“Los vencejos son unos pájaros que no pueden sobrevivir en condiciones de cautiverio, es más, son la adaptación extrema a la vida aérea, pues solo bajan del cielo para anidar. Y en esos dos meses al año vuelan cerca de las ventanas de las casas, como si de alguna forma quisieran admirar su propia libertad en el reflejo del cristal. A veces si se acercan demasiado se chocan y caen al suelo y es entonces cuando el humano llega, e ignorante de la condición natural del pajarillo, lo intenta cuidar. En ese preciso instante el vencejo deja la vida”
La libertad es una de esas condiciones de la naturaleza que son complejas por su sencillez. Pues aun cuando consigues atisbar su esencia, llega cual epifanía y luego desaparece. Este leitmotiv sólo sucede cuando por ideales intentamos buscarla, ya sabes, esa manía humana de buscar en lo teórico principios prácticos. Volvemos algo sencillo, complejo.
Es bella la sensación de libertad, tan bella que a veces la confundimos con una buena emoción. No obstante, pese a que la misma despierte nuestro sistema límbico de la misma forma que lo puedan hacer unos ojos azules enredados en unas sábanas; lo cierto es que la libertad es una acción.
He ahí su sencillez. El principal problema con la libertad es que la buscamos en las ideas, la intentamos encontrar en los límites conceptuales de nuestra psique, buscamos dentro, buscamos fuera, nos preguntamos qué será aquello por cuyo nombre se ha derramado tanta sangre y se han roto tantos corazones. Y no conseguimos entender que esta extrema divagación es pasiva.
La libertad es una acción. Permíteme repetirme. Las acciones solo pueden ser ejercicios activos y prácticos del verbo hacer a través del verbo ser. Si lo entendemos así podemos ver que la libertad es un proceso y como todo proceso no es lineal y a su vez responde, por sus principios naturales, a la excelencia y a la virtud. Es decir, sólo quien la lleva a la práctica, la mejora.
Permíteme ahora una pequeña contradicción: en realidad la propia sencillez de la libertad la vuelve compleja. Esto sucede porque la libertad es un ejercicio activo individual que se ejerce en sociedad. Dicho de otra forma, la libertad requiere responsabilidad, respeto y escucha. Accionarla desde una puede ser sencillo, pero negociarla con los demás puede volverse todo un ejercicio de humildad y empatía.
Tan complejo es este equilibrio entre tu libertad y la mía que en su proceso el vencejo puede morir. Ahí radica la virtud del ejercicio de quién es libre: las personas que realmente consiguen accionar la libertad están rodeadas de vencejos volando. Quizá por eso dicen que son pájaros que atraen la buena suerte.
Como todo concepto que se precie, la libertad está conformada por un espectro positivo y otro negativo. Accionar el espectro positivo atrae la paz y la estabilidad emocional con una misma y con el resto, mientras que el espectro negativo, es decir, el libertinaje, genera aislamiento e incomprensión.
El libertinaje es una falta de escucha y observación del alma. Es alimentar y sobreponer constantemente tus necesidades frente a las del resto y su consecuencia más directa es la eterna sensación de falta de pertenencia. El libertinaje es el abuso de poder sobre la confianza ajena y se suele alimentar del miedo.
En este aspecto negativo del espectro, el vencejo nunca vuelve a alzar el vuelo. Si observamos alerta como se acciona el libertinaje, podemos ver que la raíz es la falta de confianza en los demás como sostén de nuestra vulnerabilidad. Se caracteriza por la hiper independencia y por la dificultad de construir relaciones profundas.
Una de las maravillas y paradojas de la vida es que actúa por negatividad, así como dicen en España: no es más limpio el que más limpia si no el que menos ensucia. Siguiendo esta pauta, cuánto más nos protegemos de ser vulnerables con los demás, más débiles somos y por tanto más susceptibles de operar desde el espectro del libertinaje. El miedo a la herida causa la caída del vencejo.
La libertad, en cambio, se negocia desde la vulnerabilidad del alma y está expuesta. No se esconde. Se nutre de otro concepto de acción práctica: el amor y su consecuencia directa es la paz. Por eso es tan difícil diferenciarlas.
Genera fortaleza del alma y responde al principio de conexión basado en la escucha de los límites ajenos y propios, es interdependiente: solo puedo ser libre si tú eres libre. La libertad es honesta y clara, precisa de la verdad, la tuya y la mía, aunque no esté alineada con los deseos individuales.
Los grandes conceptos de la vida son prácticos y se eligen; se trabajan y se ejercen mediante acciones diarias; no necesariamente pensadas o anticipadas. Son conceptos que se construyen mediante el compromiso de generarlos y cuyas recompensas nutren el alma de los sujetos que así operan: dejamos de sufrir, aunque no deje de doler; nos volvemos apreciativos con la vida; aprendemos a amar bien. Dejamos que el vencejo pueda volver a alzar su vuelo para poder observar su belleza en armonía con el cielo.