmente destinado a la milenaria industria de curtir pieles de animales.
Con el zumaque retrocedo a la España musulmana. Si pronuncio su hermosa y rústica palabra se me llena la boca de saliva antigua gastada en idiomas propios y hoy perdidos. Cultivado para adobar las pieles más finas y valiosas, ahora lo voy viendo, abandonado y desconocido, hasta despreciado en zumacales a lo largo de las cunetas, zopeteros y lindes de carreteras y caminos de Olmedilla y Buenache de Alarcón, por los alrededores de Casas de Haro, por las Hoz y riberas del Júcar frente al Sargal. Cada vez más escaso, actualmente es una preciosa reliquia de la agricultura antigua y no tan antigua. Hasta hace unas décadas se cultivaba todavía en muchos pueblos de Cuenca. Cuenca fue una de las últimas provincias en hacerlo. En 1967 y 1968 se produjo aquí más del 90 % de todo el zumaque de España. Se plantaba en esqueje y a los tres años ya se podía cortar. Se recolectaba todos los años en haces y se acarreaba hasta la era donde se trituraba con el rulo (1).
Quizás sea ya un superviviente en trance de extinción, pero tiene mérito sobrado por su belleza para convertirse, al menos, si ya no nos sirve para otra cosa, en un entrañable protagonista de nuestros jardines.
Es un arbusto tan precioso y de tantas reminiscencias históricas que quise tenerlo próximo. Transplanté un pequeño rebrote de Navalón a una tierra de secano pobre, dura, yesosa, junto a mi casa. Le ha ido tan bien que ahora tenemos un zumacal. Se ha ido extendiendo como una mancha de aceite porque de sus raíces rebrotan nuevos tallos que colonizan los alrededores, aunque el suelo sea paupérrimo. Una eficaz manera de sobrevivir ésa de poder nacer de las raíces, propia de muchos arbustos y árboles mediterráneos, adaptados al castigo del fuego. Lo tengo que ir controlando porque se apodera de otras matas y arbustos que también quiero conservar y proteger. A pesar de ello cada vez hay menos en la Península.
En Cuenca lo llamamos también zumaquera, incluso fumaquera o fumaque, asimilándolo al fumaque o fumaqueo que es, en jerga familiar, el vicio de fumar. Esta similitud verbal ha llevado a algunos paisanos nuestros, supongo que escasos de recursos, o poco exigentes, a fumarse sus hojas como si vinieran de Cuba.
Era también muy estimado para teñir la lana y otras fibras, incluido el esparto, de hermosos y variados colores según la parte de la planta que se usara. De sus frutos se obtenía el marrón, el gris y el negro, de las ramillas y hojas el amarillo verdoso y de la corteza de la raíz el rojizo.
Aún se sigue elaborando en países árabes con sus frutos maduros, secos y molidos una especia para condimentar carnes y pescados, arroces y demás cereales, y para formar parte de vinagretas para verduras y ensaladas. En España se puede obtener fácilmente por Internet y en tiendas especializadas. Es un polvo rojo oscuro tirando a marrón de sabor agridulce y olor algo ácido. En Turquia e Irán es muy común para sazonar el kebab y otros platos.
Como medicinal se aplicó para contener los flujos indeseables, como hemorragias o diarreas.
Se cultivó mucho en España como así atestiguan Andrés de Laguna en el siglo XVI y José Quer en el siglo XVIII. El catastro de Ensenada deja constancia de que en San Clemente se cultivaban en la segunda mitad del siglo XVIII unos 90 almudes y que la arroba de zumaque valía como la de vino: tres reales (2). Con menor superficie habla también de cultivos en Sisante, Buenache de Alarcón, Valverde de Júcar y, seguramente calla otros muchos menores en otras localidades.
Andrés de Laguna en la glosa que añade a su traducción del texto de Dioscórides sobre esta planta dice: “El Rhu común de los griegos es aquella planta vulgar que en España llamamos zumaque imitando a los árabes que también la llamaron sumach. Usaron los antiguos la simiente de aquesta planta en cambio de sal para dar a las viandas sabor: la cual costumbre aún hoy se guarda en Siria y Egipto. Aprovéchanse de sus hojas los zurradores para curtir las pieles porque tienen gran virtud de constreñir y encrespar. Su cocimiento es muy útil para confirmar y establecer los dientes que se andan como teclas de monocordio en los azogados a causa del “mal francés” (3).” (pp. 95 y 96)
Y José Quer en su Flora española:
“Es muy común en nuestra Península, y le he visto espontáneamente en algunas partes de la Alcarria, en las laderas de las viñas y tierras de labor; como asimismo en Castilla la Vieja y en otros terrenos de España. Se cultiva en el Real Sitio de El Escorial, en La Mancha y en Andalucía (….). El Zumaque es de mucha utilidad , y de gran comercio , porque cortan todos los años los retoños hasta la superficie de la tierra , y los secan para reducirlos a polvos, que emplean para preparar los cueros,….” (p.200, tomo 6).
Pio Font Quer ya en la segunda mitad del siglo XX afirma: “…; es planta rara, y las más de las veces ha de considerarse como una reliquia de antiguos cultivos, que se van extinguiendo poco a poco. Debió ser más frecuente en tiempos de Andrés de Laguna, y aun de Quer.” (p.445).
