Hoy en día ya no le damos mucha importancia al tratamiento personal jerarquizado. Bien es verdad que pocas veces hemos tenido ocasión de departir con un marqués, obispo, general o ministro. Así que para el pueblo llano no ha sido nunca gran problema el no saber cómo dirigirse a ellos.
Sólo a los integrantes de la nobleza, la iglesia o el ejército y a las personas próximas o simpatizantes mitómanos se les escucha todavía los pomposos tratamientos tradicionales. En la nobleza se sigue usando Su Excelencia o Excelentísimo Señor para los grandes de España. Se aplicaba también a los antiguos virreyes, incluido Su Excelencia el Generalísimo. Su Ilustrísima o Ilustrísimo Señor se destina a marqueses, condes, vizcondes o barones. No es raro descubrir membretes de las Administraciones Públicas, donde, con sonsonete de antigualla, podemos leer “excelentísimos e ilustrísimos”, referidos tanto a organismos o instituciones como a altos cargos.
En la iglesia se patentiza la vigencia de dignidades como Eminentísimo y Reverendísimo Señor para los cardenales, Excelentísimo y Reverendísimo Señor para arzobispos, obispos o nuncios apostólicos y, entre otras, Su Santidad o Santo Padre para el Papa de Roma.
Excepto los republicanos militantes, todos se dirigen al rey como Majestad o Su Majestad el Rey. Un vicepresidente del gobierno español se refirió, no hace muchos años, a Su Majestad el Rey Don Felipe VI, como ciudadano Felipe, cosa que provocó en algunos cierto enojo y quizás, en los menos, una sonrisilla cómplice.
Quedan otros tratamientos, como Su Señoría para diputados, jueces o magistrados, Ilustre Señor para notarios o Rector Magnífico para quienes rigen las Universidades.
El pueblo llano estaba bastante ayuno de todas estas exquisiteces verbales, pero no era ajeno a sus propios tratamientos de respeto o consideración. Si bien es verdad que en la población rural no se apreciaban grandes desniveles sociales, sí se topaba con varios escaloncillos. El Usted sobre el Tú. El Señor sobre el Tio. Y los Don por encima de los “donnadie”. En el pueblo se sabía distinguir perfectamente a quien llamar de Tú o de Usted. Por lo menos así era en la Cuenca rural hasta la segunda mitad del siglo XX. A partir de ese momento la bien marcada línea entre uno y otro se difumina.
Entre los beneficiarios del Usted destacaban los usufructuarios del Don: el cura, el maestro, el médico, el boticario y alguno, muy pocos, de aquellos labradores que no labraban porque tenían mozos a su servicio que labraban por ellos.
Es importante constatar aquí que había otra especie de aristocracia no dada por el nivel social, sino por la autoridad de los años. La edad era una categoría muy respetable. Hoy la vejez, a pesar de su mejoría física y prolongada conservación, adolece de una devaluación similar a la de los precios de los vehículos a motor. Aquella superioridad moral de entonces permitía a nuestros padres y abuelos ser honrados, incluso por parte de sus hijos y nietos, con el mismo tratamiento del Usted con el que nos dirigíamos al cura y al maestro. Aunque, bien es verdad, que ellos no gozaban, como éstos, del rimbombante Don.
El Tú quedaba para los coetáneos y los más jóvenes. Su propia fonética sonaba como un golpe. Un monosílabo retador y contundente.
El Usted marca una diferencia gramatical asombrosa al trastocar las concordancias (1). Al tratar a alguien de Usted, aunque lo tengamos cogido de la mano, no le aplicamos la cercana segunda persona sino la tercera, marcando una distancia, en este caso más vertical que horizontal, de un ausente “él”. “¿Madre, le acerco a usted el plato? ¡Y así no tiene que estirarse tanto!”. La misma lejanía de tercera persona pronominal y verbal que se guardaba a Su Ilustrísima el marqués o a Su Santidad el papa.
