Son las 11.15 y eso significa una cosa: recreo. Eli recoge corriendo su estuche y mete los libros atropelladamente en la mochila, sin prestar ya mucha atención a lo que la profe les está diciendo sobre la excursión de la semana que viene al Museo del Ferrocarril. Le da igual, ya se enterará, ahora solo le importan los 25 minutos que tiene para ir corriendo a la biblioteca y recoger el siguiente libro que Lourdes, la bibliotecaria del insti, le tenga preparado.
Eli no es la niña más popular de su instituto, tampoco del pueblo, y ni siquiera tiene muchas amigas, sin contar a Sofía, aunque esta cada vez le dice más que está siempre en las nubes y ya no le interesan tanto las historietas y aventuras que Eli se inventa cada mañana para hacer el camino a clase más ameno. No juega en el equipo de voleibol como el resto de las niñas de clase, ni encuentra interés alguno en pasar la tarde haciendo tiktoks en el parque. Para el resto, es “la cuatroojos” que pasa horas zambullida en un libro distinto cada semana en un rincón del patio, en el banco, en la acera o en las escaleras del polideportivo.
- ¡Hola, Lourdes!
- ¡Hola, querida! Ya te estaba echando de menos.
- ¿Qué tal el cumple de tu nieta? ¿Le gustó el libro que le regalaste?
- ¡Le encantó! Ya lo está devorando, muchas gracias por aconsejármelo, Eli, porque ya me estaba quedando sin ideas.
- ¡De nada! El Club de los Cinco nunca falla, yo me los leí todos seguidos el verano pasado. Bueno, ¿qué tienes preparado esta semana?
Lourdes conoce a Eli del pueblo, de toda la vida, y aún recuerda lo mucho que le sorprendía la insaciable curiosidad de esa niña desde bien pequeña. Desde hace dos años, tienen su particular club de lectura en el que ella le prepara un libro sorpresa por quincena a cambio de su compañía y sus interminables charlas sobre cada uno de esos libros, o de cualquier otro que se esté leyendo en ese momento. Hace años que la biblioteca se mantiene en un limbo a punto de desaparecer, y teme que esto acabe pasando, así que aprovecha cada oportunidad para alimentar a las pocas mentes lectoras que aún entran por esas puertas.
- Pues te he traído algo completamente distinto a la última vez, pero es que creo que tienes que seguir conociendo a “los clásicos”.
- ¿Es Frankenstein? Lo mencionaste hace unas semanas y he estado buscando información sobre Mary Shelley, ¡qué mujer tan interesante!
- Mmmmm…¡frío! Aunque te prometo que lo voy a volver a pedir al centro, a ver si esta vez no se pierde. Eso sí, la cosa sí va de mujeres…mujeres de casi tu misma edad, además. Eli, te presento a Meg, Jo, Beth y Amy, las Mujercitas de May Alcott. Me sorprende que no te lo hayas leído, pero ahora ya podremos comentarlo. Algo me dice que sé con cuál de ellas te vas a sentir más identificada, pero mejor me lo cuentas en 15 días, ¿te parece?
- ¡Vale! ¿Cuál es la tuya?
- Diría que soy un poco Amy, pero mejor lo debatimos cuando te lo hayas terminado, ¿vale?
- Bueno, y qué, ¿qué tal con Marina?
- Madre mía, Lourdes, tenías razón, hacía tiempo que no leía algo tan bonito y tan triste a la vez. Tengo que reconocer que La Sombra del Viento me gustó más.
- Mujer, no me sorprende, pero porque tú también querrías perderte para siempre en ese Cementerio de los Libros Olvidados, ¿a qué sí?
- Supongo… aunque tendré que terminarme la saga, ya se la he pedido a mis padres para el cumple. Por cierto, ¿te he contado ya la leyenda del Tibidabo?
- No, esa aún no me la has contado, pero ya otro día, que como vuelvas a llegar tarde a clase, me van a echar la culpa a mí. Anda, tira, y en dos semanas me cuentas eso y qué te ha parecido Laurie.
- ¿¿Quién??
- ¡Ya lo verás! ¡Adiós, bonita!
- ¡Adiós, Lourdes!
Eli no puede evitar abrir la primera página nada más cerrar la puerta. “Navidad no será Navidad sin regalos -murmuró Jo, tendida sobre la alfombra”.