Desesperar, de Juan Ignacio Cantero de Julián
(Poemario: Deshacer el amor)
Ahora que estoy aquí esperándote
no sé lo que espero de ti.
Espero que seas feliz
y que no vuelvas nunca.
Espero que me recuerdes
cuando estés sola y vacía
y que esperes mi regreso desesperada.
Espero que no vuelvas inesperadamente a aparecer
en medio del olvido
y que no recorras el camino de vuelta.
Que no desandes lo andado
porque hace tiempo
que tus cuervos se comieron las migas de pan
y hace poco
que recuperé los ojos que me sacaron.
¿Y qué esperabas?
Me he cansado de esperarte.
Ectoplasma, de Noldo Cash (Instituto Indigenista Internacional)
Ahora estoy llorando en sueños.
Con inmensa felicidad mientras piso uvas después de mi boda con ella,
entre cientos de miles de kilos de fruto,
noto lágrimas físicas que caen de mis ojos
y estoy a cientos de miles de galaxias oníricas,
lágrimas dulces se deslizan hasta la almohada.
Desolación y alegría al saber que esta realidad está en el subsuelo,
aguarda detrás de puertas secretas en paredes de Budapest,
estrechos corredores oscuros recorridos por muertos familiares cuyos consejos resuenan como
por altavoces ocultos.
Debo recoger todo para la mudanza de mi amigo,
sus recuerdos y los míos,
escuchar sus discos,
repasar sus videos,
atender llamadas de médicos paralíticos,
solo quieren ser aullidos de mendigos inexpresivos,
como entes en el éter fluido de esos sueños fríos,
sombras que se desplazan sin sonido,
cuevas abandonadas de pueblos fronterizos,
entre sus mundos y los míos
El compás de tus tacones, de Soco Cordente
Llegas a altas horas dando vida y nombre a mis noches como un rayo que traspasa y trasciende, dejando atrás y al compás de tus tacones los aplausos en silencio.
Y me refugias en tu melodía, esa que logra arrancarme alguna lágrima que me cuesta revelar.
Aquí no hay papel de fuerte y débil, somos ambas cosas por igual; la veleta de la sensibilidad, de nuestros entusiasmos o desasosiegos, de nuestros días «dependes», que gira y nunca se queda apuntando al mismo lugar.
He aprendido a vivir así, pero contigo.
Acepto las reglas del juego y comprendo que, por exigencias del guion, debas jugar a seguir siendo la actriz a cambio de no ver tus deseos incinerados.
Busco día tras día pedazos de cielo que hagan recompensarnos.
Y cuando estamos a solas, te miro y muero al escuchar cómo vuelan en el aire las notas que me dedicas para dar luz a tus días y arropar un poquito mis sueños.
Bellos recuerdos cuando renaces, de Eduardo Bollo Miguel
Bellos recuerdos cuando renaces,
y el dolor se reduce
a una gota de sudor
en el extremo de la almohada.
Cuando el ocre invade nuestras riberas
y el frío se traduce en ruidos de mudanza.
Nuevos ojos, nuevos sueños.
Un futuro incierto y bello.
Las enseñanzas de un hombre viejo
rodeado de almendros ya muertos.
Bellos recuerdos cuando renaces,
y la luz acuna tus anhelos.
Y la Muerte sólo acecha
en breves momentos de miedo.
El pasado fue un paisaje a la luz de mi memoria, de Adrián Heras Martínez
La luz se difumina en las últimas horas de la tarde
Apagada, como en un folio sucio.
El cielo amarillento de las fotografías viejas
Ilumina ángulos extraños tras los muebles del salón.
El pasado fue un paisaje a la luz de mi memoria
La luz atravesaba los poros del tiempo
Escondido, vacilaba en cada estampa
Asumiendo lo perdido y lejano a la mirada
Lo cabrón que es el olvido
Con las malas pasadas.
(Siento como mi poesía se resiente y divaga
Sin el asidero firme de la melancolía insistente
Del pasado apabullante en el que recaía.)
Se ha despegado de la suela de mis zapatos
Y la indiferencia se ha tornado en parasol.
En el viento, de Eugenio Escamilla
Yo solo quiero el viento,
Solo el viento
No quiero el peso oscuro de la tierra
Quemándome los párpados
No quiero su frío silencioso cegándome los labios
Prefiero la luz de las copas de los árboles
El rumor de las plumas El color de los cantos
El viento Solo el viento
Navegar en el viento Soñar en el viento
Vagabundo del viento para siempre
Y que el viento os diga un día
Mi nombre en el oído
Como un secreto en la lengua de los pájaros.
