Imagen de cabecera: Retrato a lápiz de Javier Cañete Hortelano
¿Han tenido ustedes la necesidad de reír como gilipollas tras reventarse (estando descalzo, y mira que tu madre te advirtió…) el dedo meñique del pie contra la pata de una silla? ¿De intentar no reír tras descuajeringarte el codo contra el pico de una mesa (famosamente conocido como “El hueso de la risa”)? ¿De ver cómo tu amigo desaparece en mitad de la acera por la que andas porque, por suerte, el socavón de la alcantarilla justo le toca a él?
Pues esa misma cara de imbécil se me quedó a mí. Y además les cuento el motivo, siendo gran idea la mía celebrar de paseo el aniversario con mi mujer (4 días, 6 meses, y de los años no me acuerdo).
Mientras me decía todo lo que me amaba me empecé a reír como lo que soy, un imbécil de tres al cuarto.
Cuando ella me preguntó por el motivo de mi estúpida risa (y posterior moqueo), pues… qué le vas a decir… así que respondí esto:
- Nada mujer, me estaba acordando del momento en el que, sin motivo alguno, llegó a mis recomendaciones de YouTube un monólogo antiguo de José Luis Coll –dije yo, sintiéndome pastor en terreno de ovejas.
- ¿De un tal cómo? –comentó ella, creyéndose oveja en terreno de agua y pasto.
Y sin comerlo ni beberlo me vi envuelto, con la elegancia que transmito, en una conversación sobre aquel señor.
- Con tu permiso, ¡ay, alma cándida!, y sin restar importancia al evento, voy a darte un argumento de por qué admiro a este sujeto –traté de explicar creyéndome Cervantes, con poca maña he de admitir, comparada con la que vendía a buen precio este señor en su época.
Continué hablando:
- Cariño, sonrío al recordar a mis abuelos reírse sin parar al hablar de él –comenté.
- ¿Y por qué más? –dijo ella, sorprendida al mirar el lugar al que estábamos llegando.
- Me río por los vídeos de sus monólogos. Por cierto, están al alcance de tu mano en cualquier red social. A todo esto, suerte tenemos de que ahí sigan –argumenté sin sudar una sola gota por el examen al que me estaba enfrentando.
- Pero, si es tan importante y famoso, ¿por qué no me suena ni su nombre? –dijo ella. Y esto he de reconocer que me dolió.
- ¿Te suena Martes y trece, los Morancos o Cruz y Raya? Pues Coll estuvo mucho antes de eso, por eso no te suena. Porque tú has nacido en el año 1990, y él en el año 1931, y ya ha llovido bastante. Si te dijera que los dúos humorísticos del país surgieron a raíz de Tip y Coll les guardarías un respeto. Aparte, en su vida hizo otras muchas cosas, no sólo fomentar el humor absurdo, que cuando quieras te lo enseño, por cierto. También escribió libros y artículos en numerosas revistas, colaboró en la radio, interpretó monólogos, actuó en el teatro, realizó televisión…
Para mientras tanto seguimos caminando, sin parar. Una inmensidad de naturaleza por debajo, encima y delante de nuestros ojos. Emergen sin parar y, sin intención alguna de abandonar el sentido de la vista, complaciendo al cerebro custodiado por el cráneo de cualquier sujeto que la estuviera contemplando.
La sensación de una ciudad encantada por sus propios encantos, a los que ni siquiera el más común de los sentidos hubiera sido capaz de dar la espalda. Inspiré y expiré profundo, y fui consciente de que hacía mucho tiempo que no sentía lo mismo. El viento, el olor a río, pino, romero, tomillo, etc. eso me emocionó, pues hacía años que no los había vuelto a sentir de esta manera…
- ¿Y por qué te entusiasma ese tal Coll? He visto a muchos otros famosetes que te apasionan, y este es de los pocos que hacen que hables de él como si de su fan te trataras. Manuel, los dos sabemos que eres el admirador número uno de Bruce Springsteen, y ni él provoca esa ilusión –preguntó ella, retomando el papel de examinadora en el entuerto.
- Laura, ¿y si te dijera que el pionero del humor del que te hablo es de mi ciudad? ¡Laura, es que fue de Cuenca! –dije completamente emocionado por el momento.
En ese momento se hizo el silencio, pues estábamos contemplando la Hoz del río Júcar. La Ermita de San Julián enfrente; todo se encontraba en paz, con esos mismos olores que mi memoria recordaba. Casi hasta puedo tocarlos. Los famosos Ojos de la Mora continuaban sin parpadear, observando a Cuenca. Protectores y guardianes de esta ciudad encantada.
La verdad, no sé cuánto rato pasó, pero estuvimos hipnotizados hasta que a Cuenca se le antojó (me atrevería a decir). Tras unos segundos que resultaron ser alrededor de una hora de silencio, continuó:
- Oye Manu, tu ciudad es preciosa y este mirador también. Muchas gracias por traerme –dijo Laura agradecida por aquel instante de paz en un mundo ruidoso.
En aquel momento, y sin previo aviso, Manuel encontró el momento. Se arrodilló ante la mujer de su vida, con los ojos vidriosos, el corazón en un puño y los pulmones en una bandeja, pronunció tras dos largos minutos de movimientos involuntarios en el ojo izquierdo, tartamudeos y arcadas, las famosas cinco palabras que todos en Cuenca conocemos: “Laura, ¿nos echamos unos resolis?” Tras un breve periodo de tiempo, Laura dijo solamente: “Sí, quiero.”
Se les hizo de noche, y regresando del paseo turístico por Cuenca, mientras recordaban los olores y disfrutaban de las Hoces (ahora ya iluminadas), Laura afirmó y después preguntó con resoli en mano:
- Manuel, la verdad que creo que son las mejores vistas que he presenciado. ¿Por qué aquí y por qué en el 2020, después de la que nos ha caído?
Manuel pensó dos minutos, guardando un silencio y disfrutando de la última brisa que le llegaba mientras comenzaba a descender por la calle de San Pedro.
- Quizá sea por raíces, por amor a mi gente. Porque quiero volver a vivir las tradiciones de mi tierra. Sentir que no eres un turista, un forastero o incluso un guiri. Sentir que es mía, y yo, suyo. Por poder tener tan cerca la oportunidad de sentir la libertad. Por sentir con mi pueblo lo que mi padre me enseñó: vivir la Semana Santa, disfrutar de San Mateo, celebrar San Julián y la fiesta de la Virgen de la Luz. Por esas mismas razones te hablé de José Luis Coll, Laura. Por el amor que él le demostró a esta ciudad, tan encantada. Amor que él dejó por escrito, que por cierto, mañana te lo leo.
Tras dos segundos de silencio Laura concluyó todo lo que debíamos hablar en aquella hechizada noche.
- Manu, probablemente haya sido la mejor pedida de resoli de la historia de Cuenca. Serán cosas mías, o te quiero demasiado.
Y los dos caminaron, descendiendo la famosa calle de San Pedro, sin percatarse del tridente que les contemplaba.
La Ermita de San Julián, la Ermita de la Virgen de las Angustias y el Cementerio de San Isidro ahora sí se encontraban iluminados. El mirador de D. José Luis Coll y los Ojos del Júcar fueron testigos, testigos hasta de los copos de nieve que comenzaban a caer.