Una obviedad: Luis García-Berlanga ha sido uno de los directores más importantes del cine español. Otra obviedad: no solo ha sido eso, sino también una personalidad arrolladora, un carácter multicultural e inquieto, que desarrolló a lo largo de toda su vida en un variado repertorio de iniciativas, que incluyen en primer lugar, desde luego, el cine y la literatura, pero también otros variados aspectos. Por otro lado, a diferencia de otros muchos creadores que mantienen una actitud personal discreta, sin alharacas, Berlanga fue un protagonista mediático de primer orden, por sus actitudes personales, por sus posiciones e ideas, por su capacidad comunicativa. Por ello pudo transitar por esta vida recibiendo atención constante, a lo que él contribuyó alegremente, sabedor de que todo lo que hacía o decía iba a tener un eco inmediato. Su función como presidente de la Academia del Cine, su dedicación estruendosa a la literatura erótica y a cuanto tiene que ver con el erotismo como saludable actitud humana, su labor promotora de la valenciana Ciudad del Cine que nunca llegó a desarrollarse y otras muchas cosas parecidas hacen de Luis García-Berlanga un sujeto verdaderamente admirable y digno de atención. A los numerosos estudios personales y biografías que ya se han escrito sobre él hay que añadir ahora otros muchos textos más, al hilo de la celebración del primer centenario de tan extraordinario personaje.
Luis García-Berlanga nació en Valencia el 12 de junio de 1921 y murió en Madrid el 13 de noviembre de 2010, muy en contra de su voluntad, porque fiel a su forma de ser había repetido de manera constante que eso de morirse es una cabronada, actitud muy diferente a la de otros muchos ilustres que suelen mostrar una actitud de estoico asentimiento al hecho inevitable de tener que dejar de vivir. A pesar de su irritación por tener que adaptarse a esta ley de vida, a García-Berlanga le llegó la muerte, como a todos y con ese acto final puso término a una dilatada presencia en este mundo, en la que no falta un episodio que lo vincula con Cuenca, quizá no tan importante y profundo como él mismo hubiera querido, pero que tiene su interés.
La familia es originaria de Utiel, un pueblo situado en las proximidades de la actual provincia de Cuenca, tan cercano que incluso formó parte de nuestra provincia, desde la Edad Media, cuando todo el territorio inmediato (la comarca de Requena) fue conquistado por los reyes de Castilla e incorporado precisamente a Cuenca de la que formó parte hasta que un día desdichado de 1851 se produjo la forzosa y forzada segregación de esa comarca para incorporarla a Valencia, donde es conocida como La Valencia castellana, que tiene entre otras cosas la peculiaridad de que sus habitantes mantienen contra viento y marea el uso del castellano como lengua vehicular, a pesar de la feroz presión que se recibe por parte de la Generalitat para imponer el valenciano.
Curiosamente, esa fue una separación administrativa, solo en lo civil, porque Requena y los pueblos de su comarca siguieron adscritos a Cuenca en lo militar y en lo religioso; aquí eran alistados los mozos al llegar a la edad de entrar en el ejército y a la diócesis y su obispo pertenecían las parroquias y los curas. Todo ello permaneció así hasta la segunda mitad del siglo XX en que se produjo la separación definitiva.
Pero los García-Berlanga permanecieron vinculados a Cuenca hasta casi ahora mismo, incluido el director de cine. El padre y el abuelo habían sido políticos de cierta importancia, siempre de adscripción liberal y, cuando llegó la hora, republicanos de convicción. La familia tuvo tierras en la provincia de Cuenca, varias fincas forestales en la margen de acá del río Cabriel, en las tierras de Contreras, en el término de Minglanilla. Los dos hijos mayores, Fidel y Luis, tantearon diversos negocios; el más próspero y duradero fue el que emprendió Fidel, al adquirir y transformar la histórica venta de Contreras, que sigue siendo un lugar auténticamente privilegiado, un paraíso de la naturaleza para disfrute de senderistas, ecologistas, escaladores, y todas las demás especialidades vinculadas a la naturaleza. Luego compró la Posada de San José, en Cuenca, y la convirtió en el delicioso alojamiento que sigue siendo. En cuanto al director de cine, montó en esos mismos parajes una piscifactoría junto con otro socio, pero no le fue bien. Los negocios no eran un terreno adecuado para las inquietudes de Luis García-Berlanga.
