Ataraxia: Un sugestivo relato autoficcional por entregas escrito por la joven autora Carmen Huélamo.
Ataraxia
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-¿Desde aquí me ves cuando vuelvo? – Comienza a hablar animadamente.
-Sí, hoy venías con… ¿Cómo se llamaba? ¿Diana? – Sé que es Dana, no lo digo.
-Es Dana. – Contesta molesto.
-Lo que sea.
-He visto a su hermano. Ha venido a recogerla. Me ha preguntado por ti.
-¿A sí? – No entiendo en qué momento he aparecido yo en su conversación. O a lo mejor sí lo entiendo.
-Dice que cómo estás, que ya no te ve. – Mantuve silencio. Empezaba a sentirle. Ahí, en las yemas de los dedos, ese hormigueo. Miro al frente, a las siluetas de los edificios, como si allí me pudiera refugiar. – ¿Cómo estás? – Sus palabras se acumulan.
-Ándate en tus cosas y deja de pronunciar una pregunta por cada frase. Olvídate de hablar con ese chico, no es de tu incumbencia.
-¿Qué significa eso?
-Nada
-Pero entonces… ¿Tampoco puedo hablar con Dana?
-No. Bueno, no sé. Haz lo que quieras.
-¿Por qué no?
-Qué impertinente eres en serio
-¿Intermitente?
-No pequeñajo no, eso es lo del coche. Impertinente, con “m”.
-Yo no soy eso.
-Lo estas siendo ahora mismo – De reojo veo su típico gesto. Ese que siempre hace, llevando la mirada hacia arriba, como buscando inspiración para plasmar sus infantiles pensamientos en palabras. Pero, esta vez, se va.
Ataraxia
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Supongo que no es la oscuridad lo que me da miedo. Ni la luna que, discretamente, se cuela entre la niebla rasgada. Supongo que tampoco es el hecho de imaginar que dentro del armario se esconden criaturas espantosas. ¿Qué se podría esconder ahí, si todo lo que me asusta se encuentra dentro de mí? No me gustan las noches. Sencillamente, se me hace imposible esquivarme. O mejor dicho, esquivar esa diminuta región latente de mi interior. Que permanece callada, atenta, expectante, arrogante.
Durante las horas de luz, consigo mantenerme despierta en un ir y venir externo que de alguna forma, programa mi cabeza como si de una máquina se tratara. Pero, ¿qué pasa cuando nadie le impone a un autómata un patrón? Cuando, en el blanco del espacio, se desplaza entre puntos indefinidos, y divaga en una libertad fingida, porque tiene consciencia. Tengo consciencia. Esa vocecita, arrolladora, dulce, que nos encadena.
Cada noche. Intento retener cualquier imagen en mis párpados cerrados. Cualquiera, pero ninguna es suficiente. Cuando mi pulso entra en regresión, y ya apenas puedo sentir la dinámica de mis pulmones, que respiran cantidades casi inexistentes de oxígeno. Cuando me decido entre mi habitación y la nueva realidad onírica, cuando mis músculos se relajan, y ya sólo queda una chica sin armadura. Entra Bu. Lo siento allí, subiendo por mi columna, recorriendo el trayecto. Lo siento como las olas de un mar de tormenta que inundan mis arterias. Lo siento cuando consigue penetrar en cada uno de mis cinco sentidos. Y los conjura, les hace algún tipo de hechizo de magia negra, para que se transporten en el tiempo. Para que me lleven allí, otra vez.
Las primeras veces me resistía, le combatía. Me enorgullecía ver cómo en mi insomnio podía vencerle. Difícil anhelo, ya que siempre acababa por redimirme ante la atenta mirada del cansancio y Bu volvía con su típica parsimonia, imperturbable, en un estado total de ataraxia. Creo que sólo permanecía unos minutos a mi lado, tampoco era capaz de reconocer el límite entre aquel recuerdo y el sueño en sí. Normalmente ambos se mezclaban, y rara vez, venía ella a sacarme de allí.
Ataraxia
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-¿Por qué siempre estás aquí?
-Eso mismo me pregunto yo, que por qué fue mamá a vivir aquí y no en un pueblecito con casas blancas de la costa griega. –Contesto acentuando cada palabra, intentando hacer más creíble mi dramatización.
– Que no, que me refiero aquí. – Su dedo índice señala el suelo, y como agotado continúa – En el balcón.
-Me gusta el aire.
-También hay aire dentro de casa.
-Pues vamos a llamarlo viento.
-Pero con eso te resfrías.
-Entonces llámalo pequeñas ráfagas de partículas de oxígeno y otros gases de la atmósfera terrestre – Es que en serio que es un vicio esto de chicharle.
-Eso es mentira.
-¿Es mentira que el aire tiene oxígeno? Vaya, he escuchado hablar de los terraplanistas, pero nunca de los sinoxigenistas.
-Que no, que no digo eso. Es mentira que estás aquí por el viento. –Me resigno, no se va a ir hasta que le dé una respuesta coherente que entre dentro de sus simples esquemas mentales.
-¿A ti te gusta leer?
-No. A veces. Depende del libro. Aunque si es Geronimo Stilton… El de los viajes a los reinos de fantasía. Ese sí me gusta
-Pues eso estoy haciendo.
-¿Y el libro?
-Se puede leer sin libro.
-¿Cómo?
-Mira, la gente que pasa son los personajes. El lugar es esta calle. El tiempo es ahora mismo, como mucho un pasado transcurrido hace cinco minutos. Las palabras son sus miradas y sus gestos. – Sus labios apretados denotan el corto circuito que acabo de provocar en su sencilla mente. – Atento a esa señora de allí, está a punto de ser abuela. Y uy, está un poco disgustada. Al crío no le van a poner el nombre de su difunto marido, Pancracio. No, la nuera prefiere un nombre más actual. Como el tuyo, Hugo.
-¿Pancracio? Ese nombre no existe . – Sonríe. Sonrío. – Pero… ¿No es más fácil leer directamente de un libro?
-La gracia de esto es que puedes contar la historia que quieras. Las palabras suponen límites. Aquí, simplemente, imaginas.
-¿Ves? Tenía razón, no era verdad lo del viento. –Reclama orgulloso.
-No te equivoques. El viento es el protagonista del cuento. ¿Quién se llevaría si no todo mi caos?
-¿Todo tu qué? – Contesta confundido, aun meditando mis palabras.
– ¿No tienes nada mejor que hacer? – Simplemente, baja su mirada hacia el suelo. Se va.