Imagen cabecera: Vista general del saúco (Sacumbus nigra). Elaboración propia.
LOS SAÚCOS Y LA CONCENTRACIÓN PARCELARIA
Frondoso, exuberante, lleno de vitalidad y de misterio, el sabuco, nombre conquense más próximo al original latino que el usual saúco, es mi arbusto preferido.
Amante y amado del hombre desde tiempos remotos, de sus huertos, de sus casas antiguas de piedra y musgo. Tiene una larga historia de humanidad. Fue cultivado y mimado, como alimento, como medicina, usado para mil aplicaciones. Fue divinizado y, a veces, también demonizado. Especie salvaje de los bosques húmedos del norte y al mismo tiempo especie familiar, domesticada, junto a ríos, acequias y huertas, a ribazos de vega, a los rentos ribereños de nuestra Serranía.
En el centro de mi pueblo, situado en la horcajadura de dos cerros enfrentados, nace, o nacía, mejor dicho, el río Moscas que tras fluir tres horas se une al Júcar en Cuenca.
Durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX vivíamos y jugábamos allí la última generación de chavales que puede dar testimonio de los manantiales hoy desaparecidos: La Peñona, La Colmenilla, los bordaños bajo el puente medieval, un conjunto de nacimientos que se unían para parir el río. Nuestros compañeros eran las sargas y los sabucos, los campos de trébol, las acequias donde navegaban nuestras endebles naves, las presas de los molinos harineros. Chopos, sargas y saúcos, corrientes de agua siempre clara, prados de trébol siempre verdes. Nos pasábamos el día jugando, observando los bordaños sonoros, que a su vez jugaban con la arenilla en suspensión, a las mulas y a los burros que acudían a abrevar, a las mujeres que aclaraban la ropa en La Peñona.
El saúco era nuestro denso refugio, nuestro más asiduo y sufrido compañero. No olvidaremos el recio olor a savia bruta de sus enormes hojas compuestas (cada hojuela era ya de grande por sí sola como la de un gran frutal). Sus amplios corimbos1 de chiquitinas florecillas blancas de tenue y dulce aroma. Si los tocabas se desprendían algunas de ellas y se te quedaban en las manos con sus cinco pétalos y sus cinco estambres unidos como preciosas estrellejas. Sus grandes ganchas de redondas uvillas tintas que estrujábamos cuando se deshacían de maduras y nos dejaban las manos teñidas durante mucho tiempo.
Arbusto frondoso y amable, sin espinas, acogedor. En él nos ocultábamos, con él nos divertíamos. Nos sorprendía el poco peso de sus ramillas quebradizas de corteza de corcho. Nos entreteníamos extrayendo con un alambre la blanda médula de su interior como una esponjilla blanca y obteniendo un canuto para una cerbatana o una flautilla. Exprimíamos sus frutos y obteníamos un zumo tinto y violeta que no nos atrevíamos a beber.
Los saúcos alimentaban a multitud de aves frugívoras, y les daban buenas condiciones para protegerse e instalar sus nidos. Los ruiseñores tenían predilección por ellos. En las noches de primavera el pueblo se adormilaba bajo su prodigiosa voz.
Y un día llegaron las máquinas y, en nombre del desarrollo y la modernización agrícola, excavaron un drenaje de varios metros de profundidad y los manantiales y el río con sus saúcos se nos fueron para siempre. Posteriormente se rellenó la zona con ingentes cantidades de tierra, el cauce se canalizó y se levantaron casas. Nuestro mundo cotidiano de prados, de huertos cercados por hormas de piedra poblada de musgo, de corrientes de agua, de árboles y arbustos frondosos desapareció y dio paso a un secarral cerealista y a un suelo hormigonado y edificado.
Ya no hubo más prados de trébol, ni más sargas, ni más saúcos. La concentración parcelaria se llevó las fuentes y nos dejó un desagüe, una zanja profunda rectilínea, que, incluso, le robó el nombre al río.
Desaparecieron los habitantes de las aguas. Las truchas y los cangrejos se sacaban a sacos mientras agonizaban boqueando o buscando el agua como locos en el lecho seco. Los pájaros enmudecieron antes de marcharse. Desaparecieron los niños que jugaban en La Hierba, así llamado el prado más cercano, el más hermoso, el más sombreado, enclavado entre el arroyo y una acequia de agua recién nacida. Fuimos la última generación del saúco en una escala de generaciones que venía desde que a finales del siglo XII las tropas castellanas se sorprendieron del paraje frondoso y de abundantes aguas y decidieron establecer población. Sin devanarse mucho los sesos le dieron un nombre: Fuentes. Y allí fundaron el pequeño pueblo que aún perdura, avergonzado hoy de haber perdido su esencia y mantener injustamente el nombre.
El agua, la sarga y el saúco permanecieron durante siglos y siglos y yo los conocí y jugué con ellos. Caminante que aquí llegas, tu imaginación no será suficiente para recrear lo que fue el suelo que pisas.