Lo suyo era el cine. Y ahí es donde pudo haber estado la más clara relación con Cuenca, si la suerte nos hubiera acompañado, a él y a la ciudad, pero no hubo ocasión para que se produjera ese acercamiento, aunque se intentó. Lo que sí sabemos es que la conocía perfectamente. Por negocios y por afición, Luis García-Berlanga venía a Cuenca con cierta frecuencia, de niño acompañando a su padre que tenía cuestiones que resolver en diferentes órganos administrativo y luego por propia voluntad. Hay una foto que de vez en cuando circula por las redes en que se le ve junto a Buñuel y Carlos Saura formando un trío excepcional en el jardín de la casa del otro Saura, Antonio, en la calle de San Pedro. También son repetidas las referencias a su presencia en la Posada de San José.
Se ha contado varias veces que el guion de Plácido (1961) fue pensado inicialmente para su rodaje en Cuenca y desde luego la temática y el tipo de personas que transitan por la obra se ajustan perfectamente al carácter y cualidades ambientales y sociales de la ciudad, pero la productora, catalana, Jet Films, impuso la condición de que debería ser rodada en aquel territorio y así fue Manresa la localización elegida. Con lo que se evaporó esa posibilidad, lo mismo que ocurrió con otro proyecto, titulado Conejo de Indias, que el director pensó ambientar en Cuenca pero que nunca pasó del papel al celuloide. La única pista que existe sobre él aparece en una publicación de contenido monográfico existente por entonces en España titulada Temas de Cine, cuyo número doble 27-28 titulado Las películas que no ha hecho Berlanga recoge este curioso documento que voy a resumir aquí con la brevedad necesaria.
En el arranque figura un hombre, Carlos, al que ponen en libertad después de cumplir condena y que se encuentra en la calle, con pocas posibilidades de sobrevivir cómodamente. En su desventura, coge una infección que provoca el interés de los médicos porque parece que sufre un mal raro. Las autoridades lo aíslan por completo y deciden someterlo a investigaciones que concluyen con un proyecto asombroso: lo van a utilizar para que sea protagonista de un experimento importante: quieren que sea el primer hombre uranioradioactivizado y para ello lo van a lanzar en un lugar deshabitado en el que posteriormente debe caer un cohete contaminado. Se trata de estudiar los efectos que este artefacto producirá en el único ser humano que los va a recibir. Pero la trayectoria se desvía y el pobre Carlos aterriza en la Plaza Mayor de Cuenca en el justo momento en que está ofreciendo un concierto la Banda Municipal.
En Cuenca, al enterarse de la noticia de que viene de camino un cohete descontrolado y contaminado, una oleada de pánico invade a la población. Todo el mundo corre por las calles y quiere huir sobre lo primero que encuentre y tenga ruedas, carretillas, cochecitos de niño, coches mortuorios. Se inicia así un éxodo desenfrenado y desorganizado.
Al quedarse solo, nuestro hombre siente la curiosidad natural de conocer aquello que le rodea y que para él ha sido siempre tan lejano y desconocido. Recorre las calles, penetra en los interiores, se extasía ante las rejas, farolas, tabernas, balconadas típicas, etc. Y cuando ya empieza a sentir soledad ve aparecer por el extremo de una calle una sorprendente comitiva. Se trata de un carro, al son de un tambor y una corneta: una compañía de cómicos ambulantes entra en Cuenca, creyendo que ésta es todavía una ciudad habitada.
Aquella noche los artistas y Carlos viven felices recorriendo las tabernas, cenando en el mejor restaurante y representando obras en el teatro Principal. Y Carlos pasa una maravillosa noche de amor con Elena, una muchacha de la troupe. Por la mañana abandonan la ciudad; se despiden con lágrimas en ojos de Carlos, quien se queda solo en la despoblada Cuenca, esperando la llegada del cohete mortal.
Todo ello tiene un delicioso tono berlanguiano, una comedia coral en la que coexisten variados personajes, sin que falte el delicado tono erótico, tan del gusto del director, como también se puede recrear su amor por los personajes frustrados, en esa troupe teatral sin esperanzas de éxito que encuentran una mínima posibilidad de ser felices al menos por una noche.
No pudo ser. Ni Plácido ni Conejo de Indias. Dos películas que Berlanga pudo haber rodado y ambientado en Cuenca. La primera se fue a otro sitio por motivos económicos. La segunda se quedó en el cajón de los proyectos. Una pena porque hubieran sido dos excelentes oportunidades de vincular Cuenca al cine. A través de un gran director que ahora estaría cumpliendo cien años.