Camino de Donosti - GANADOR
Las escarpadas sierras. El otoño
como una bendición de luz dorada.
Agreste el campo, austeras las encinas.
Una rapaz vigila allá en lo alto.
Ruge el motor. La negra carretera
se desliza veloz. Y la modorra
del viaje nos abraza perezosa.
El cielo está empedrado y luminoso.
Muy lejos, unos chopos amarillos,
la soledad de Dios por estos campos.
Castilla, la madrastra y pobre hija,
vacía de los hombres, ya no dueña.
Un pueblo está dormido en la distancia.
En lo alto de un otero hay unas ruinas,
sombra fugaz del tiempo de los héroes
que un día caminaron estas tierras.
Machado me acompaña en este viaje.
La sombra de Caín, errante, vaga,
oculta entre veloces automóviles,
por el campo que rompe la autopista.
Y ya todo es igual, maestro amado.
Estos barbechos, los áridos rastrojos,
el mesón que se anuncia entre neones,
la roja tierra, los ríos agostados,
esta ausencia de almas y de hombres,
sigue siendo la España que bosteza,
vacíos la cabeza y el estómago.
La que nos hiela, poeta, el corazón.
Tal como usted temió que sucediera.
(Entre Madrid y San Sebastián. 7.11.2021)
Poemas finalistas
Abierto por vacaciones- Betty Blue
Mi pueblo es un penal de viejos. Allí redimen
su culpa otoñando los días quietos antes del ocaso.
Tras la sombra de cada uno de los adioses a este mundo merodea
un águila de alas batientes.
Siempre el mismo águila con su luz astillada en el reflejo
de las pupilas ávidas de memoria.
Nosotros, en cambio, somos aves de paso.
Somos ese extraño paisaje que muda tristeza por superstición
y se encarama al futuro desde la ventanilla de un vagón de tren
a la velocidad con la que intuimos el designio del rayo.
Será que el tiempo nos estrangula de otra manera.
Sin ese ritual cadencioso y lento que todo lo alarga en el exceso.
Sea como fuere, un buen día
levantamos acta de tanto pasado y, poco a poco,
nos fuimos marchando por la vereda
sin levantar acta de un rosario infinito de agravios consentidos:
La sucursal del banco cerrada a cal y canto,
el laberinto de las vías recién muertas,
la estación abandonada de los últimos abrazos,
la casa/museo del párroco hecha unos zorros,
el horno agotado de los panes redondos.
Maldiciendo por lo bajo,
descosidos por la desidia y la derrota que alimentan
esta suerte de fracaso televisado,
echaron [echamos] el cierre lentamente a todo cuanto era nuestro.
Nos fuimos marchando,
como se despiden los feligreses tras la oración de difuntos
en un templo semivacío de almas que ya no habitan los cuerpos.
Dibujando mentalmente la geometría de las calles y las plazas,
desnudando las casas,
apuntalando la memoria sobre las aristas del recuerdo.
Nos fueron echando lentamente, sin sonrojo.
Como vulgares aficionados a un destierro anunciado.
Precintaron la fuente,
se llevaron la escuela.
Los pupitres, los libros, la pizarra,
los maestros de la escuela,
el patio del recreo, los niños que juegan.
El ambulatorio, la farmacia.
Y finalmente,
subcontrataron la esperanza
con una empresa de portes y mudanzas del pueblo de al lado
y colocaron un cartel ancho en la entrada, al borde de la antigua carretera,
Abierto por vacaciones, sentenciaba.
Desde entonces,
nos hemos convertido, aún sin saberlo, en una especie de turistas
que regresan cada año de vez en cuando,
a esta embajada de la nostalgia,
a este parque temático de la soledad y el desencanto.
Y en agosto,
sobre un nido vaciado de futuro y de cigüeñas
depositamos las monedas;
la limosna que aún nos cabe,
la limosna que aún nos queda.
Mi pueblo es un penal de viejos cansados.
Orfandad de abriles- Karl K
Amanece en vacío, solo el vientre del ave
recibe el fulgor tibio del mundo que renueva.
Mas la plaza, los campos en abrojo, aún lloran
la soledad del día, el pesar de la noche.
Aquel columpio grato que los niños buscaban
hoy solo el viento mueve, junto a la escuela ida.
Y el reloj detenido en la torre sin tiempo
se ensimisma arrobado, sin función permanece.
¿Para qué detenerme? Y se aleja aquel río,
donde las chicas dulces nadaban con sus mozos.
Caminan cual fantasmas las memorias del prado
en su orfandad de abriles, cosechas y venturas.
Y era el son carretero símbolo de la tarde.
