Cronos se alzó sobre los escombros del edificio que coronaba su prisión. Le desfiguraba la cara una cicatriz arrugada; las muñecas y tobillos mostraban piel blanquecina, allí donde los grilletes habían lacerado la carne durante años. Era más alto que los bloques de pisos que lo circundaban, y tan pesado que a cada paso que daba el asfalto cedía bajo sus pies. El Bar Tu Rincón, último reducto del culto a su arcaica generación de dioses, de la cual él era el último representante, había sido destruido, y sus seguidores habían muerto o yacían enterrados bajo los cascotes.
Zeus, suponiendo que Cronos no esperaría un ataque sorpresa, se metamorfoseó en águila y se abalanzó contra su padre. Ansiaba finalizar la batalla con celeridad. Picó y arañó la cara del titán con las garras, buscando el tejido blando de los ojos, pero los gruesos párpados se cerraban y permanecían incólumes ante los ataques. Esquivando ágilmente las manos del titán, que pugnaba por zafarse, Zeus atacaba desde todos los flancos. Probaba en el cuello, en las orejas, en la nuca, mas nada parecía funcionar. Finalmente, un descuido permitió a Cronos atrapar en su gigantesco puño al olímpico, que fue lanzado brutalmente, golpeándose contra el puente San Pablo y precipitándose a la carretera de Palomera. Maltrecho y dolorido, Zeus reconoció que no era rival para tal enemigo. Necesitaría a sus hermanos a su lado.
- ¡Hades! ¡Poseidón! ¡A las armas! ¡A mí, a mí!
No tardaron en acudir los llamados. Poseidón, rey de los mares y ríos, conducía un carro tirado por vigorosos hipocampos; Hades, el tenebroso señor de la muerte, súbitamente surgió de la sombra que una roca proyectaba sobre la ladera.
- Hermanos, padre ha regresado –expuso Zeus, ya en su forma habitual–. Ha conseguido escapar de la prisión a la que lo desterramos hace milenios. Si no lo detenemos nuevamente, devastará el mundo y esclavizará toda forma viviente. ¡Debemos pelear!
- Ahora acudes a nosotros, ¿no, hermano? –repuso Poseidón. Envidiaba a su hermano menor por el inmenso poder que poseía, pero nunca osaría rebelarse ante él, pues también lo temía. Sin embargo, siempre que podía se mostraba altanero y beligerante a fin de irritarlo y tomarse así una pequeña satisfacción– Parece que Cronos ya te ha puesto en tu sitio y por eso acudes a mí. ¡Pues bien, aquí estoy! Pero quizás no sea el momento de enfrentarnos a padre… No te veo lo suficientemente… desesperado. –concluyó el orgulloso Poseidón, saboreando esta última palabra.
- ¿Por qué debería luchar ahora? –arguyó Hades con su sibilante voz, mirando de soslayo con sus profundos ojos negros a Zeus– Si padre extermina a los mortales, estos pasarán a ser mis siervos en el inframundo… Dime, entonces, ¿qué razón tengo para enfrentarme a él hoy? ¿Por qué no dejarlo unos años en libertad?
Zeus, que no quería poner a sus hermanos en su contra, hizo un esfuerzo por ponerse en su lugar. Intentaba comprender su pasividad. ¿Acaso habían olvidado la Guerra Titánica que casi acaba con todos ellos? El propio Cronos la dirigió, el mismo ser que a unas decenas de metros de ellos comenzaba a destruir Cuenca.
“Se han acomodado”, razonó Zeus. “Les ha sucedido lo mismo que a mí: el paso de tiempo los ha anquilosado física y mentalmente.”
Empleando sus últimos reductos de paciencia, les dijo:
- Tú, Poseidón, te tienes por un gran guerrero. Incluso te jactas de ser superior a mí. Pero rehúyes la batalla cuando llama a tu puerta. ¿Acaso tienes miedo de perder? ¿Acaso temes descubrir que no eres un valioso luchador? Mírame: yo ya estoy magullado. He peleado y he perdido una batalla, pero esto no me detendrá. Y tú, ¿me estás diciendo que no vas a intentarlo?
Zeus había acertado de pleno atacando el orgullo de Poseidón.
- ¡Cómo osas…! ¡Yo no tengo miedo! ¡Te demostraré de lo que soy capaz!
Y excitando su cabalgadura con un golpe de brida, Poseidón dirigió su carro hacia la ribera del río Huécar. Mientras, Zeus se volvió hacia su Hades, encarándolo y sosteniendo firme su mirada.
- Hades, tú siempre has sido un dios inteligente y sensato. Sabes que debemos luchar los tres juntos, ahora mismo. ¿Crees que estás a salvo en tus dominios del inframundo? –Ante esta pregunta, un destello fugaz se reveló en los ojos de Hades. Zeus lo percibió– Sí, es posible que, durante un tiempo, Cronos no pueda acceder a ellos, que puedas defenderlos, más aún teniendo en cuenta que cada víctima que se cobre aquí engrosará tus filas en el más allá… Pero ¿qué pasará si consigue invocar al resto de titanes? ¿Lo has pensado? Tú conoces bien tus defensas, sabes que son sólidas, pero nada, ni siquiera las alturas del Olimpo, podría repeler semejante ataque. Hay que detener a Cronos, y hay que hacerlo ya.
