Clara es la primera novela de Lucía Mora, una prometedora escritora conquense que bien puede ser la persona más joven en publicar una obra de estas características. A sus dieciséis años, ha escrito, además, dos nouvelles y diversos relatos.
A continuación, Lucía nos presenta un fragmento extraído del primer capítulo de Clara, el cual anticipa al lector una maravillosa historia de fantasía y amor, donde los contornos de la realidad se difuminan en el escenario establecido por la eterna lucha entre el bien y mal.
Sinopsis de Clara: El día de su octavo cumpleaños, Clara recibe de su madre un regalo muy especial: un pequeño reloj con el grabado de una mariposa. Desde ese día, Clara lo llevará siempre consigo y casi desde el primer instante notará a su lado ciertas presencias que la harán sentirse un ser muy especial.
CLARA
LUCÍA MORA
(Fragmento del primer capítulo)
Tras acariciar el reloj, Clara se transportó a otra dimensión, al igual que ocurría siempre, pero en esta ocasión, distraída pensando en su hija y en el colgante, no había controlado a dónde quería ir. Apareció en un lugar completamente diferente a todos los que había visitado hasta entonces. Esa dimensión era escalofriante, muy apagada, sin apenas nada en ella. Ni hogares, ni fauna, ni ninguna especie de ser vivo. Era desértica y vacía, simplemente se observaba un suelo de ceniza, plantas secas y ruinas de lo que quizá pudo ser alguna antigua construcción. De pronto, en la lejanía, Clara apreció una sombra enorme, con escasa apariencia humana. Poseía unas interminables extremidades y un tronco muy flaco, pero ni siquiera tenía cabeza. Clara volvió a tocar su amuleto y, por primera vez, no se pudo transportar. Permaneció allí, quieta, petrificada, con esa sombra amenazante aproximándose cada vez más, hasta escuchar un ruido tremendo, algo así como la explosión de una bomba, o eso se figuró ella. Entonces, reapareció en su casa de nuevo.
Apresuradamente, tocó el colgante otra vez, pero ahora pensando en La Dimensión de las Flores. Debía hablar con Rosa a la mayor urgencia.
- ¡Rosa! —gritó varias veces sin parar, ya que Rosa no estaba en el lugar habitual de sus encuentros, aún no era la hora a la que solían verse todos los días—, ¡por favor, ven, aprisa, tengo que contarte algo de vital importancia!
- ¿Qué ocurre, Clara? —contestó una voz que no era la de su amiga, esta era más grave y potente, aunque también femenina.
- África —respondió Clara aliviada—. Gracias a Dios que encuentro a alguien, ha pasado algo grave y muy extraño que creo que nos incumbe a todos.
África era la hermana mayor de Rosa. Se parecía bastante a ella, solo que era más alta y con el cabello más largo y ondulado; y tenía unos ojos completamente diferentes a los de Rosa. A pesar de ser hermanas, sus personalidades eran muy distintas. África era mucho menos tímida que Rosa, bastante más atrevida. Además, era muy popular en su aldea, todos la conocían, al contrario que a su hermana, y estaba considerada como la mujer más bella y atractiva del lugar.
- ¿Me quieres decir qué pasa?
- Pues que hace un momento, he acariciado mi collar sin pensar a dónde iba y he aparecido en una dimensión terrorífica —explicó Clara, aún nerviosa por el suceso—, una en la que no había estado nunca; desértica, oscura y llena de ceniza. De repente, en el horizonte, apareció una criatura, muy alta, con un cuerpo extrañísimo y como mal definido; creo que no tenía ni cabeza.
- El mal —susurró África agachando la vista, claramente preocupada— el Oscuro. Ha llegado su hora —añadió. Clara no entendía nada—, ¿en qué estabas pensando cuando apareciste ahí?
- ¿De qué hablas? —preguntó muy extrañada—. No pensaba en nada.
- Sí, seguro que pensabas en algo. Anda, intenta recordar y dímelo.
- Bueno —suspiró Clara— supongo que pensaba en mi hija, en el collar… y tal vez en Alejandro.
- Lo sabía.
- ¿Pero eso qué tiene que ver?