Los varones volvían del fragor de las eras.
Y sus cuerpos, sudados, enturbiaban las pozas,
desnudos bajo el agua los músculos del hombre.
Padre y la tornadera que el sustento buscaban,
ah, la ciudad, exilio, turbamulta oprimida.
Sin río, sin la sierra observando de lejos,
sin girasol de oro, sin la alfalfa que crece.
Dónde las salamandras, o el estertor del grillo,
el repique, la misa, la aventura en el chozo.
Para cuándo el invierno, sus nieves, su regato,
las ánimas, el fuego y su chispa menuda.
Año sin ceremonias, horizonte sin ángel,
solo nuestros ancestros detenidos en tierra.
Ha quedado la firme pradería tan sola,
los pinares amigos que la maleza esconde.
El patio y el botijo, mi madre aún sentada,
y era noche en la anea, y libélulas tímidas
dominando espirales en un mundo tan nuevo.
Era la infancia toda bajo esplendor celeste.
¿Por qué así lo dejamos? ¿Por qué nos dividimos?
Sin agua que abrillante la luna bajo el pozo.
Abandonar jardines de frutos encantados
por calles frías, secas, aun de día oscuras.
**
LA VOZ DEL OBITUARIO
Una voz vieja tañe en el cementerio:
¿Están las campanas tocando los muertos?
Tierra del tiempo ya esconde los sueños.
¡Cuenta voz poca como eran aquellos!
Una voz vieja tañe en el cementerio:
Ya no tengo palabra de lejanos felices.
Pues no es la parva del oro trillado,
Lo que hay bajo losas sepultado,
Que es el polvo de mis raíces.
Una voz vieja tañe en el cementerio:
Con mis dientes en la tierra,
Cuando el otoño pierde la guerra,
Quiero dañar la oscuridad.
Porque de mil luceros
Que alumbran la ciudad,
Se quedan todos ciegos
Por la niebla de la soledad.
Es la voz vieja de los saberes,
De lo que la tierra guarda,
Que se marchita como las flores
Quedando muda, ciega y sorda.
Una voz vieja tañe en el cementerio:
Tierra
Solo las inertes y cansadas piedras
soportan el peso de un hundido cenotafio;
solo las ateridas y sordas campas entienden
los abismos de los infinitos espacios;
solo la áspera y desnuda rama
de la carrasca bebe del frío encaño.
Tan solo los susurros del polvo se acunan
en el viento y sus amplios brazos.
En la yerma era, el mirlo no sabe a quién
cantar; viejos ecos en el aire sepultados.
Sin almas que la caminen, la vereda se acuesta
entre sus silencios, remotos y lejanos;
sin garganta a la que regar, el agua de la fuente
vaga, desorientada, por un infértil páramo.
¿Quién oye los lamentos del gollizno?
¿Quién a la encina y sus llantos?
Calvero gélido, agostada
siembra sin sudor humano;
arrebatan la tierra de España
y a España de mi mano…
Entre resquebrajadas tapias umbrías,
entre grietas y descoyuntados tejados,
se ven, mientras tiritan pálidas,
las vigas carcomidas -huesos astillados-,
que, congeladas, al mundo miran
al caerse su enyesada carne a retazos;
se consumen en su hambrienta desnudez,
en su tedio y en su letargo.
Tras las calles ajadas, tras las esquinas
romas del abandonado columbario,
bocas, desencajadas y secas,
con rejas y rostros desmoronados,
musitan parcos rezos polvorientos;
coros de hielo, mudos y amargos.
¿Quién oirá su desolada letanía?
¿Quién la última plegaria de los ventanos?
Hogar gélido, salón
sin fuego ni calor humano;
arrancan la tierra del hombre
y al hombre de mi mano…
Solo las lluvias, sufrimiento constante, hieren
con surcos el suelo, sin azada y sin arado;
solo por la senda deambulan bardas
y mala yerba que, al pasar, la van devorando;
nadie más que el aire siega la siembra
y solo el viento trabaja ya el grano:
semilla infértil, pan sin hogar,
trigo mal trillado.
Los abrojos, con sus quebradizas dentelladas,
despiezan los muros destartalados
que yacen a jirones en las calles, mientras
soplos de corrientes los van desgarrando:
un árido hoyo abisal, un pozo sin agua
anega el rojo terruño, polvo desangrado.
¿Nadie oirá al mustio vientre de la tierra?
¿Nadie el vagido de sus hijos desterrados?
Olvido gélido, restos de
un desierto sin aliento humano:
¡ahogan al hombre y la tierra,
tierra y hombre por los que aquí sangro!
