Vuelos cotidianos
Las noches se descuelgan
suavemente en el cielo
colándose por mi ventana,
y el alba me atrapa justo
cuando creía estar dormido.
Sigo aquí, mirando tras el vidrio,
embobado en ningún sitio.
Unas nubes pintadas por Monet
quieren jugar con la luz tempranera
encabezonada en escaparse.
Mientras, en mi habitación
se mezclan olores de convento,
sueños vencidos y fruta podrida.
El cristal de los edificios brilla
y refleja una bandada de grullas
justo cuando un solitario mirlo
vuelve a anunciar la vida.
Un obstinado zumbido en las alturas.
Levanto mis pupilas y un avión
como un blanco cisne cruza el cielo.
Siempre creí que los aviones
eran parsimoniosos pájaros:
que iban vacíos y que volaban, sin rumbo, a ningún sitio.
Hoy, tras ver descolgarse
tantas noches del cielo
y ver brotar el alba
de la grieta del horizonte…
Sé que es lo contrario.
Que son los pájaros que veo desde mi ventana
los que van cargados de miedos, sueños y miradas,
y que, además, conocen perfectamente su destino.