Hablaré de la mierda.
Me arrastré, entendí el vicio de la nada.
Follé en un portal hasta vomitar.
Tuve para aprender y lo desperdicié.
Conocí a ingenieros y poetas,
me desarrollé con filósofos y borrachos.
Disparatados, gente absurda, inteligente.
Mi necedad es necesaria para la admiración
y la explicación del conocimiento para la tranquilidad.
Salí fuera a mil ventanas, a mil barandillas
con aceras y ríos.
El Huécar o el Júcar daban igual, estaban y los quería.
Solo un cigarro,
quizá arrancarle el gaznate a mi padre y mis orejas por el llanto de mi madre,
solo de alegría.
Aunque no hacen falta mis pasos por aquí.
Lloraré frente a la tragaperras de algún bar,
con un periodista, un amigo.
Odié a grandes músicos y olvidé el contexto.
Quisimos esconder poemas en la sala Acua.
Desafiar la patafísica.
Me pelearía con Houellebecq
como si fuese el facha de mi barrio,
y, por esa bruteza,
que me enseñe el poema que le hizo a Cuenca.
Un poema cojonudo. Sublime
Fiero, real, palpitado desde las entrañas.