Conocí a Primitivo una tarde de primavera, bajando por el barrio de San Martín. Tras un recodo se escondía un callejón y al fondo me sorprendió una escena nada habitual en Cuenca: un hombre sentado a la puerta de su casa observaba a tres ocas que graznaban junto a él. Sin acercarme demasiado, porque es sabido que las ocas pueden ser agresivas, inicié una conversación en la que pregunté por los nombres de los animales. En un tono afable y sosegado, el dueño de las aves presentó a Alba, Nevada y Berta (la oscura).
Al poco dije textualmente: ¿y usted, que es el importante, como se llama? Y su respuesta inmediata fue un compendio de sabiduría animalista porque me corrigió con dulzura diciendo: “No, yo no soy el importante”. En esa frase estaba encerrada la filosofía que presidiera su vida: un amor desmesurado hacia los animales. Aun así, las palabras no eran todo. La pequeña conversación iba salpicada de una frase repetida como un mantra: “gracias por reparar”, que acompañaba con el ademán de llevarse la mano derecha al corazón. Era sobrecogedora su actitud humilde, porque en todo caso la gratitud debía ser inversa, era él quien había concedido el privilegio de conocerle en ese breve encuentro inolvidable.
Abandoné el callejón como si un haz de luz me hubiera fulminado, dejándome una sensación de ingravidez, de nirvana. Había sido un momento placentero, un encuentro mágico. Y satisfecha por el aprendizaje, por la lección impagable que había recibido de aquel desconocido “sin importancia”, me propuse volver a ese universo zen con cierta periodicidad, para no invadir su vida de asceta. Hasta en cinco ocasiones le busqué en su rincón de Noe, pero nunca más volvería a verlo… ni estaba en su silla de enea ni respondía a mis llamadas ¡Cuanto me hubiera gustado conversar con esta figura tan singular que apuntaba maneras de filósofo, a buen seguro autodidacta!
Su comportamiento tranquilo y respetuoso permitían adivinar en él una personalidad más oriental que conquense –en el polo opuesto, quizás- Y de ahí su admiración a Japón, a juzgar por esa relación epistolar con el embajador de ese país en el nuestro, de la que dio cuenta a la artista nipona afincada en Cuenca, Keiko Mataki. Cuenta la viuda del también artista Okano que llegó a regalarle camisas de su marido y está segura de que las aceptó por su procedencia japonesa. Primitivo era estoico y, como tal, austero, pero contaba con recursos suficientes para vivir sin necesidad de ayuda.
Desde que murió su pareja, Carmen, hará unos seis años, Primitivo se dejó llevar por la tristeza. Habían sido 25 años de convivencia tras conocerse en el hospital: ella, más joven, con su diálisis; y él, con la ceguera en ciernes – sólo un diez por ciento de visión- a causa de la diabetes con que nació. Desde la muerte de su compañera, convivió en igualdad de condiciones con sus tres ocas, el guacamayo Lucas, de 102 años, el gallo Archival, muerto hace un año a la edad de 28, porque “duran lo que queramos los humanos” decía, indignado por el trato infame a los animales, las corridas de toros y las tendencias actuales que llevan a comer todo animal que se ponga a tiro de chef. Se declaraba harto del maltrato animal hasta la lágrima.
Las citadas aves, amén de algún periquito, vivían juntas en el interior de una casa en la que el espacio más reducido quedaba para el humano. Y junto a la casa-corral (que había sido vaquería en vida de sus padres), un huerto plagado de árboles “preciosos”, según calificativo de un testigo presencial, y hasta 300 cactus, algunos de especies únicas. Un hombre singular, de vida incomprendida por algunos vecinos que juzgaban mal su excentricidad. Sin embargo, Esperanza Cotillas, profesional de la Sanidad que le trató mucho tiempo, asegura que no ha visto persona más cuerda en su vida. Y lo describe como “un ser telúrico, una fusión con la tierra, con la Naturaleza y con los animales, una persona culta, educada, sensible, espléndida en todos los sentidos. Una persona intuitiva, porque vivió con la intuición, no tenía otra opción”.
Su opción de vida fue un respeto supremo a la Naturaleza y a los seres que la habitan. Por eso los cuidaba y los nominaba. Y cuentan que a las ocas les hablaba en arameo –esta vez literal, no metafórico-. Y tal vez su celo les transmitía hasta inteligencia. Cuenta Esperanza que ella estaba enamorada del gallo Archival porque llegaba a tener conversaciones con él: “lo entendía todo, y con los ojos me respondía” Si así habla una ajena a ese entorno animalista ¿Qué no diría al respecto el propio dueño del gallo? Primitivo desprendía una dignidad asombrosa que calaba en quienes le conocían. De adorable le calificó el barbero que algún día acudió a afeitarle. ¿Quién no se iba a enamorar de él?, comenta la persona que le trató como asistente social del Ayuntamiento.
Porque la soledad y su precaria salud la mitigaron varios profesionales, los mismos que ahora se muestran doloridos por su ausencia, tras un infarto sufrido en la calle estando pendiente de una operación…programada quizás demasiado tarde.
Había cumplido 72 años…de humano.