Zeus visita Cuenca (II)

Zeus visita Cuenca (II)

Apurando su primera jarra de cerveza mientras se apoyaba en la barra, Zeus contempló la estancia en la que se encontraba. Sin duda, este sitio no era la entrada a los dominios de Hades, ni el mortal que tenía enfrente era su guardián.

La primera sala a la que se accedía desde la calle era estrecha, alargada, con desconchadas paredes pintadas de colores rojos y negros que incrementaban el agobio causado por la ausencia de ventanas. Resquebrajadas baldosas de cerámica gris cubrían el suelo, siendo sustituidas por otras negras, igual de rotas, en las estancias adyacentes. Tras la barra, cuya colocación no permitía que dos hombres avanzaran caminando de frente, botellas de ondulantes formas contenían licores desconocidos para el paladar de Zeus.

Sin embargo, y a pesar de esta flagrante carencia de nociones de interiorismo, algo había en el ambiente que resultaba agradable, reconfortante, como si llegaras a un sitio conocido pero olvidado. Los anuncios de las paredes –un certamen de poesía, un paseo con dinosaurios, un partido importante el fin de semana– eran indicio de que las gentes con sus iniciativas eran bienvenidas; la descuidada manera en que los taburetes se colocaban en torno a la barra indicaban que se te quería cómodo y cerca de la bebida; y un no sé qué en la postura del mortal, en su abstraída forma de mirar, en la naturalidad con que ejecutaba las tareas propias de un tabernero, transmitieron a Zeus que se encontraba en el sitio al que uno va cuando sabe realmente lo que quiere, siendo innecesarias, e incluso indeseables, las pomposas ornamentaciones de otros lugares.

  • Ponme otra ronda, mortal. En razón de que tu función es la de escanciar brebajes más que la de orientar las almas de los muertos, a partir de ahora me referiré a ti como tabernero. Así que, ¡venga! ¡No ralentices tu labor y sírveme!

Teo, pues así se llamaba el recién reconocido tabernero, había visto muchas cosas durante sus largos años atendiendo borrachos y desquiciados, por lo que no le escandalizó que un viejo de blanca guedeja guarnecida por una gorra y barba del mismo color, vestido como un rapero (tal era el aspecto del transeúnte que Zeus tomó como modelo para metamorfosearse), le hablara de una forma tan extraña. Pero esta misma experiencia le advirtió de que debía cerciorarse de un asunto:

  • Te serviré todo lo que quieras, pero el dinero por delante.
  • Veo que conoces tu oficio, tabernero. El dinero por delante, así ha de ser. Acepta, pues, este pago. Será suficiente, ¿verdad?

Y con mirada escrutadora, Zeus extendió su mano, donde se había materializado una pepita de oro. Raudo, con ojo de tahúr, Teo notificó la calidad del mineral y sin dudar confirmó que eso cubría sus gastos para toda la velada. Rellenó la jarra del dios y se retiró a la otra punta de la barra para examinar más detenidamente aquella atípica forma de pago.

Zeus entonces decidió que visitaría el resto de estancias del local, para ver si con suerte en alguna de ellas se estuviera celebrando un combate. Al entrar a la que tenía a su espalda, descubrió a varias personas organizadas en torno a dos artilugios. Uno de ellos era una especie de mesa rectangular cubierta por un tapete verde sobre la que se apoyaban bolas de colores lisas y rayadas. Era evidente que se trataba de algún juego, pues los participantes se turnaban para golpear una bola blanca con un palo de madera, procurando que esta rebotara en las bolas de colores para que se introdujeran en unos agujeros repartidos por los laterales de la mesa.

No le pareció nada emocionante, así que observó al otro corrillo mientras sorbía su cerveza. Varias personas, agrupadas por parejas en torno a una suerte de mueble de madera, agarraban con cada mano el mango de unas varillas que atravesaban unos muñecos metálicos, los cuales le recordaron a los hombres recién nacidos de los dientes de dragón plantados por Cadmo. Girando sobre su eje, golpeaban una bola tratando de introducirla en una oquedad ubicada en cada extremo del aparato.

Este último juego le pareció más entretenido (al menos aquí puedes demostrar tu potencia física, pensó), pero su atención se desvió hacia otra zona desde donde provenían unos golpes sordos. Al acercarse, entendió que acababa de descubrir su competición favorita.

  • Saludos, contendientes. Decidme: ¿cómo se llama este juego en el que os enfrentáis?

Un atípico silencio envolvió a los jóvenes. En un instante, sin necesidad de coordinarse, entendieron el enorme potencial de diversión que tenía seguirle la corriente al estrafalario viejo que les hablaba.

