En las últimas décadas una de las preocupaciones más notables de La España Líquida[1], la que viene experimentando infinidad de cambios políticos, económicos y formas de pensar, es la creciente tendencia a la concentración poblacional en las grandes urbes y, que tiene como consecuencia, la denominada España Vaciada.
El abandono de tradiciones milenarias, particulares y concretas de un lugar, en la actualidad pasan a ser testimonios únicamente escritos y que, con algo de suerte, quedarán recogidos en libros y antiguas fotografías donde poderlas recordar.
Cuenca, ciudad milenaria fundada por los árabes y bien merecida declarada Patrimonio de la Humanidad desde hace algo más de un cuarto de siglo, está viendo partir a su juventud hacia ciudades más desarrolladas y con mayor industria.
Si a estas grandes pérdidas autóctonas y locales le sumamos la superproducción, el excesivo consumismo o la incontrolada explotación de los recursos naturales agotables, nos encontramos ante un nuevo diseño paisajístico que nos rodea, que nos atrapa y nos engulle.
A pesar de ello, la ciudad de Cuenca es un referente a cuanto paisaje y arte se refiere. Se trata de un punto clave en el mundo del arte a nivel nacional y Europeo gracias a su Museo de Arte Abstracto que alberga grandes obras de las décadas de los 50 y los 60.
El conquense editor, coleccionista e icono artístico de la ciudad Antonio Pérez, a lo largo de su trayectoria ha aplicado nuevas fórmulas con las que descifrar dicho entorno y dicho ecosistema de forma creativa. Seguntino pero afincado en Cuenca desde hace muchos años, instaló en 1998 en la ciudad su particular museo: La Fundación Antonio Pérez. La empezó a construir “en los bolsillos de su pantalón corto”, donde guardaba pequeños objetos tesoro que encontraba y mimaba después, tal y como el propio autor ha afirmado en una de sus últimas entrevistas a la periodista Marta Gallego para la edición digital LIFE! Cuenca (2021)[2].
Este particular coleccionista no busca, encuentra. Su filosofía y creatividad le ha llevado a diseñar un nuevo paradigma artístico con el que recaba más de 4000 piezas únicas, no solo de grandes artistas como Antonio Saura, Manolo Millares, Rafael Canogar, Eduardo Chillida o Andy Warhol, entre otros, sino de objetos que describen un particular momento histórico, social y económico o, incluso, paisajístico.
El arte, instrumento portavoz de cuanto sucede en cualquier época también refleja la problemática existente y actual de dicha superproducción. El objeto encontrado -para muchos artistas contemporáneos- es el principal argumento de la propia pieza artística. Esta, generalmente, se enfoca ofreciendo un discurso diferente, aquel que habla de la catástrofe natural en la que nos encontrados inmersos y, el material usado, se selecciona directamente del propio ecosistema.
La pintura expresionista El Grito de Munch, representación que realizó el artista Edvard Munch en 1893 en cuatro versiones, simboliza a través de una inquietante forma andrógina la angustia existencial del hombre moderno y que, hoy en día, podría cobrar vida al ver los desastres que hemos cometido, bosques de deshechos y basuraleza [3] que predominan en cualquier recoveco de este, nuestro planeta, un planeta de plástico.
La clave del éxito en esta práctica artística que nace de una mala gestión de los residuos, se centra, básicamente, en encontrar la dosis exacta entre equilibrio visual y orden preposicional. Dentro de esta
tendencia, podemos encontrar artistas que tienen como objetivo la obtención de piezas puramente compositivas alterando lo más mínimo posible las cualidades y texturas de estos objetos hallados. Por el contrario, algunos de ellos, los transforman en busca de nuevos lenguajes modificando por completo su idiosincrasia. Sea como fuere, la materia prima es el elemento precursor que inspira nuevas posibilidades metafóricas dando origen a entes singulares y de reflexión.
Esta forma de revestir de significado elementos de apariencia pobre no es algo nuevo, sino que, transcendentales personajes del mundo del arte “abrieron la caja de pandora”, invitando a concebir el arte desde nuevas perspectivas. Así pues, hablar de nuevas visiones artísticas y no mencionar a Marcel Duchamp, sería obviar gran parte de la historia del arte.
