El caserón ocupaba una manzana casi entera del antiguo barrio judío, entre dos estrechas callejuelas por las que apenas entraba el sol de mediodía. En su interior se abría un gran patio de mármol muy luminoso, al que asomaban amplias galerías que comunicaban con las distintas habitaciones del área principal de la casa.
De la antigua casa ducal salía un pasillo abovedado y sombrío a los lavaderos y a la antigua área de servicio. Y allí un patinillo al que daban las ventanas de los cuartos del servicio. En el centro un pozo, en un lateral un gran pilón que recogía el agua de lluvia.
La casa se había sumido en el abandono tras pasar de la tranquila casa ducal a la bulliciosa casa de vecinos. El patio estaba cubierto en toda su superficie de una gruesa capa de moho y verdín parduzcos por la usencia de luz. Los únicos pobladores del patinillo eran una colonia de babosas, que en su deambular lo habían cubierto de una red plateada que resplandecía por las noches.
Una de las babosas recorría el patio contando la historia de un pasado en el que el patinillo, poblado de luz, tenía vida. De seres humanos que iban y venían en un continuo quehacer. De gatos y perros que bebían en el pilón y dormitaban en el suelo después de correr y pelearse. Los seres humanos fueron desapareciendo y con ellos los perros. Los gatos permanecieron un tiempo, se fueron ausentando por temporadas y ya no volvieron. Y el sol se fue poco a poco.
Algunas babosas se habían aventurado por el largo pasillo al fondo del cual se observaba un tenue resplandor. Era tan hermoso lo que habían encontrado que ninguna regresó. En uno de esos momentos en los que relataba su historia, un temblor, seguido del estruendo de la caída de cascotes invadió el patio. Una gran nube de tierra oculto por completo la luz. Cuando el polvo se depositó y ceso el ruido, la babosa salió del hueco en el que se había escondido. Una parte de la edificación se había hundido por completo. La luz entraba a raudales por el lateral del patio que estaba frente al pilón. La babosa quedó paralizada contemplando la belleza de los escombros iluminados por el sol y la fina lluvia del polvo dorado que flotaba en el aire. El sol la fue secando hasta que la hizo desaparecer.