Hoy en día entre la pared de una vivienda y el hormigonado de la canalización puede verse, último y triste superviviente, un gran saúco urbanizado, donde algunas primaveras un solitario ruiseñor acude a cantar la magia que perdimos.
PROPIEDADES Y USOS
El saúco durante muchos siglos fue protegido por el ser humano y el saúco le devolvía los favores: le daba las golosinas de sus ramilletes de flores, crudos o cocinados, le daba sus frutos para hacer mermeladas y siropes, para aromatizar vinos y licores. Proporcionaba remedios para la tos, los resfriados y las anginas. Aliviaba las dolencias de los ojos. Curaba las manchas de la piel del rostro y las dermatitis.
Los frutos cocidos gozan de poder depurativo y combatían el sarampión y la viruela. La segunda corteza verde situada tras la primera corteza corchosa es diurética, purgante, y con ella se puede hacer un vino contra la hidropesía y los edemas.
¡Y hasta puede que prolongue la vida!
¿Qué no curaba o aliviaba el saúco?
El jugo de su raíz y de sus frutos tiñe los cabellos y de él se obtienen esencias usadas en perfumería.
Es una planta asociada, incluso, a poderes mágicos. Se usaba para ahuyentar sapos, culebras y otras criaturas no deseadas. Para proteger casas y matrimonios, ahuyentando los malos espíritus. Se hacían con él horóscopos e intervenía en las ceremonias fúnebres de algunos pueblos antiguos. Asociado a las plantas que se recogen por San Juan es objeto de infinidad de leyendas y fábulas en toda Europa.
Su uso en jardinería se ha extendido por todo el orbe. Ya los españoles lo llevaron a América donde resulta muy conocido.
Pio Font Quer recoge el refrán alemán “Ante el saúco hay que descubrirse”.
Pero el saúco tiene su lado siniestro. De él se extraen venenos, insecticidas y herbicidas. Sus frutos verdes son tóxicos. Algunos pensaban que su sombra era maldita, que la cruz de Cristo fue labrada con madera de saúco y que en él se ahorcó Judas. Hay saúcos para todos los gustos.
EL SAÚCO Y EL SAUQUILLO
El bueno del saúco tiene un hermanillo con mala fama: el sauquillo o yezgo (Sambucus ebulus). Mucha gente los ha confundido y se han intoxicado. Porque si el saúco está repleto de bondades, el sauquillo es tóxico, si bien se le reconocen algunas propiedades medicinales parecidas a las de su hermano mayor. Pero sus frutos pueden causar la muerte.
El saúco y el sauquillo forman una pareja de iguales y contrarios al mismo tiempo, propia de la historia sagrada o de los mitos literarios de los hermanos opuestos. Tienen las hojas, las flores y los frutos tan parecidos que hay que estudiarlos detenidamente para averiguar los pequeños detalles en que se diferencian2.
Sin embargo, es asombroso que hojas, flores y frutos tan similares nazcan de dos plantas tan distintas. El saúco es un arbusto alto y frondoso que, guiado por la mano del hombre, puede hacerse un árbol de hasta diez metros. Tiene troncos y ramas de madera y de allí salen sus tallos verdes del año. El sauquillo es una hierba alta de entre uno y dos metros con su tallo único que nace directamente de la tierra y forma anchos cordones de muchísimos ejemplares en las riberas de los arroyos y en los ribazos de las vegas.
En la vega del río Villalbilla, cerca de Portilla, se conservan saúcos magníficos. Y la Hoz de Valeria es la mejor zona que yo conozco para ver infinidad de sauquillos. Desde mayo hasta el otoño a cualquiera le será muy fácil dar con ellos. Ahora, a mediados de julio, los podemos ver con sus frutos verdes. Poco a poco irán madurando.
¡Comprobadlo!
PARA SABER MÁS
- Castroviejo, S. (2007). Flora Ibérica. Vol. XV, Rubiaceae-Dipsacaceae. Editorial Real Jardín Botánico; Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
- Quer, P. F., & Davit, S. (1985). Plantas medicinales: el Dioscórides renovado. Editorial Labor.
- Abella, I. (2018). La magia de los árboles. RBA Libros.
- Núñez, D. R., & Castro, C. O. (1991). La Guía de INCAFO de las Plantas Útiles y Venenosas de la Península Ibérica y Baleares.
1 Conjunto de flores que nacen a diferentes alturas en su tallo floral pero que todas suben al mismo nivel formando una superficie plana.
2 Las hojas del saúco están compuestas por unas 5 o 7 hojuelas mientras el sauquillo tiene de 7 a 11 y éstas más puntiagudas que aquellas. Las flores del saúco tienen los pétalos redondeados y planos y los estambres amarillos. En las del sauquillo los pétalos son puntiagudos con las puntas levantadas y con las anteras purpúreas.
Amante de la naturaleza. Agente medioambiental de la CH Júcar