EDITORIAL PARA UNA MUERTE LENTA- Gris
Crónicas:
La Ciencia anuncia un mañana
Aún más luminoso
Cien años después
El albedo asolará cuéncanas vacías
Gehennas donde salmodia el gusano
Detrás de blanqueados costillares
Deportes:
Los dioses escupen
Ríen
Organizan sus timbas con cartas marcadas
A reyes timan presidentes consejeros
Tres monedas de plata en la diestra
Asoman carcomida la siniestra
Los dados no ruedan por la quebrada
Ecos de Sociedad:
Tierra
(Reseco pellejo de odre)
Baldía
Solo queda un pastor de ronda
Por la calle enlodada del cañizar
El cordero agita la esquila
Troca su mercancía por la esquina
El kilómetro cero del bulevar
Obituarios:
Qué tempanos
Frío
Ya nadie trae Nomeolvides
El deber de los vivos es no olvidar
No olvidar
HERIDAS DE PIEDRA- Fígaro
Hoy las piedras y yo hemos firmado un armisticio.
Ellas han decidido indultar nuestras pequeñas huellas
de antaño, profundas en el barro, junto a la ribera,
sometidos entonces los guijarros a nuestra merced
cuando la infancia era el único mundo de referencia.
Porque los chiquillos que éramos
pataleábamos y las lanzábamos ladera abajo
hasta la hondura del barranco,
redondas, ovaladas, puntiagudas las piedras,
pero inocentes a la par nuestra, al tiempo que
las amontonábamos para construir castillos
o empujarlas en fila unas contra otras,
pétreos soldaditos en una batalla
donde el tiempo se conjugaba
en las vacaciones estivales.
En venganza, los guijarros más pequeños,
se infiltraban en nuestras sandalias
y nos horadaban los pies desnudos
de no ser por las tiras que en parte
los sujetaban, muy a pesar nuestro.
Y era entonces que ellas, resentidas,
nos obligaban a descalzarnos del todo
y caminar sobre otros pedruscos confederados.
En contrapartida, los niños las arrojábamos lejos,
donde no se pudieran agrupar, ni aún
multiplicarse en nuevas piedrecillas
redondas, ovales o punzantes.
Porque el pedregal del camino, entre luces y frondas,
allá donde pastaban ajenas las ovejas,
era el juguete que apaciguaba
el despertar de la imaginación.
OTOÑOS DE ORO VIEJO- ERMITAÑO
En el ángulo de cristal
donde el Huécar ofrenda su agua al Júcar,
continua la inercia serpenteando
sinuosas formas
tan sólo por hacer suya la piel
de esta tierra. Allí mismo,
se yergue al vértigo la Cuenca antigua
sobre murallones de roca
balanceando al aire
su arquitectura de madera y piedra
en la codicia de rascar su cielo.
Ante tanta belleza, la ciudad
desvanece sus casas y sus huertos
sobre las hoces.
Bien sabe el Júcar
que el mar le espera y que ese cielo
distrajo el curso
empapando su sed de lluvia.
Sabe cómo el mutismo busca al verbo
para arrollar en su poesía
la niebla evanescente,
la aurora primigenia,
la sorpresa y asombro
de un querer tatuar en la mirada
instantes que no alcanzan la otra orilla.
De la voz cenicienta y desnuda del álamo
escondida en susurros
de crótalos de trinos y hojarascas
y de arroyos ladera abajo.
Sabe que ya no volverá a lamer
los mismos árboles caídos
ni esas horquillas deshojadas
en la melena de su espejo,
ni a raíces sin savia. Y que el tributo esconde
los velados secretos de la hoz.
Quizá por eso,
arropado entre rocas y arboleda,
apuntala vertientes escarpadas
que invitan a escalar indómitas figuras
labradas por la lluvia y por el viento,
y se deja extraviar hasta encontrarse
en este otoño inmarcesible,
señuelo de otros de oro viejo,
bebiendo de las nieves derretidas
que un día transportaran maderadas
con la maestría y fuerza de gancheros
sobre sus aguas bravas.
Así discurre desde la serranía
el fragor verde de su flujo
y mis pasos con él por trochas,
rendida a los colores que regala la luz,
al silbo de los aires amorosos del Puente,
a armónicos fugaces que me hechizan
y al encanto de imaginar las formas.
En el silencio escucho los silencios
dormidos en la hoz y en la memoria
de tantas despedidas sin adiós.
Espacio de encuentro entre miradas donde repensar el futuro de nuestras tierras y territorios.
Un ecosistema innovador de encuentro y pensamiento para un tiempo que requiere propuestas y colaboración.