Es medianoche. Los muchachos juegan al escondite por las callejas y los mayores refrescan en las puertas y terrazas. El coro de los grillos, cada año con menos componentes, se escucha a lo lejos. El pueblo huele a sofocante paja.
Aunque, si miraran hacia arriba, podrían ver avanzar a Escorpio por la tela azul del cielo en busca del inalcanzable Orión y las blancas aguas de la vía láctea, aquí en la plaza del pueblo unas luces artificiales lo impiden. Son las inoportunas farolas. Sin embargo, como si de un escenario de teatro se tratase, nos permiten seguir con los efímeros quehaceres mundanos para robarnos la infinita contemplación celeste y nos desvela otra mágica escena.
Seducidas o hipnotizadas, criaturas pequeñas, aladas y relampagueantes se mueven alrededor de la luz. En movimientos bruscos, zigzagueos erráticos y cambios arrítmicos parecen adorar siniestramente aquella fuerte luminiscencia. Aunque ajenos a las conversaciones de las terrazas y al correteo de los muchachos, conocen perfectamente la huida del cegador sol y la llegada de la oscura luna. Son nuestros inadvertidos pero fieles y trasnochadores compañeros: murciélagos y polillas. Y a la luz de una farola parecen jugar…
Pero, ¿alguien podría aventurarse a imaginar que esos movimientos sin sentido son una feroz persecución y una constante huida? Porque ese inocente juego es una batalla despiadada e instantánea de una guerra que comenzó hace más de 60 millones de años. Las polillas desorientadas y “atraídas” por la luz artificial se arremolinan sobre ella y los murciélagos, conocedores de su craso error, tratan de devorarlas para saciar su hambre que el largo y caluroso día le ha provocado. Las polillas constituyen uno de los platos preciados por los murciélagos. Pero, lo realmente mágico y maravilloso de esta contienda ancestral es saber qué técnicas han desarrollado estos dos ejércitos en esta carrera armamentística.
Por un lado, los murciélagos con una vista muy atrofiada, utilizan un sistema complejo y sofisticado. Emiten ondas ultrasónicas y recogen su eco con su fino sistema auditivo. Con ello se mueven, se comunican y cazan. Metafóricamente, “ven con el sonido”. Es la ecolocalización y es una experiencia que el ser humano no alcanza a imaginar, al menos de momento. Para que nos hagamos una idea, el sistema auditivo del ser humano escucha entre 20 Hz y 20.000 Hz mientras que los murciélagos van desde los 6.000 Hz a los ¡200.000 Hz!
¿Y las polillas? Porque en esta incesable cacería, las polillas son las fugitivas. Aunque a simple vista indefensamente expuestas, estos frágiles insectos poseen técnicas también muy sofisticadas. Algunos grupos como Notodontidae, Noctuidae o Geometridae tienen un sistema auditivo u “oídos” constituido por un tímpano y entre una, dos y cuatro células sensoriales respectivamente. Otros emiten sonidos que diluyen las ondas de los murciélagos (especies de la familia Erebidae). Pero el más interesante y hasta ahora más desconocido, es un sistema de camuflaje acústico que parece estar relacionado con la cantidad de pelo torácico. Una capa invisible que parecen llevar grupos de polillas grandes con un atrofiado sistema auditivo y, por tanto, a primera vista, más localizables. Ejemplos son grupos de la familia Sphingidae y Lasiocampidae quienes han desarrollado este tipo de pelos que actúan como sala insonorizada para contrarrestar su ausencia de sistema auditivo y gran tamaño. Curioso cuanto menos.
A la luz de una farola, este mundo invisible nos acompaña en las noches de verano. Un mundo invisible de supervivencia incesante donde en un aparente juego infantil cada segundo significa vida o muerte. Un mundo invisible que es conocido en evolución como carrera armamentística. Es la eterna batalla entre el depredador y la presa, lo mismo que ocurre con el guepardo y la gacela; el águila y el pelaje del conejo y en nuestro caso, el murciélago y la polilla. A más rápido uno, más rápido el otro; a mejor vista uno, mejor camuflaje el otro; a mejor ecolocalización uno, mejor insonorizado el otro. En este último caso, no se había empezado a conocer el proceso de ecolocalización hasta los años 70 y las técnicas defensivas de las polillas hasta esta última década. Y hoy en día, incluso se están comenzando a buscar aplicaciones diseños basados en la ecolocalización (sonares) y camuflaje acústico (metamateriales u materiales para insonorización).
Porque si un día fueron las fantásticas narraciones religiosas para calmar nuestra incertidumbre, hoy es la ciencia y entre muchas de sus ramas: la evolución. La evolución es sinónimo de magia y la vida, como consecuencia, es una mágica y misteriosa casualidad. Una experiencia sólo apta para observadores de insaciable curiosidad que conscientes de estos procesos se hacen sentir más humildes y tiernos. Sensibilidad, conservación y educación para “conocer nuestra casa” llamada naturaleza.
La tecnología nos ha robado las noches estrelladas a la luz de la luna, pero nos ha prestado nuevas llaves para abrir las puertas del conocimiento. Porque en las noches de verano, a la luz de una farola, la evolución y la vida abren caminos de esperanza en las encrucijadas del tiempo.