Hace unos meses, tuve la oportunidad de acudir a ver la representación teatral de El Público en la Escuela Municipal de Música y Artes Escénicas Ismael Martínez Marín, en la ciudad de Cuenca. Una de las obras menos conocidas y también menos representadas del gran dramaturgo, Federico García Lorca.
Esta obra fue escrita hacia 1930 y forma parte, junto a Así que pasen cinco años y la Comedia sin título, del conocido como teatro imposible del escritor granadino. El hecho de no tener en su momento una gran presencia en los escenarios de la época no fue por capricho del autor, sino más bien de los años que se vivían entonces en España. Una obra surrealista en la que se analizan los deseos homosexuales reprimidos y se defiende el derecho a la libertad erótica, tuvo muy complicado el poder llegar al público en esos momentos.
Tuvieron que pasar 56 años para que esta función llegue a los escenarios. Una vez superada la censura, las dificultades para representarla seguían existiendo, aunque esta vez por motivos teatrales. Quizás por ser la obra más hermética y compleja del autor, por el lenguaje contemporáneo que utiliza, por cómo los personajes masculinos y femeninos se van traspasando de unos a otros, o por no tener referencias de cómo habría sido la representación si Lorca la hubiera podido llevar a cabo.
En la obra, el personaje principal es el director teatral, quien ocultado tras una máscara niega su homosexualidad. Enfrentándose a los valores establecidos del teatro convencional, irá viendo una realidad diferente a la que tiene en mente, adoptando una serie de personajes para así luchar contra sí mismo hasta quitarse esa máscara. La máscara, ese símbolo de falsedad utilizado por Lorca que daría para otro artículo. Por ello, la obra no solamente habla de la libertad sexual, también trata el drama de la libertad teatral y política, todo desde el pretexto de representar el clásico de Romeo y Julieta de William Shakespeare, con la diferencia de que en esta ocasión, los dos amantes son dos hombres, de 30 y 15 años respectivamente, muestra del amor casual y sin complejos.
El director se irá encontrando con un elevado número de personajes, carentes de nombre propio la mayoría de ellos, pero que reflejan elementos y tópicos teatrales, y sirven para apoyar la crítica del autor hacia el teatro convencional burgués de la época. Muy importante el público, que pasa de ser simples espectadores para formar parte de dicha revolución del género.
Lorca realiza una crítica contra el público que acude al teatro como un simple entretenimiento, como un lugar donde dejar de pensar, donde no van a mostrar el respeto adecuado… quizás crítica que podría mantenerse en la actualidad.
Con el paso del tiempo, se ha llegado a considerar una de las mejores obras lorquianas, parece que una de sus frases incluida en la obra: “hemos de destruir el teatro o vivir el teatro “, ha dado resultado y ha llegado a los escenarios de muchos lugares del mundo. Incluso tiene una versión operística.
Una apuesta complicada y atrevida para las compañías de teatro, donde tienen cierta libertad para reinterpretarla a su manera. Como la puesta en escena comentada anteriormente, llevada a cabo por el director, Pedro Martínez Dionis, lleva la obra mucho más lejos, incluyendo otros grandes personajes del escritor como Yerma o Bernarda Alba. Todo ello con una gran elenco de actores que representan los diferentes cuadros, dando un pequeño papel también al público, quienes desconcertados somos testigos de la rebelión que se está produciendo en el escenario y entre bambalinas.
Ojalá podamos volver a disfrutar de esta representación, en la que se percibe las horas de trabajo y el cariño de todo un equipo, y que consiguen que los que acudimos formemos parte de El Público.