Sin responder una palabra, Hades observó a Cronos. El titán se recortaba contra un cielo cubierto de gruesas nubes. El agujero fue su celda ahora esputaba unas criaturas semejantes a moscardones de gruesos y deformes cuerpos, del tamaño de ovejas, que, moviéndose velozmente, comenzaban a arremolinarse: era su séquito de criaturas, aquellos que le habían seguido en el destierro impuesto hacía milenios y que, alimentados con odio y oscuridad, se habían transformado en atormentados seres llenos de odio y maldad.
- ¿Lucharás junto a nosotros? –preguntó Zeus, conociendo de antemano la respuesta.
Nuevamente, el silencio, pero una oscura bruma brotó del suelo. Se disipó, y en su lugar apareció Cerbero, el feroz can de tres cabezas de Hades. Un gruñido gutural emanaba de las tres cabezas a la vez. Estaba preparado para la batalla.
- ¡Atención! –bramó la voz de Poseidón.
Zeus y Hades se dieron la vuelta. Poseidón, portando su tridente, ocupaba la parte trasera de su carro. La conductora era una hermosa joven de verdes ojos y largo cabello sujeto por una diadema hecha con una rama de sauce llorón.
- Mi compañera de armas. No puedo conducir y combatir a la vez.
- Sería un honor morir protegiendo a esta ciudad –dijo Huécar, el espíritu del río invocado por Poseidón, inclinando levemente su cabeza en dirección a Zeus.
El olímpico correspondió su gesto y, acto seguido, hizo brotar de su mano el rayo. Zeus, Poseidón y Hades estaban preparados para la batalla definitiva.
Apenas un kilómetro los separaba del sitio donde Cronos seguía invocando a sus esbirros. El viento arrastraba aullidos salvajes y gemidos lastimeros, pues los siervos del titán padecían bajo su mando. Sin embargo, sus quejas no despertaban compasión. En el momento que brotaban del oscuro agujero del suelo, se dispersaban por los alrededores, atacando con sus afiladas garras y dientes a los conquenses. No hacían distinciones.
Asqueados por este grotesco espectáculo, los tres dioses se lanzaron a la carga. Hades se alzó del suelo, mediante una negra bruma que le cubría los pies y lo impulsaba, seguido por tierra por el ágil Cerbero. El carro dirigido por Huécar parecía perseguir al can, mientras el grito de guerra de Poseidón rebotaba por las paredes de la hoz. Zeus no tenía forma de volar sin metamorfosearse, y su apariencia de águila había demostrado ser ineficaz contra Cronos. Así pues, llamó a su cabalgadura:
- ¡Pegaso, te necesito!
Y de los cielos, cayendo en picado como una flecha, descendió raudo el caballo alado, blanco como la nieve, resoplando furiosamente por sus ollares. Zeus lo montó y galopó en pos de sus hermanos, hasta que el batir de alas de Pegaso los alzó del suelo. Pronto les dio alcance.
Si bien al principio Hades y Poseidón habían mostrado reticencias para combatir, ahora que la batalla era un hecho no dudaron en ponerse a las órdenes de Zeus, adoptando cada uno su rol de manera natural.
- ¡Hades! Tú te encargarás de los seres voladores. Evita que se esparzan demasiado. ¡Dales caza y abátelos! Poseidón, tú ocúpate de las calles. Acaba con las criaturas que acosan a los humanos y protégelos. Yo, por mi parte, atacaré a Cronos directamente, así evitaré que invoque más ayudas. ¡Adelante ahora, y que no os detenga ni el temor ni la fatiga!
Pronto estaba cada uno atendiendo su misión. Hades invocó a sus legiones de muertos, que se filtraron por el suelo como si fuera un humor de la tierra, y se lanzaron, silenciosas cual brisa que apaga la vela, a perseguir a las bestias aladas. Comenzó entonces un baile frenético. Los muertos eran inasibles y sus enemigos no sabían cómo defenderse. Sin embargo, pronto desarrollaron una inesperada estrategia que mostraba su vileza a la vez que remediaba parcialmente su problema: organizar grupos para el sacrificio, con el fin de concretar allí las almas de los muertos y que el resto pudiera escapar para seguir matando libremente. De estos, unos ascendían hacia el casco antiguo; otros se esparcían hacia Carretería; otros, directamente, arremetían contra la ventana de un piso y desde dentro iban allanando las casas. Una bestia especialmente corpulenta, que parecía tener más inteligencia que las fue el blanco de Hades. Fue derecho a por él y comenzaron a luchar.
