Aplausos para Shakespeare y para Federico Muelas en el Auditorio

Aplausos para Shakespeare y para Federico Muelas en el Auditorio

El sábado, el Teatro Auditorio de Cuenca vibró dos veces, una lo hizo por los actores que representaron la obra Tito Andrónico, y otra, por Federico Muelas.

Las obras de los clásicos siempre resultan actuales, por eso son clásicos, pero el momento de representación de esta tragedia, de las menos representadas de William Shakespeare, fue de lo más oportuno. La violencia engendra más violencia, una guerra llama a otra guerra, los hijos cogen el testigo del padre para prolongar esa cadena de asesinatos y muertes en los que la mujer es la mayor víctima. Lavinia, la hija Tito Andrónico, violada y mutilada por los hijos del enemigo de su padre, enseña sus muñones en el escenario, y su lengua cortada, le impide señalar quién ha cometido el crimen. El mito griego de Filomela, a la que también violaron y cortaron la lengua para que no hablase, aparece como la clave para desenmascarar a los perpetradores de tales violencias: son los hijos del poder, a los que su madre ha presentado disfrazados con máscaras que llama Asesinato y Violación.

Esos hijos encarnan lo que sus máscaras dicen: violación y asesinatos. Los disparos de las armas, con las que asesinan impunemente, retumban en la sala y traen a la memoria del espectador, los que oye constantemente estos días en las pantallas de su televisor. El anacronismo es poderoso, actualiza la tragedia de Shakespeare al traernos el recuerdo de los que está ocurriendo en Ucrania.

Hay un intermedio en la obra y algunos espectadores abandonan la sala. Llevamos más de una hora de representación y todavía queda otra más de crímenes. La sangre se ve en el escenario, también las mutilaciones y el dolor de las víctimas. En la Roma imperial, la mentira triunfa en política como ocurre en la actualidad, triunfa el que más engaña, los que están arriba se alían con el que fuera antes su enemigo para mantenerse en el poder y se sigue mintiendo.

Lavinia y Basiano, los que se mueven por amor y hablan de justicia, son las víctimas de esta tragedia clásica. Al final, víctimas y verdugos, buenos y malos, todos mueren, ¿no es este el final de una guerra?

Llega el fin de la representación y el público se levanta de sus asientos, tras dos horas y media, y aplaude a los actores. Uno de ellos, el que ha representado el papel del más malvado, el moro traidor que muere sin arrepentirse de ninguno de sus crímenes, se adelanta al resto para dirigirse a los espectadores y confiarles el drama que acaba de vivir él: su madre, Mercedes Muelas, la hija de Federico Muelas, hace dos días que ha muerto. No necesita explicar quién era, emotivos aplausos interrumpen sus palabras, otro actor lo abraza y desaparecen del escenario.

Los espectadores nos vamos en silencio, con el recuerdo del dolor que hemos vivido en la escena, el del actor que tiene que seguir actuando, sin descanso, sean sus circunstancias personales las que sean, y el de Federico Muelas tan cercano todavía a los conquenses que solo la evocación de su nombre ha provocado una emoción más, después de tantas como nos ha ofrecido la Compañía Teatro del Noctámbulo, en esta adaptación de la obra de Shakespeare, realizada por Nando López y dirigida por Antonio C. Guijosa.

Deja una respuesta