El muérdago es mucho más que una planta extraña y alucinante: es un mito que llega hasta nuestros días. Es un ser mágico, misterioso y legendario. Un monumento cultural y literario levantado desde los más remotos tiempos.
Plinio y otros autores antiguos nos hablan de pueblos que lo buscaban como un regalo de los dioses. El druida, la autoridad espiritual entre los celtas, oficiaba la recogida del muérdago en un roble sagrado durante el solsticio de invierno. Vestido de túnica blanca y ayudado por el séquito de fieles, lo segaba con una hoz de oro y lo depositaba con sumo cuidado en un lienzo blanco sostenido por una doncella. Si caía al suelo perdía todos sus poderes. En la ceremonia era sacrificada una pareja de bueyes también del color de la nieve. Se pensaba que un rayo del dios del roble lo había engendrado y que, por tanto, era un ente sobrenatural que aseguraba la fertilidad de la tierra, de los hombres y de los ganados.
El muérdago es la “rama dorada” de La Eneida. Narra el poeta Virgilio que Eneas ha llegado a Italia tras la destrucción de Troya y antes de nada quiere visitar en el Otro Mundo a su difunto padre. El oráculo de la sibila le indica que necesita el talismán de la “rama dorada” que crece en la encina, el árbol de Júpiter, para que Caronte, llevándolo en su barca, le franquee la entrada (“…fauces del Averno de pesado olor”, verso 201, canto VI). No puede cumplir el deseo de abrazar a su padre incorpóreo, pero gozan de un emotivo encuentro en el que el fantasma paterno le profetiza su grandioso futuro: la génesis de un gran linaje, la fundación de Roma y su inmortal Imperio. “Te haré ver tu propio destino”, “Y encendió su corazón con el ansia de la fama venidera” (versos 759 y 889 del canto VI).
El profesor irlandés James G. Frazer (1854-1941) toma el nombre que le da Virgilio al visco para titular su monumental obra en doce volúmenes sobre mitologías, folklore, religiones y magia de todo el mundo con un método comparativo. La rama dorada de Frazer supone, a finales del siglo XIX y principios del XX, la piedra angular para los estudios posteriores en esos temas. En ella trata extensamente del muérdago en diferentes culturas, sobre todo las europeas, como no podía ser menos, pero también de todos los continentes. Hay una versión inglesa en un tomo traducida al castellano que sigue considerándose una joya.
En el siglo XX, al muérdago le perdieron el respeto Goscinny y Uderzo cuando crearon el tebeo cómico de Astérix el Galo. Panoramix, el druida de la aldea, es el creador de la poción mágica elaborada básicamente de visco en una fórmula secreta. Este brebaje los hace invencibles de tal manera que un perdido y minúsculo pueblecillo de escasos y extravagantes personajes se convierte en el único lugar de toda la Galia que Julio César es incapaz de conquistar.
Actualmente, el uso del muérdago en Navidad ha llegado también a España con el comercio global y las películas desde el mundo anglosajón o nórdico. Es habitual encontrarlo en floristerías y mercadillos navideños como ornamento, para desearnos buena suerte o para espantar los malos espíritus. Bajo él se besan también las parejas auspiciando un largo futuro en común.
Sin embargo, esto que puede considerarse simplemente fruto de la imaginación humana, responde de alguna manera a las características biológicas extraordinarias de esta mata arborícola.
El muérdago no enraíza en el suelo como la mayoría de las plantas, sino en la rama de un árbol. Pertenece pues al cielo, no a la tierra. Y al mismo tiempo se asemeja a un coral marino. Toda la planta es de un verde amarillo dorado, diluido, como extraído de las aguas, y poblada de globitos blancos, burbujas de vida, como perlas de cristal. Sólo le falta ser fosforescente y alumbrar en la noche invernal la fría oscuridad. Tiene su momento de esplendor cuando la mayor parte de las hierbas están muertas o paralizadas. En el invierno mortecino, quizás nevado, de las tierras norteñas de Europa, la visión del muérdago vivo y enjoyado sobre árboles desnudos y esqueléticos es un milagro. Cuando, una vez cortado se seca, adquiere un tono de oro viejo: la rama dorada. Entonces alcanza la facultad de descubrir tesoros.
El muérdago forma matas redondeadas de hasta un metro de diámetro totalmente lampiñas1. Tallos articulados entre nudillos, como las patas de los artrópodos o los dedos de lémures o primates. Cada tramo de tallo o artejo2 se bifurca en otros dos más delgados de tal manera que toda la planta es un entramado esférico de bifurcaciones. En el extremo y juntas de los tallos sobresalen, alargadas y curvadas como orejas o antenas, dos hojas, una frente a la otra. Las flores y los frutos, como las hojas, se muestran sin rabillo, pegados a las coyunturas de las bifurcaciones. Sus pequeñas flores pasaron desapercibidas en primavera cuando los majuelos, escaramujos, ababoles, peonías, hepáticas, aguileñas se llenaban de color. Su crecimiento es lentísimo y goza de una larga vida de varias décadas.
El muérdago es un vampiro vegetal: le chupa el agua y los minerales al árbol que lo sostiene. Sin embargo, es un parásito sólo a medias y hace lo más difícil: la función clorofílica, el milagro alquímico de los vegetales. Convierte lo mineral en orgánico, base de la vida de todos los demás seres del planeta3.