Bien es verdad que en Andalucia occidental convertían alegremente el singular Tú al plural Ustedes tachando de un plumazo el Vosotros. Ahora, eso sí, manteniendo la segunda persona en plural del verbo, como verificamos en la oración gramatical “A mí ustedes no me tomáis el pelo”. Un “ustedes vosotros” para despistarnos a los mesetarios.
Realmente a medida que se desinflaban los honores verbales de los miembros de las élites estamentales se iban hinchando en ciertos ámbitos del lucro los dedicados al simple ciudadano. Recuerdo al respecto las cartas comerciales, bancarias y de todo aquel que quería venderte algo en las que se te hacía concesionario de un excesivo tratamiento: “Señor Don Perico el de los Palotes es un honor para nosotros el poder dirigirnos a Usted y ofrecerle lo mejor de nuestros productos”. ¡Casi nada! ¡Señor y Don! Señor podría ser el amo que nos daba trabajo y también Dios nuestro señor. Don es abreviatura de Dominus que supone un Señor en latín más potente si cabe. ¡Señor dos veces y hasta en latín! ¡Casi nada para un donnadie!
La elección del Tú o del Usted, siempre tan sencilla para nuestros antepasados inmediatos, se ha mudado para nosotros en un dilema. Es otro de los signos de los tiempos dubitativos. Cuántas veces no hemos sabido decantarnos por uno o por otro y los hemos ido alternando con sensación de estar perdidos. De hecho, hay opiniones a favor o en contra de un mayor o menor uso del Usted. Hay, incluso, quien aboga por su abolición y por la exclusividad libertaria del Tú. Si es persona mayor, autoridad, propietario, uniformado, trajeado, alemán o estadounidense tiendes a tratarlo de Usted. Si es joven, humilde, trabajador, mal vestido o africano de Tú.
–Tutéeme por favor, dice el que prefiere una proximidad y confianza, a veces sospechosa.
Y el que no la quiere hace un uso insistente del Usted para que tú correspondas con lo propio.
Al contrario del Don, término más esclerotizado o fosilizado, Señor y Señora se pueden anteponer al apellido: Señor Rodriguez, y hasta admiten artículos y adjetivos: El señor Rodríguez, un tal señor Rodriguez, un desmejorado señor Rodriguez. El Don antecede exclusivamente al nombre de pila: Don Gervasio.
Señor viene de “senior” (2). Senior se aplicaba a los viejos más respetados de Roma. A principios de la Edad Media se asimiló y equiparó a Dominus. El “Señor” acabó abreviándose en “So”, su mínima expresión tras ir menguando por diferentes fases o estados: Seor, Seó, Sor, So. Y de este “So” surge las expresiones irónicas “So marrano, So pánfilo o So tonto” a las que tan aficionados somos en Cuenca. Los conquenses usamos el idioma a nuestro antojo de la misma manera que el resto de hablantes de cualquier lengua del planeta y como nuestro mismísimo Quevedo cuando escribió aquel estribillo de “Poderoso caballero es Don Dinero”. Los imitadores del genio lo manejan hoy como reclamo comercial en Don Balón, Don Algodón o Don Coche.
En los pueblos serranos teníamos otros dos grados muy castizos de trato personal asociados a la edad: Señor y Tío. El Señor cura, el Señor maestro, la Señora Rafaela, como estrato más elevado, y el más allanado del Tio Zancos y la Tia Eusebia (3). A unos y a otros se les trataba de Usted.
En algún pueblo manchego, como Los Hinojosos, en lugar de Tio Pedro se oía Hermano Pedro, un vocablo de cofradía o congregación. Quizás la Orden de Santiago tuviera algo que ver con ello.
