Cuenca es una ciudad (y una provincia) para que sus paisajes, calles, costumbres y monumentos, puedan servir de magnífico plató para el rodaje de películas. Esta es una afirmación que, con palabras más o menos parecidas, hemos oído, leído o dicho en multitud de ocasiones. Incluso muchas veces, en la proyección de un film, al contemplar determinadas escenas, la imaginación se nos va y pensamos: ¿cómo hubiera quedado esa escena ambientada en tal o cual lugar de los muchísimos que en Cuenca podrían haber servido como escenario adecuado? Esta observación es pertinente porque la realidad es que a lo largo de los ciento y pico de años que van ya de actividad cinematográfica son pocas, realmente pocas, las películas rodadas en Cuenca, los que nos podría llevar a un territorio complicado, el de las comparaciones, pues es fácil que nos preguntemos por qué aquí es difícil lo que en otros lugares parece bastante sencillo. Ni siquiera pudo prosperar la creación de una Cuenca Film Commission, puesta en marcha a comienzos del siglo actual con el propósito de preparar unas estructuras encaminadas a facilitar rodajes de películas, que como cualquiera puede imaginar encierran mecanismos complejos, desde la localización de exteriores al alojamiento y desplazamiento de los equipos de rodaje, pasando por las facilidades económicas que la productora en cuestión pueda obtener de los organismos locales. El tema, como es natural, daría para mucho más que lo pretendido en este artículo, donde sólo se aspira a ofrecer un repaso rápido por algunos de los rodajes más notables llevados a cabo en nuestras tierras.
Hay dos grupos bien definidos: la capital, por un lado, y la provincia por otro. Y dentro de ésta unos puntos concretos que sobresalen ampliamente por encima de todos los demás: Uclés, Belmonte y la Ciudad Encantada, con su apéndice Los Callejones de Las Majadas y algunos espacios de La Mancha. Como el tema es suficientemente amplio, me dedicaré en este trabajo a señalar algunos títulos concretos ambientados en la capital, dejando para futuras ocasiones los que se refieren a distintos lugares de la provincia.
Hasta 1925 ya se habían filmado algunos cortometrajes de tipo documental, que entonces eran muy frecuentes y, en realidad, formaban el sostén de las proyecciones cinematográficas, pero pronto habían empezado a desarrollarse películas de ficción, a partir de un argumento determinado. Ese año se rodó en Cuenca el primero de los títulos que habría de iniciar el repertorio de películas ambientadas en la ciudad, La sobrina del cura que es, por otro lado, una de las más antiguas filmaciones españolas que se conservan casi íntegras. La dirigió Luis R. Alonso a partir de una obra teatral de Carlos Arniches, cuya concepción dramática sirvió de base para otras muchas filmaciones, porque la estructura interna de sus trabajos, muy cerca del folletín (telenovelas, diríamos hoy) se prestaban de manera muy propia a que pudieran pasar al cine sin mayores problemas. La película cuenta con esos elementos favorables: una pareja de jóvenes enamorados, un cacique malvado que acosa a la chica, la reacción del joven que mata al acosador y tiene que huir de la justicia, un sacerdote bondadoso y protector de los desvalidos, una niña que nace a destiempo… Como se puede adivinar, no falta nada para montar una historia tremebunda, dramática, cuyo final desconocemos porque falta en el metraje que ha llegado hasta nosotros. Toda la acción está ambientada en Cuenca, tanto en la capital como en la Ciudad Encantada, incluyendo amplios fragmentos en la finca de Casablanca, que ya no existe, sustituida por una barriada del mismo nombre, en las inmediaciones de la vía del ferrocarril.
No parece que durante la etapa del cine mudo se rodara ninguna otra película en Cuenca, al menos de alguna importancia. El paso siguiente se da ya cuando el sonoro está caminando (la primera proyección pública tuvo lugar en 1927) y también cuando ha pasado el drama de la guerra civil. Sólo muy pocos años después, en 1944, se produce el que podemos calificar como de primer auténtico rodaje de una película, El clavo, dirigida por Rafael Gil a partir de un relato de Pedro Antonio de Alarcón (otro folletín) e interpretada por el galán de moda, Rafael Durán, y una jovencísima Amparo Rivelles que entonces empezaba ya a situarse en los primeros escalones de la fama en aquella incipiente cinematografía nacional. El argumento tiene una cierta dosis de intriga, en torno a una misteriosa mujer que desaparece tras haber enamorado a un juez que, como es natural, emprende la investigación para averiguar lo que pudiera haberle sucedido a aquella mujer. El rodaje duró cuatro meses, largo periodo que, como se puede imaginar fácilmente, supuso un auténtico impacto en la sociedad conquense, aunque buena parte de ese tiempo se invirtió en interiores elaborados en los estudios de Madrid. Pero hay muchas imágenes fácilmente identificables de la ciudad conquense aunque en otras las calles o los paisajes quedan difuminados porque la cámara presta más atención a los protagonistas que al ambiente.
