Me levanto como cada día sintiendo que vivo en el día de la marmota, los días se suceden, pero son todos iguales. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Un mes? ¿Un año? Una eternidad… Hoy me toca seguir componiendo para un documental. Menos mal que aún me queda la música para no volverme loco, para escaparme de esta realidad que nos ha tocado vivir. No puedo dejar de mirar por la ventana, me fascina, ver las calles vacías, la ausencia de ruido que se produce en la ciudad dormida. El silencio, tan necesario y a la vez tan inquietante…
He vuelto a mirar por la ventana. Se ha convertido en una rutina durante este mes encerrado, algo que me hace falta antes de ponerme a componer. Parece mentira que hace solo unas semanas estuviera en el auditorio ante la mirada atenta de cientos de personas, dirigiendo la orquesta. Y ahora aquí… solo. Dialogando con la inmensidad, con la nada.
Enciendo el ordenador y abro el programa, miro el piano y antes de pulsar cualquier tecla, de emitir cualquier sonido, me quedo pensando. El silencio. Sonrío, pues al pensar en ello no puedo dejar de recordar las palabras de mi profesor y amigo Manuel Murgui cuando nos explicaba que el silencio forma parte de la música. Vienen a mi mente imágenes de conciertos con la joven orquesta y me río pensando que en los ensayos hay de todo menos silencio. Qué forma más increíble de tocar música, con amigos, en familia.
Sigo componiendo. Se abre un plano de dron ofreciendo un paisaje montañoso de la Alcarria conquense. ¿Qué armonía será la adecuada para poder describir la belleza que tengo ante mis ojos? Armonía. Vuelvo a reír pues recuerdo mis discusiones con mi profesor Francisco Torralba. En esa época yo era un anarquista armónico, no comprendía por qué la música debía tener normas. Con la edad comprendí que en cierto modo son esenciales, aunque mi yo rebelde sigue luchando contra esa idea de ponerle ataduras a la música. Qué grandes recuerdos tengo de esas clases con Paco, del conservatorio de Cuenca, qué buenos momentos pase allí rodeado de amigos, de música. Cómo me cambio la vida, cómo me ha convertido en lo que soy.
Sigo con el documental y ante mí una villa romana. Sin duda mi cabeza piensa en tirar de tópicos: “esto con unas llamadas de metales va a funcionar perfectamente”. Me encanta componer para el viento metal, su potencia, esa nobleza de las trompas y de repente mi mente vuela, vuela a esos días de Semana Santa en Cuenca donde tocando con la banda municipal interpretamos una de mis marchas con el rugido de los metales al son de las horquillas. Cómo de la emoción no puedo ni soplar el fagot. De pronto, soy consciente de que este año no tocaré con ellos. Este año no clamarán las trompetas.
Siento unas ganas terribles de tocar el fagot. Abro la funda y me encuentro partituras de los conciertos que tenía previstos para estos meses. Este año la semana de la música religiosa no nos deleitará con sus conciertos, con sus orquestas internacionales, este año las salas no vibraran con Bach, Haendel o Mozart. Este año Cuenca está en silencio, como si un ser retorcido hubiera muteado la pista de audio. Este año el volumen está apagado.
Suena el teléfono. Es la directora del musical preguntándome para cuándo estará la música de la obra que teníamos prevista estrenar este verano. Le digo que el guitarrista está grabando sus partes y que pronto las tendrá. Al colgar, mi mente vuelve a la nostalgia, a esos bares de la plaza mayor donde cada sábado hay un concierto de algún grupo. Pienso en cómo la música me hace vibrar junto a la roca y de cómo esa música junto con un Gin Tonic me parecían un paraíso, un rincón alejado del mundo donde poder relajarme y disfrutar, bajo la mirada atenta de los ojos del Júcar.
Esa idea de música y fiesta me invade y a mí acuden recuerdos de la charanga Alfonso Octavas, un grupo de amigos que empezó a reunirse para tocar y divertirse, de la cantidad de conciertos, fiestas y actos en las que habremos tocado y los que nos quedarán. Kilómetros y kilómetros viajando por los diferentes pueblos de la provincia llevando música, alegría, felicidad.
Sonrío porque pienso en cómo nuevos grupos (charangas, dulzainas, batucadas, baile, música de cámara, jazz, rock, pop, indie, rap y demás agrupaciones) siguen creciendo en Cuenca, aguantando, creando y transmitiendo.
Me vengo arriba y pienso “somos la resistencia”. Y lo somos. Porque fácil no es. Pero seguiremos luchando por nuestras tradiciones, manteniéndolas vivas.
Las horas han pasado al igual que mis recuerdos, y la composición sigue avanzando hasta llegar al final, a una reflexión: cómo en una ciudad tan pequeña podemos tener tanto y ser tan poco conscientes. Una ciudad vive por el arte y muere por el olvido. Una ciudad que clama cultura y recibe amargura.
Porque Cuenca es música, es arte, es vida. Pero hoy sus calles están vacías, su música es el silencio.
Precioso, parece salido de dentro del corazón. Un abrazo
Cuánta añoranza me despiertas!
Se lo adquiera a mi hijo , que necesitaba ya un teclado. Despues de un par de meses de practica, esta muy contento con su funcionamiento y a la vez por las muchisimas opciones que tiene ahora ya que puedes enlazar al computador facil y hacer musica e interaccionar con el teclado.