Objetos creados para cumplir funciones alejadas de las del arte, desde las vanguardias, son ahora artículos proclives a convertirse en grandes obras artísticas. Desde principios del siglo XX de la mano del anteriormente mencionado Duchamp, quien persiguió la dignificación de estos objetos cotidianos, al igual que nuestro Antonio Pérez, planteaba cuestiones referidas a qué es arte y qué no. En ninguno de los casos, este polémico artista podría presagiar el legado que dejaría con las acciones que llevó a cabo durante su prolífica época artística.
Otro ejemplo de ello, fue la investigación surrealista llevada a cabo por Man Ray y su cámara fotográfica en busca de l’objet trouvè. Si bien, fue motivo de discusión, fotografiar objetos encontrados por azar como protesta a una tradición fotográfica pura y técnica, con la que se pensaba que todo había ya sido encuadrado bajo un objetivo. Esta visión vanguardista[1] de mostrar nuevos elementos del entorno tuvo
gran repercusión en otros ámbitos artísticos, como el cine, la pintura, etc. El abandono del tecnicismo fotográfico perdía importancia pasando a un segundo plano, dando paso al material por el material, donde este mismo, era en sí la propia obra artística.
Adaptados, modificados o ensamblados, los objetos vulgares adquieren un estatus que los eleva a pieza artística y que podemos encontrar en cualquiera de los mejores museos del planeta. El término Readymade surge en 1915, con el que se bautizó a estas nuevas prácticas artísticas y que hoy en día se ha visto fragmentado y sirve para apoyar de forma conceptual las técnicas que se exhiben en numerosas exposiciones, distorsionando el significado de todos y cada uno de los materiales utilizados en cada una de las piezas expuestas.
Asimismo, los dadaístas acogieron de forma inmediata esta disciplina, las técnicas utilizadas eran múltiples, como el ensamblado de objetos (assemblage), objetos clasificados (found objects), perturbados (perturbed), etc., muy valorados como lo fueron en su época por Andre Bretón que, en una ocasión, afirmó que se trataban de «objetos manufacturados elevados a la dignidad de obras de arte a través de la elección del artista».
Es por ello que, al girar cada esquina del casco histórico de Cuenca te espera una sorpresa diferente a la anterior, bien sea por su arquitectura, su paisaje, su gastronomía o su arte. Quizá este fue el motivo por el que la ciudad se convirtió en los años 50 en una pequeña París, acogiendo y albergando los maestros del arte abstracto español de la época, quienes hoy en día siguen siendo, junto a Antonio Pérez, grandes referentes en el mundo del arte actual.
[1] El concepto de Líquido es acuñado por el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman en su Libro La Modernidad líquida. Define el estado social actual, figura de cambio constante y de interinidad.
[2] Véase en: https://www.lifecuenca.es/reportajes/gente/antonio-perez-87-anos-regalando-arte-literatura-cercania-3532
[3] Véase en: https://www.latribunadecuenca.es/noticia/zf4d8114d-ff18-189d-e6b1c03c720d05b2/201601/antonio-perez-mi-mayor-coleccion-es-la-de-amigos
[4] Definiciones que ya ofreció La Vanguardia el 16/05/2018:
- Residuos generados por el ser humano y abandonados en la naturaleza.
- Conjuntos de elementos generados por el hombre que alteran el equilibrio de los ecosistemas.
3. Agente del cambio global que afecta a las especies y espacios naturales.
[5] Este procedimiento bautizado como Rayografía, resultó ser un singular objeto que escapaba a toda definición, en tanto que ejercicio sutilmente intelectual y perverso. Man Ray descubre la sombra del objeto encontrado y, la Rayografía pasa a ser, precisamente, ese objet trouvé del arte fotográfico, como objeto modificado, interpretado y adaptado, que descontextualiza la cotidianeidad del objeto que soporta. (Mar Marcos Molano, 2018, p. 41).
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