Restituto Hontecillas, soltero viejo, anarco-estalinista, hijo de anarco-estalinista represaliado tras la guerra, a sus 61 años aún seguía tratando de Usted a su padre de 90, con el que llevaba conviviendo bajo el mismo techo toda su vida. Ya se había impuesto sobradamente en el pueblo el tuteo de los hijos hacia padres y abuelos. El anciano era de carácter recio y obstinado, chapado a la antigua usanza celtibérica de no dejarse nunca torcer el brazo. Y dentro de su extraña ideología revolucionaria incluía un ferviente deseo de mantener las costumbres, una flojera por el qué dirán y el dejar todo como estaba.
Era la transición, hacía ya un buen puñado de años que el Partido Comunista había sido legalizado y España parecía que se iba a comer el mundo.
Un día que se había envalentonado tomando botellines por los bares, Restituto llega a casa dispuesto a sincronizarla con la sociedad del rock and roll.
– ¡Padre! ¡Tengo que decirle una cosa!
–A ver….
–Mire padre, ya los tiempos van cambiando mucho. Ya ve usted cuántos adelantos nos han traído los tiempos modernos. Hay coches y televisores. Hay democracia. Los chavales estudian. Los tiempos ya no son los mismos que cuando había que besarle la mano al cura y….
– ¡Y….dale con los tiempos! ¡Venga venga! Menos palique ¡Y al grano!, le espolea su anticlerical padre que no puede evitar cierto repelús al oír hablar del clero.
-Pues…nada padre, continúa indeciso, con los nervios vibrantes, he pensao…que… desde hoy…. lo voy a llamar….a Usted de Tú porque….
Hasta ahí llegó Restituto con su breve y tambaleante alegato.
El padre salta como si le hubieran dado un puyazo y se le planta, firme, severo y ceñudo, estirando el cuerpo y el pescuezo dentro de sus posibilidades y, mirándolo de abajo a arriba, va y le suelta:
– ¡Ni se te ocurra, so petate! El día que me llames tú a mí de tú te doy una patá en el culo que sales por esa puerta! ¡Será desgraciao! ¡Mira por ande se apea ahora el bacín éste! ¿Me vas a torear tú a mí, tontopijo?
Y el hijo sexagenario se queda mudo, agacha las orejas y sale, dejando aparcado sine die el cambio de tratamiento paterno-filial.
Hoy sólo permanece en el pueblo, como una reliquia, el Don del cura. Se tutea al maestro, al médico y al farmaceútico. Usted se tambalea entre personas mayores y de mediana edad. Han desaparecido el Señor y el Tio. El Tú como una marea se impone de modo imparable. Hay que irse a la América castellanoparlante para volver a oir un Usted vigoroso.
Qué lejos y qué cerca queda aquella sociedad conquense en que Sebastián de Covarrubias escribía que Tú “…no se dice sino a criados humildes y a personas bajas…hablando ordinariamente…”. Aún hoy, hay quien dice de un malhablado que “le llama a Dios de tú” (4).
(1) Usted es la contracción del antiguo Vuestra Merced, de ahí la concordancia con la tercera persona verbal. Fue pasando por diferentes etapas en un proceso de abreviación. De Vuestra Merced a Vuesa Merced, luego a Vusted y, finalmente a Usted. Tú no ha variado desde el latín. Cicerón o Julio César ya trataban de Tú a los suyos.
(2) Senior es el grado comparativo del adjetivo senex, viejo.
(3) Tio en el Diccionario de la RAE, además de formar locuciones y términos compuestos muy variados, recoge 14 acepciones. Algunas de ellas peyorativas. Aunque de inferior grado a Señor, era un título muy honroso en sus orígenes hasta el punto de aplicárselo también a los hermanos de los padres. Procedente del griego Theios, venerable o divino, pasó después a Thios latino y de ahí a nuestro Tio.
(4) Tesoro de la Lengua Castellana de Sebastían de Covarrubias. El diccionario de Maria Moliner define así la expresión“Llamar alguien a Dios de tú”, “Ser muy atrevido y tratar con familiaridad irrespetuosa o con insolencia a personas de elevada categoría”.