Laberinto de recuerdos

Laberinto de recuerdos

Comentario de la autora

Creer que la poesía solo tiene una lectura es, sin duda, un error. Incluso me atrevería a afirmar que su esencia reside en que se le aporte un sentido personal. Por ello no pretendo redactar un exhaustivo análisis de los versos anteriores, sino reflejar ciertas aclaraciones que sí son interesantes a la hora de la comprensión de los mismos. Así, a la hora de dirigirlos hacia la propia experiencia y sensibilidad tendrán un sentido mucho más profundo.

Para entender el trasfondo, debemos hablar (muy brevemente) del mito del Minotauro. Como “hijo” del rey Minos (más exactamente, de su mujer Pasífae), nuestro protagonista es una monstruosa criatura con cabeza de toro y cuerpo humano: el Minotauro. En su laberinto cretense, su hogar, recibía oleadas de jóvenes atenienses dispuestos a ser devorados. Sin embargo, la llegada del príncipe Teseo supondrá el fin de su vida. Aunque la hazaña no la realizó únicamente por méritos propios, sino que Ariadna lo ayudó. Ella, también hija del rey Minos, al caer enamorada puso todo su empeño en que Teseo saliera del laberinto con vida. Así, le dio una espada con la que matar a la criatura y un hilo con el que deshacer el camino. Teseo, en el desenlace, consigue matar a Asterión (nombre real del Minotauro) y partirá hacia su tierra junto a una Ariadna extasiada de amor. Aunque no por mucho tiempo… Pero eso… Es otra historia. 

No es necesario ser un gran entendido de literatura para reconocer la similitud entre este mito y relatos posteriores como “Hansel y Gretel” con sus migas de pan o “La casa de Asterión”, un pequeño cuento de Jorge Luis Borges. Con gran belleza descriptiva, tras su lectura no pude evitar reflejarlo en mi obra. Algo curioso de este autor es que el número catorce era el infinito.  

En el inicio, se describe cómo se siente el ateniense al entrar en el laberinto. Si prestamos atención, observamos que, los adjetivos, se tratan de sinónimos paralelamente. En el origen etimológico de “fascinado”, encontramos el significado de “engañado”. Si Teseo quedara atrapado en sí mismo y creyera que no hay nada fuera de sus propios recuerdos, estaría siendo engañado. 

A continuación, la palabra “catábasis” delata la bajada a los infiernos que supone esta experiencia. Como aquella que fue descrita por Dante en la “Divina Comedia”, pero tomando este subsuelo como las profundidades del ser.

La mención de una espina y un clavo desemboca en Antonio Machado y Rosalía de Castro, respectivamente. Podemos incluso deducir que Teseo tiene un recuerdo enquistado (a modo de clavo o espina) y para curarlo, necesita encontrarlo en las paredes del laberinto.

Hasta este punto, la obra sólo se refiere a la figura masculina. Es en la quinta estrofa donde se introduce otro personaje, esta vez alguien femenino.Ella siente la incertidumbre propia de quien espera. Y la siente tan intensamente que acaba por convertirse en desesperación. De ella se lamentan todos lo que la rodea: el silencio, el viento y la luna. Ella sostiene el cabo del hilo desde fuera, por amor. 

Mi laberinto no es de arena o ladrillo, sino de paredes color bermellón: Nuestro interior. Como cuando uno entra en sus pensamientos y encuentra que hay demasiados rincones y pasadizos, interrelaciones inexplicables entre recuerdos. En realidad, me atrevo a decir, todos pisamos laberintos o esperamos ansiosamente en sus puertas. Hemos sujetado el hilo desde ambos cabos. Pero, lo bonito y esencial, es saber que siempre hay otro alguien en el extremo opuesto.

Laberinto de recuerdos | Carmen Huélamo Moreno

Tú,                

Teseo.

 

Liga el cabo opuesto a las venas rumbo a tu corazón 

-acelerado, fascinado, enajenado-    

O tomarás por hogar catorce muros bermellón,                         

-precipitado, engañado, hipnotizado-.

 

Andas hacia el minotauro, catábasis afanada,

en busca de deshacer a ese esclavo del rencor.

Pero olvidas que no hay espada suficiente afilada

para lidiar contra la ira, la pena, el dolor.

                   

¿Quién te ha arrastrado hasta el laberinto de recuerdos? 

Tal vez un tiempo alejado alienta cada pisada.   

Arranca la espina, el clavo, la pena de tus cimientos, 

la nostalgia no cicatrizada, ensangrentada.

 

Mas no ignores que en el umbral a la casa de Asterión            

una rosa casi marchita, de pétalos vacía,

reposa sobre un hilo rojo de desesperación,

una muchacha dolorida, ¡cuánto por ti amaría!

 

Acurrucada en la quietud del tiempo pide al silencio

el murmullo de tu voz tan honda y lejana,                                  

y en su repuesta aprecia un delicado lamento, 

un canto a cada lágrima de aquella alma humana

 

Por ella lloran las vaharadas del viento pasajero

-como hay dos pasos entre amor y sufrimiento-

cuando, solo por sentir de nuevo, recorrió el primero,             

pronunció tu nombre, portador de mal sentimiento.

 

Nexo de dos mundos ajenos, posa una luna extraña

que no solo ella admira sino eriza la blanca piel.

En los ojos platinos luz nocturna se empaña, 

porque sus manos ansían y aferran esa hebra de hiel.

 

Ella, 

Ariadna.

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