Hay circuitos que no se ven, tenemos el cuerpo lleno de ellos. Programas forjados por pequeñas decisiones, que, impulsadas por rápidas elipsis, acaban creando hábitos que se almacenan en nuestra memoria. Cables que entre ellos conectan revelando que lo han hecho millones de veces.
Sentimos impulsos que se encienden como luces a las que respondemos, muchas de ellas ni siquiera recordamos cuando fueron asignadas. A veces traen una historia de la que ni siquiera formamos parte, simplemente la adaptamos como nuestra. Cada luz lleva consigo un color, una emoción (a veces vivas, otras dormidas) que no siempre conseguimos identificar.
A medida que almacenamos circuitos, yuxtaponemos unos con otros, que con frecuencia se entremezclan dando lugar a error.
Un solo error puede destruir un organismo entero.
Miro hacia dentro y reviso mis cables puesto que llevan mucho tiempo ahí, descubriendo que hay algunos que me ahorcan. Lo siento en mi garganta cuando hablo y en palabras que callo. Entre fogonazos y cortocircuitos destapo un sentimiento que se repite, rabia. Rabia disfrazada de tristeza, de frustración ¿De dónde viene? ¿Qué la impulsa? Estamos doblegados a la programación que nos dan y quiero romper el código.
La ira es un recurso poco femenino a ojos de la sociedad, y ahora me visto de ella para acabar con el pretexto. Voy rompiendo fibras y tensiones, libero mis instintos más primarios para romper y chillar por todas las veces que respondió el silencio, hay códigos muertos, obsoletos que solo se pueden destruir. Siento rabia porque es mía, y quiero sentirla cuando corresponde.
Como este hay miles de sentimientos atrapados entre generaciones de alambre. Estoy en constante búsqueda para reparar daños escondidos, algunos se manifiestan en forma de sueños olvidados donde nuestro subconsciente saborea el error. Como un susurro soñoliento de verdad con un toque amargo.
Estos sentimientos atrapados pueden ser llamados circuitos, hábitos o traumas.
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Reconozco que la ira me parece un buen tratamiento para subsanar mucho de ellos, no digo de manera desorbitada y nociva, sino de forma en la que pueda expresarla sin enmascararla, porque el cuerpo no para de dar error cuando no se le escucha. Y un solo error puede destruir un organismo entero.