  • Se llama diana –contestó el más rápido–. ¿Quieres probar? Toma estos tres dardos y trata de clavarlos en el centro.
Zeus tirando a los dardos. Fuente: Runtxu Cano
Zeus tomó los dardos y se colocó en la posición indicada. Los chavales a duras penas contenían la risa de tan ridícula como era la situación. Sin embargo, Zeus, con gesto casual, clavó los tres dardos, uno por uno, en la diana doble. Los muchachos se quedaron boquiabiertos.
  • Más –exigió Zeus.
Le alargaron todos los que quedaban, un total de nueve dardos. Zeus los clavó, uno tras otro, en el mismo lugar, hasta que la diana quedó oculta por las plumas.
  • Eso… ha sido… ¡INCREÍBLE! –exclamó extasiado uno de los jóvenes– ¿Cómo lo has hecho? No me lo puedo creer… ¡Eres el mejor lanzador de la historia!
  • ¡Pues claro que lo soy! –se carcajeó Zeus– ¿Acaso no fui yo el que fulminó a Faetón cuando perdió el control del carro de su padre? Ese sí que fue un disparo complicado… Y aun así, ¡acerté a la primera!
Los jóvenes no sabían de qué narices estaría hablando, pero poco les importaba con tal de que siguiera demostrando sus habilidades; a Zeus, por su parte, no le molestaba este familiar trato con unos simples mortales, siempre y cuando le siguieran entreteniendo como hasta ahora. Desclavaron los dardos y Zeus siguió tirando. La bebida nunca faltaba: Teo se preocupaba de ello. Más y más mortales se iban arremolinando en torno al dios. Todos alababan y ensalzaban sus habilidades y su no menos impresionante capacidad de beberse jarras y jarras de cerveza sin desplomarse:
  • Es espectacular. Este hombre tiene el aguante de un titán.
  • ¡Brutal! Es un dios de los dardos.
  • ¿Cuánto tiempo podrá seguir así? Este tipo es sobrehumano.
Zeus estaba cada vez más embriagado. Por un lado, los elogios y adulaciones lo envanecían, cualidad que el rey del Olimpo tenía bien desarrollada y nunca se daba por satisfecha; por otro, el alcohol, que en su forma primaria apenas le afectaba, le estaba intoxicando al estar metamorfoseado. En estas condiciones, Zeus tuvo una brillante idea.
  • ¡Mortales! –exclamó elevando su voz por encima del bullicio– Vamos a invocar a mi hijo Dioniso, dios del vino. Para ello, alzad vuestros vasos al cielo y gritad:
Dioniso, yo te invoco. ¡Tráete vino, que queda poco! La multitud hizo lo que se le pedía. Ya no les importaba que fuera ridículo: mientras el viejo siguiera con el espectáculo, cualquier absurdez que dijera le sería tolerada. Pero ¿cuál no sería su sorpresa cuando una cabeza de áureos bucles, delicada piel e infinitamente perfecta sonrisa se asomó tras la jamba y dijo… ¿Alguien necesita vino?? Y entró a la sala con un descomunal odre mágico, inagotable por mucho que se vertiera su contenido, que depositó encima del futbolín.
  • Sujetadme eso bien, soldados –dijo señalando jocosamente con un dedo a los muñecos– ¿Qué tal, padre? Hacía muchísimo tiempo que no sabía de ti. Creía que ya te habías retirado de estas correrías.
  • Así era, Dioniso, pero el tedio del día a día estaba acabando conmigo. Oye, ¿por qué no animas esta fiesta? Tu viejo padre necesita relajarse…
  • Será un placer –replicó. Y alzando la voz hacia la multitud, colocándose en el centro de la estancia, exclamó– ¡He traído el mejor vino de Quíos! Es consumido por los dioses en sus palaciegos estancias, tal es su calidad. Y yo, Dioniso, dios del vino, lo traigo aquí para convidaros. ¡Adelante, servíos sin temor! Y además… ¿Quién se atreve a enfrentarse a mí en un embriagador duelo digno de las más lujuriosas bacanales?
Zeus y Dionisio. Fuente: Runtxu Cano

Ante el anuncio de vino gratis para todos, los asistentes vitorearon enfervorecidos; cuando Dioniso propuso el duelo, sólo dos valientes dieron un paso al frente. Uno de ellos era enjuto, de piel tostada, ataviado con una elegante chaqueta de cuero y delicadamente peinado; el otro era más alto y robust, desgarbado, barbudo y tocado con un gorro.

  • ¡Aceptamos el desafío! –exclamaron al unísono.

Y el barullo, liderado por la tintineante risa de Dioniso, se reanudó con intensidad redoblada.

En esta circunstancia, Zeus pasó a un segundo plano, donde pudo concentrarse en su siguiente tarea. 

¿Sería capaz de llevarla a cabo?

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