Hay muérdagos en la mayor parte del mundo y en Cuenca también. Pero muy localizados. Están especializados en determinados tipos de árboles y donde hay, a veces, llegan a ser tan abundantes que se convierten en plaga para terror de los silvicultores. En la Península sólo hay dos especies: el Viscum álbum de frutos blancos; y el Viscum cruciatum de frutos rojos o rosados que habita en algunos olivares de Andalucía. El conquense es exclusivamente serrano y sólo crece en una especie de árbol: el pino albar. Se trata de la subespecie Viscum album austriacum. Lo podemos ver muy abundante a partir de 1400 metros de altitud en algunos parajes de Uña, las Majadas, Tragacete, Valdemeca, Zafrilla, etc. Hay otras dos subespecies de Viscum album. El V. álbum álbum de árboles de hoja caduca del norte peninsular y el V. album abietensis que sólo crece en los abetos del Pirineo.
Está asociado a un pájaro de mediano tamaño, el zorzal charlo, o tordo que come muérdago si traducimos su nombre científico, Turdus viscivorus, del cual se dice que es el gran propagador. Traga los frutos enteros y caga sin digerir, envuelta en el abono del excremento, la semilla y la viscina, que es la sustancia pegajosa que la envuelve. La simiente es plana como la costra de una pupa, con lo que se pega fácilmente a la corteza de la rama. Normalmente las semillas necesitan enterrarse para germinar, pues bien, esta lo hace a pleno sol. Se pega como una lapa a las ramas y desarrolla un punzón que perfora la corteza hasta alcanzar los vasos de la savia bruta y va extendiendo bajo la corteza una red de raicillas chupadoras4.
Hay pajarillos más pequeños, como el carbonero garrapinos, que no pueden tragar de una vez el fruto y lo picotean y desmenuzan, pero, como es pegajoso, lo tienen difícil y se las ven y se las desean para desprenderse de la semilla y dejarla pegada a la corteza del árbol, donde posiblemente arraigue, antes de tragarse un trozo. Intenta despegárselo con la pata o frotando el pico sobre la rama. Y le pasa del pico a la pata de la pata al pico y, al verse impotente, se cabrea.
Prácticamente todas las lenguas latinas derivan de Viscum el nombre de esta planta. Origina otros términos castellanos como viscoso, viscina, viscosidad, enviscar. Muérdago es una palabra curiosa que sólo existe en castellano y según Corominas, aunque el origen es dudoso, puede proceder del euskera antiguo.
La liga es una “Materia pegajosa; particularmente la obtenida del jugo del muérdago, con la cual se untan las trampas para cazar pájaros”5. Cazar pájaros con liga es una artimaña ancestral y muy popular hasta hace poco. Se fijaban varetas impregnadas con este pegamento y clavadas en las márgenes de los arroyos o cruzadas en perchas en todo lo alto de arbustos o arbolillos. Forma indiscriminada y cruel de cazar avecillas como colorines, pardillos, verderones, etc., hoy en día protegidos, pero hasta hace poco vendidos fritos como golosina en muchos bares. Los “paranys” valencianos son grandes estructuras montadas sobre árboles, generalmente algarrobos, con ramas y palitroques sobre los que van estratégicamente situadas las varetas pegajosas. Hay muchos que han mamado esta actividad y les cuesta renunciar a ella, viéndola como parte de la tradición familiar y de la cultura venatoria del país. La especie preferida en las capturas es el zorzal en sus pasos migratorios. Qué poco agradecido es el visco con esta ave que tanto le ayuda. Mal le paga aliándose con los cazadores.
Cuenta Andrés de Laguna que los hortelanos defendían su cultivo contra las orugas y otros bichejos untando liga en los tallos para trabarles el camino. Pero las “muy sagaces hormigas”, en palabras del autor, construían, a modo de puentes de tablas, pasos con pajas y restos de hojas con lo que burlaban el engaño y accedían sin peligro a la despensa del huerto.
Para saber más
– “La rama dorada. Magia y religión”. J.G. Frazer. FCE. 12ª reimpresión en España. 1989.
– Historia natural. Cayo Plinio Segundo. Biblioteca Clásica Gredos.
– La Eneida. Publio Virgilio Marón. Biblioteca Virtual Universal.
– Revista El Cárabo. Nº 33 y 34. Versión española de La Hulotte de Pierre Deom. 1993.
– Pedacio Dioscórides Anazarbeo, acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos por Andrés de Laguna. Amberes, 1555. Biblioteca Digital Hispanica
– Flora Ibérica. Tomo VIII. Real Jardín Botánico, CSIC. Madrid, 1997.
1 Glabro o glabra es el término botánico para las plantas que no tienen pelos.
2 Artejo. Cada uno de los segmentos de los dedos o de los apéndices de los artrópodos (arañas, crustáceos, insectos, etc.).
3 Función clorofílica. Asombroso fenómeno biológico producido por unos orgánulos del interior de las células vegetales llamados cloroplastos, dotados de clorofila que es un pigmento verde y mágico. Con la energía aportada por la luz del sol suman y descomponen el agua y el dióxido de carbono de la atmósfera. Así forman materia orgánica (hidratos de carbono) y desprenden oxígeno. Gracias a ello respiramos. Las plantas a partir de ahí y con los minerales que absorben con el agua de la tierra sintetizan también infinidad de sustancias químicas y orgánicas alimento de animales y personas.
4 Llamadas “haustorios”.
5 Diccionario de uso del español. María Moliner. Ed Gredos. p.256.
Amante de la naturaleza. Agente medioambiental de la CH Júcar