Situación completamente diferente a lo que sucedió doce años más tarde (1956), cuando Juan Antonio Bardem inicia el rodaje de la que puede ser considerada la gran y más auténtica película rodada en la ciudad de Cuenca, Calle Mayor, que además, aparte de su contenido estrictamente cinematográfico, como corresponde a un argumento de ficción, viene a ofrecer una visión paradigmática de lo que significa el término ”ciudad provinciana”, como ambiente cerrado, sin ambiciones ni perspectivas, donde pulula un grupo de señoritos desocupados que entretiene su tiempo de ocio burlándose de una solitaria mujer mediante la cruel invención de un amor inexistente. Teniendo como punto de partida argumental una obra de Carlos Arniches, La señorita de Trevélez, de la que los guionistas eliminaron los elementos cómicos para dejarla dura y austera, Calle Mayor es una película profundamente real, propia de la España triste de aquellos años y con una carga de amargura que aún hoy sigue produciendo conmoción en el alma. El personaje que interpreta Betsy Blair se ha incorporado al imaginario colectivo por su fuerza interior y la delicadeza expresiva que la actriz americana supo incorporar. A su lado, José Suárez es el señorito gandul, despreocupado, insensible, al que finalmente no quedará más recurso que huir, avergonzado de su fechoría. Pero a los efectos que aquí se está diciendo, lo que importa sobre todo es la ciudad, Cuenca, hasta entonces nunca fotografiada así, aunque no eran sus calles las únicas que sirven de soporte, ya que se combinan con otras de Palencia y Logroño para dar forma a la imagen de ciudad provinciana que Bardem había imaginado. La fotografía, conviene decirlo, es de un operador alemán, Michel Kelber, un auténtico maestro en el arte de conseguir la expresividad que corresponde a un film en blanco y negro.
Todo lo contrario sucede en el episodio siguiente de este repertorio que estamos recorriendo, porque El Príncipe encadenado (1960) está rodada en brillante Eastmancolor y ambientada de forma muy acusada en la Ciudad Encantada. La dirigió uno de los directores más famosos (y prolíficos) de aquellos años, Luis Lucia, estaba basada en el drama La vida es sueño, de Calderón de la Barca e interpretada por un actor de considerable prestigio, Javier Escrivá, al que acompañaban en el reparto Marí Mahor y Luis Prendes. El argumento es bien conocido: Segismundo, príncipe polaco, está prisionero por decisión de su padre, temeroso de los vaticinios que le han pronosticado los oráculos. En realidad, la obra es una apología sobre la libertad y la capacidad personal de cada uno para tomar decisiones. Para dar forma a esa temática, el paisaje a la vez rocoso y alucinante de la Ciudad Encantada se prestó de manera verdaderamente maravillosa. Diré de paso que el estreno de la película, en el cine Alegría, a finales de ese año, fue un auténtico acontecimiento social para “el todo Cuenca”.
Estos son algunos de los títulos más significativos rodados en Cuenca hasta mediados del siglo XX, una pequeña relación que se completará con otros más recientes, ambientados sobre todo en la provincia, porque la realidad es que la capital no ha dado mucho juego. Pero ahí están El Cid (Anthony Mann, 1961) que dio un considerable protagonismo al castillo de Belmonte; Los tres mosqueteros (Richard Lester, 1973) o Alatriste (Agustín Díaz Yanes, 2006) que encontraron espectacular cobijo en Uclés o El mundo nunca es suficiente (Michael Apted, 1999) que nos trajo a James Bond hasta los Callejones de Las Majadas, sin olvidar a Pedro Almodóvar que vino a Casas de Benítez y Sisante para rodar algunas escenas de Volver (2006), Pero esas son otras historias y las contaremos en un próximo número.