Por su parte, Poseidón acudió fue la calle San Francisco. Allí los siervos de Cronos se habían hecho fuertes, acorralando en el centro de la calle a los aterrorizados conquenses. Poseidón pasó arramblando con su carro, repartiendo mandobles de tridente a diestro y siniestro. Huécar dirigía el carro admirablemente, intuyendo la desestabilización generada por Poseidón y anticipándose mediante una habilidosa sacudida de brida. Los hipocampos respondían al instante, como si pudieran comunicarse telepáticamente con los guerreros que transportaban.
Zeus se dirigió nuevamente contra Cronos. Esta vez iba más preparado, blandiendo el rayo en la diestra y cabalgando sobre los lomos de Pegaso. Pero no era un simple esbirro el que dirigía todo este ataque. El titán ahora veía cómo los tres hermanos se organizaban para frustrar sus planes, pero tenía una mentalidad fuerte y experiencia en el combate. Con sus gigantescas manos agarró un edificio que tenía frente a sí. La fachada se desprendió como una capa de azúcar, y los fragmentos que había arrancado fueron lanzados contra Zeus y Pegaso. El animal vio venir los proyectiles y se cubrió con las alas, donde algunos cascotes impactaron sin consecuencias. Recuperó su posición inicial un instante antes de ser golpeado por el largo brazo del gigante. Zeus, aprovechando la corta distancia, asestó un mandoble con el rayo y abrió una sangrante herida junto al codo del titán. Cronos emitió un alarido furioso, y arremetió con mayor energía.
“Esto no puede seguir así”, reflexionó Zeus. “Apenas puedo defenderme, mucho menos herirlo de gravedad. Necesitaremos un ataque todos a una”.
Así pues, Zeus se alejó del titán y fue a buscar a sus hermanos. Había urdido un plan y necesitaría su ayuda para ponerlo en práctica. Dio alcance a Hades en Mangana, donde Cerbero había inmovilizado al horrendo capitán lo justo para que el señor del inframundo le diera el golpe de gracia. En dos palabras explicó su plan el rey del Olimpo. A Poseidón y Huécar los encontró en el puente de la Trinidad: ya habían librado Carretería de las bestias y se disponían a subir al casco antiguo. También supieron qué hacer en seguida.
Confabulados los hermanos, Zeus se dirigió nuevamente contra el titán que, al verse libre de la molesta presencia del dios, se había puesto a pisotear y golpear los edificios del Camino Cañete. Hay se disponía a derribar el colegio de La Paz cuando Zeus le increpó.
- ¡Padre! Esta vez no me limitaré a desterrarte. Pero tienes una última oportunidad para redimirte. ¡Detente!
El titán respondió:
- No puede haber vida en este mundo. ¡Sólo muerte!
Entonces Zeus no dudó.
- ¡Sea como quieres entonces! ¡Adelante!
Y Poseidón, impulsado por los vigorosos hipocampos, se lanzó a toda velocidad hacia Cronos. Recto como una flecha, con el tridente por punta, el dios de los mares chocó brutalmente contra el pecho de su padre. Este, tratando de recuperar el equilibrio, echó un pie hacia atrás, pero Hades se había puesto detrás de él, sujetando firmemente con ayuda de Cerbero la cadena del can. Cronos se tropezó con ella, cayendo de espaldas en el patio del colegio. Sin dejarle que se recuperara, Zeus, se apeó de Pegaso desde las alturas y, cayendo en picado, golpeó con el rayo el corazón del titán. Al impactar, un resplandor intensísimo inflamó la piel de Cronos, mientras sobre su cabeza parecía que la bóveda celeste fuera a derrumbarse.
Una expresión de perplejidad desfiguró rostro del titán, y la vida que había animado sus miembros y sus pensamientos crepitó, vaciló y se extinguió para siempre.
Una amalgama de sentimientos asoló a Zeus: por un lado, se sentía halagado por haber derrotado a su enemigo y haber salvado el mundo; por otro, esto parecía poner punto final a sus aventuras. Ya no quedaba nadie con quien luchar y, de una vez por todas, debería retirarse.
Cuenca había sufrido daños, pero no estaba herida de muerte. Los conquenses podrían reconstruirla, más aún cuando la maligna influencia que los envolvía sutilmente había desaparecido. Surgiría más fuerte que nunca.
Los tres hermanos conversaron. La complicidad había renacido entre ellos. Las diferencias persistirían, pero siempre serían de la misma sangre y eso, al final, manda sobre todas las cosas. Se despidieron sin emotividad y cada uno regresó a sus dominios.
Zeus retornó al Olimpo. Ganímedes lo esperaba junto al trono, tan zalamero como siempre.
- ¿Te lo has pasado bien por la Tierra? –preguntó risueño.
Zeus estaba exhausto. No tenía ganas de conversar.
- Apenas me ha sucedido nada –mintió–. Me retiro a mis aposentos. Que nadie me moleste.
Ganímedes asintió, pues sabía que su amo no quería ser molestado, pero no pudo disimular una mirada suspicaz.
Zeus se acostó en la cama. Contempló a los aburridos animales que poblaban los jardines, claramente satisfechos en todas sus necesidades. El dios cerró los ojos y, cuando se durmió, una enigmática sonrisa seguía adornando su cara.