En Cuenca, de Paz López
En la ausencia de oscuridad
con el valor hecho sílice
y carne.
Bajo techumbres centenarias
y el rumor cómplice de mares estrechos
que apaciguan la ansiedad de las cerezas.
En las grietas ancestrales y sabias,
en los recovecos sinuosos del laberinto,
donde el tiempo se detiene
y se me escapa.
Sobre la alfombra reluciente de guijarros,
tras sus arcos ídolos
donde el farallón se yergue.
Aunque haya un desfile sordo de palomas ciegas,
aunque el grillo aúlle cuan lobo hambriento,
estaré aquí
donde siempre estuve.
Júcar de mayo, de Tirso Moreno
La ribera: sus latidos arenosos
saben a casa recién encalada.
Lejos las antenas de los tejados
son tristes alfileres de geranios.
El ruido y conversaciones vanas,
ancestrales tonadas de ruiseñor.
Ayer: sombras, mentiras y ritos.
Hoy: mariposas, lagartijas y mitos.
Pétalos de púrpura luna que aroma
de sol el verdor de la grama.
Ecos de tres búhos en la semilla del boj.
Arriba, roca desterrada del mar.
…y en la ladera tu compañía: pulso de mi corazón.
Abajo,
el verde agua cantada
y por cantar…
La noche, de Raquel Carrascosa Buil
Atravieso la negra seda de la noche
sobre la póstuma claridad alada.
Mientras la luna ilumina
siluetas de soledad,
el viento gime
entre las tinieblas del pensamiento.
Solo escucho el latido de un poema
bajo una mirada sin párpados, ni estrellas
como una luz lejana que despierta
en el cobijo de una oscuridad extraña.
La noche enmudece sobre la senda del olvido
en un espacio intemporal
y me siento atraída
hacia el perfil de tu sonrisa
impregnada de sombras y de labios
Mira, de María Elena Marín Marín
Mira,
desde los ojos huecos y oxidados
que aceitan los años de este lecho
de quimeras a propósito de inviernos,
cuando planto mi bandera en otra cima.
Mira,
cómo se pudre lenta la razón
que habita en el cajón de los reproches,
en las hierbas que devoran a la noche,
en la manzana envenenada de este cuento.
Mira,
porque las manos arrojadas que hoy ayunan
doblando aquella esquina indiferente
dibujarán al mundo en otro vuelo
contra el muro, sin seguro, contracorriente.
Y mira…
aunque al mirar no veas más que tu reflejo,
y los bosques secos en un plato,
y la puñalada de esta brisa enarenada
y la cosecha inmunda del olvido.
Mira, con el silencio apretando en cada esquina,
con la sal en los labios que no habito,
con el mismo tiempo, gota a gota,
con la herida fresca, con la luna rota.
Soledad, de Pablo Lázaro Cañas
Me fui porque tenía miedo
(o porque no lo tenía);
Me fui porque no era feliz
(o porque sí lo era);
Me fui porque era peregrino
(o por el arraigo a mi tierra).
Quería encontrar algo,
perder algo, construir algo.
Levantarlo, derribarlo.
Perseguía un sueño:
noble, ridículo, utópico
(o no lo perseguía).
Y mientras veía como mi casa
se reducía hasta el tamaño de un corazón,
de una nuez, de un grano de polen,
y la ciudad y el país desaparecían
tras el horizonte, tras una estela de polvo;
y cuando todo el planeta parece
un erial reseco y resquebrajado,
entonces uno se siente solo,
verdaderamente solo,
como una enfermedad de la que todos,
(temerosos, felices, peregrinos, soñadores;
valientes, desdichados, arraigados, realistas)
todos estamos contagiados.
Si me crece hay esperanza, de Javier Barreda Planelló
Como dos hojas de infierno
me rebanan las manos dos rayos de sol
abrasando una piel descuidada.
Surge mucho dolor en las hosquedades calcinadas.
Estoy sudando una ausencia
y el abigarrado cierzo se estampó
en mi cara, despeluchando las cejas.
La tensión sanguínea
provoca visiones positivas de un mundo
en el que nunca hubo una matanza en Hebrón.
Mi corazón galopa sin soplos, aunque los latidos están tan sincopados que me tiran al suelo. Y me tira ese suelo de dolor. Para la conciliación me arrastré por caminos con flores intentando replicar su olor. Encontré en un arbusto un busto donde mi senectud florecía. Ahora mi barba es blanca y mi corazón dorado y no encontré ese aroma. El busto era del diablo y del mal. Me hizo envejecer dejándome a las puertas de la liberación.
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