Es un arbusto caducifolio que a veces conserva en invierno parte de las hojas, de uno o dos metros que, en condiciones óptimas, puede sobrepasar los tres. De ramaje intrincado, muchas veces enredado con los ejemplares próximos que han nacido de las raíces del primer ejemplar formando amplios matorrales y hasta bosquetes, los zumacales. Ramillas jóvenes de claro terciopelo gris, tiernas y quebradizas. Ramas viejas leñosas, agrietadas y oscuras.
Las hojas son una preciosidad, muy grandes, consistentes y suaves al tacto, aterciopeladas sobre todo en el envés, compuestas de cuatro a siete pares de hojuelas enfrentadas y una solitaria en el extremo, de intenso verdor y contorno aserrado. Tienen una curiosa particularidad: al rabillo de la hoja (pecíolo) le nace un ensanchamiento cuando se aproxima al extremo, mediante unas alas hojosas como si quisiera rellenar el espacio entre las hojuelas hasta tal punto que a veces el foliolo o hojuela final se une a una de las dos últimas y forman una sola. ¿Terminará el zumaque finalmente por conseguir una gran hoja simple?
Sus flores son casi invisibles, pero, al agruparse en multitud, forman preciosos conjuntos en racimos enhiestos y cónicos que los botánicos llaman “tirsos”. Pequeñas e insignificantes, de desvaídos tonos amarillentos, tienen una particularidad: pueden ser machos, hembras o hermafroditas, según tengan unos u otros órganos sexuales o ambos a la vez. Los científicos usan para este fenómeno una enrevesada palabrota: “poligamodioico”. Las hermafroditas son más raras. En todo caso tienen 5 sépalos verdes y vellosos, 5 pétalos amarilloverdosos y cinco estambres cortos cuyas cabezonas anteras amarillas llenan por completo el recipiente o copa que forman sépalos y pétalos. Las inflorescencias se colocan en el extremo de las ramillas como una apoteosis vegetal.
Los frutos son de carne dura y escasa y una sola semilla, aplastados como una gran lenteja y también forrados de terciopelo que luego se rasga. Parecen confeccionados de lana apretada, como la borra, permanecen hasta el año siguiente y destacan como ramilletes en el extremo de todas y cada una de sus ramas. De verdes pasan a amarillo verdosos, amarillos, marrón claro de la canela, marrón rojizo, cárdenos, marrón oscuro con el color de las viejas mantas muleras, y finalmente negruzco. Si sólo viéramos al zumaque y no existiera ninguna otra referencia podríamos saber en qué estación del año por el tono de sus frutos.
El otoño es la estación gloriosa del zumaque. Siempre llamativo, incluso en la aparente desolación del invierno, espléndido en el verdor colmado de toques de canela en primavera y verano, estalla en infinidad de colores y matices durante el otoño: Verdes intensos y verdes diluidos, amarillos, ocres, rojos vivos, anaranjados, rojos malvas, cárdenos, granates fuertes o desvaídos… Todos ellos, además, en el mismo arbusto. No hay en esos momentos de octubre y noviembre otra planta que llame tanto la atención.
En invierno, desnudo el zumaque, resulta inconfundible por la presencia persistente de sus oscuros y racimos frutales. ¿Imagen de la muerte? No exactamente. Dentro esperan bajo el viento, el frío y la lluvia, repletas de vida, las prometedoras semillas.
(1) El rulo o rodillo era una pieza de piedra troncocónica para apisonar y endurecer una vez empapada de agua la superficie de la era. Era el trabajo previo antes de comenzar el periodo de trilla. Iba dando vueltas enganchado al par de mulas.
(2) La fanega es una medida de capacidad y de superficie que varía según las comarcas. La superficie por aquí era de unas cuatro fanegas la hectárea. La arroba podía ser de peso y de capacidad. Por aquí el peso era de unos once kgs y medio y de capacidad dieciséis litros. Hay que tener en cuenta que la arroba de zumaque sería en peso y el vino en capacidad.
(3) Zurrador: el que curtía el cuero. Monocordio: un instrumento antiguo de una sola cuerda, al que más tarde se le añadió teclado móvil. Azogado: intoxicado de azogue, denominación antigua del mercurio. Uno de los síntomas eran los continuos temblores y convulsiones. El “mal francés” era la sífilis, enfermedad venérea, para escarnio de nuestros vecinos del norte.
BIBLIOGRAFÍA:
-El zumaque, la planta de las tenerías. Manuel Juan Macía. Quercus, nº121, marzo 1996. Pp.8-10.
-Catastro de Ensenada. www.pares.mcu.es/catastro
– Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos, por Andrés de Laguna. Amberes, 1555. Biblioteca Digital Hispánica
-Flora española, o historia de las plantas que se crían en España. José Quer. Madrid,1762 (tomos 1,2 y 3)-1764 (tomo 4)-1784 (tomos 4 y 5, completados y publicados por Casimiro Gómez de Ortega). Biblioteca digital RJB, CSIC.
-Plantas medicinales (El Dioscórides renovado). Pio Font Quer. Editorial Labor,S.A. 1985.
-Flora Ibérica, tomo IX. Real Jardín Botánico CSIC. Madrid, 2015.
Amante de la naturaleza. Agente medioambiental de la CH Júcar
Mi padre lo cosechó y trilla muchos años.
Lo recogía de lindes y terrenos sin cultivar, lo llevaba una vez trillado a un almacén que había en La Roda de Albacete hasta los años 70s y principios de los 80 del pasado siglo
Muchas gracias por tu aportación. Supongo que la localidad o localidades donde tu padre lo recolectaba sería una de las cercanas a La Roda, donde, seguramente, todavía se puede observar ejemplares supervivientes.