La envoltura azabache
y malteada de la noche
ha roto los espejos.
Las imágenes desvanecidas,
la nieve de arena engullida.
Mas queda el sabor esquivo
de unos labios sabineros,
el rozar de unos susurros carmesíes,
el palpitar de la tierra andaluza
bajo insensatos pinares,
el sudor de las manos silenciosas,
-aroma de olivar al amanecer-
y el canto de un mirlo
entre las fisuras del sol.
La mañana es el espejo
de la mirada de la noche.