Antes de que África pudiera responder, Clara se desplomó, desmayada.
Entretanto, Alejandro, en la Casa Real, sentado en un sillón de su gabinete, daba el último trago a una botella de coñac que ya se había tomado entera.
- ¿Su majestad? —llamaban a la puerta—, ¿está usted ahí?
Reconociendo la voz del hombre que hablaba, Alejandro abrió.
- ¿Qué quieres, Jorge?
- Nada, solo venía a ver si necesitaba algo.
- ¿Y qué iba a necesitar si ya lo tengo todo? —dijo en tono sarcástico, con voz de borracho—. En realidad —admitió con tristeza tras una pausa— no tengo nada.
- Creo que será mejor que lo deje solo. Descanse.
- No —protestó enérgicamente—. Haz el favor de traerme otra botella.
- ¿Otra? —resopló— ¿No cree que ya ha bebido suficiente?
- Tú no eres quién para decirme lo que tengo que hacer.
Sin intención alguna de traerle otra botella, Jorge salió del gabinete con discreción. Alejandro ni siquiera se percató de que se había ido. Cuando fue consciente de su ausencia se acercó a una ventana que había en un ángulo de la habitación. Colocó su mano en ella y recordó el que tal vez era el momento más duro de su vida. Había tenido lugar años atrás junto a ese mismo cristal. «Ojalá pudiera volver al principio y cambiarlo todo; todo lo que he hecho. No me reconozco. La persona que siempre fui, se ha ido. Ella me cambiaba, me hacía ser yo. Y ahora, ¿qué? Lo hago todo mal, no hago más que daño a todo el mundo. Organizo una guerra, con un buen propósito, sí, pero ¿y qué? Es tan falsa como todo lo que me rodea… Y ella… me pregunto qué habrá sido de ella. Lo era todo para mí, mi ambición mató lo único real que tenía. No quiero ni imaginar cuánto debe odiarme, después de lo que le hice. Fui un maldito cobarde. Aun viendo a través de este cristal cómo venía a buscarme, cómo imploraba mi atención, no me atreví a decirle ni una mísera palabra. Moriré sabiendo que perdí lo único que de verdad me importó alguna vez, sabiendo que me odia y que nunca más volveré a verla. ¿De qué me sirve el poder absoluto si realmente no tengo nada?»
Cuando se emborrachaba, y cada vez lo hacía con mayor frecuencia, en vez de olvidar, recordaba las cosas de las que no quería acordarse, y se lamentaba lastimeramente hundido por la culpa. En esos momentos, le daba igual la corona, no le importaba nada, solo deseaba que todo dejara de ser tan difícil, dar marcha atrás y volver al principio. Y cambiar tantas cosas…
Cuando Clara despertó, se encontraba en su dormitorio otra vez. No recordaba con claridad los últimos acontecimientos, solo que había estado hablando con África sobre aquella espantosa dimensión que aún le provocaba escalofríos. La cabeza le dolía demasiado, así que decidió echarse de nuevo en la cama y dejar de pensar en lo ocurrido. En ese instante, apareció en la habitación su pequeña María y se acurrucó junto a ella. Clara le acarició el rubio cabello mientras jugueteaba con él trenzándolo y destrenzándolo, al igual que hacía con el suyo propio cuando era más joven. La niña, abrazada a su madre, parecía atemorizada. La bomba que Clara había creído escuchar cuando volvía de la oscura dimensión, había sido real, solo que ella, mientras se transportaba de un lugar a otro, no la había percibido con nitidez. María se preguntaba quiénes podían ser tan crueles como para acabar con la vida de tantas personas de una forma tan repugnante y estúpida. Clara miraba a la niña pensando que los únicos causantes de esta guerra atroz eran el padre de la pequeña y ese hombre que quería usurpar su corona, y se preguntaba cómo aquella buena persona que ella había conocido y amado tanto podía haberse transformado en un ser tan horrible. Lo peor era que, además de la guerra en el mundo conocido, algo realmente espantoso debía estar ocurriendo en las otras dimensiones. No tenía ni la más remota idea de qué era, pero la criatura que había descubierto tenía que ser peligrosa, a la fuerza. Eso, al menos, era lo que por ahora creía.