“Porque el que puede actuar, actúa. Y el que no puede y sufre profundamente por no poder actuar, ése escribe”. W. Faulkner.
Tengo cosas que contar, algunas ideas, pero no sé qué quiero contar. A veces tienes cosas que no sabes que tienes. En tal caso hay que inventar, si acaso eso fuera posible, una manera, buscar un modo, como suele decirse, para poder dar salida a todas esas cosas que tienes pero que no sabes que tienes, lo que hace que todo sea mucho más difícil. Ya sé que esta concreción es inasumible, pero confío en hacerme entender pronto.
Es fundamental, cuestión de vida o muerte, dar salida a todas esas cosas, a toda esa mierda, si no quieres que luego se convierta en un cáncer, o con suerte, en un pequeño tumor benigno. Estas cosas suceden. Si te lo quedas dentro, si todo aquello que tienes que contar pero no sabes que puedes contar, o no sabes que quieres contar, se queda dentro de ti, dentro, profundamente, de modo que más tarde, cuando quieras ponerte a contarlo, ya no lo puedas encontrar, si se queda ahí, muy adentro, entonces es posible que se convierta en un cáncer, o en una bola de ansiedad, en el mejor de los casos en una leve cefalea, con suerte. Cáncer de páncreas abominable. Esa es la verdadera amenaza.
Estas cosas pasan; están a la orden del día. Es una especie de plaga. Uno no es consciente de ello. De que estas cosas suceden y de que se trata de un fenómeno habitual y corriente que nos rodea silenciosamente, como una niebla. Es una de esas extrañas cosas que está pero no sabes que está. Como las cosas que quiero contar pero que no sé que quiero contar. Una presencia vacía. Por ahondar en la contradicción: una presencia ausente. Tal es la contundencia de la amenaza.
Sé que soy demasiado joven para preocuparme por un adenocarcinoma pancreático. Lo sé. Lo sé y no sufro, pero algo me molesta. Porque sí que soy suficientemente viejo —soy la viva imagen de la decrepitud— como para saber que este tipo de cosas (el cáncer) acaban por llegar. Como tantas otras malditas cosas que acaban por llegar, no se sabe muy bien de dónde, ni se sabe con seguridad cuándo, ni si llegarán, pero que como un guantazo inesperado que asola una mejilla, te dejan bien callado durante un rato largo.
Tengo cosas que contar, pero no sé cuáles son esas cosas. Tengo, diría más bien, cosas para contar. Digo cosas. Hasta ese punto me son inaccesibles y opacas. También tengo la sensación de que todo esto no es más que una excusa para no contar nada realmente. Una sensación reptante que se va apoderando de mí mientras divago. Pero, por otro lado, poco a poco, tal y como se ha ido desarrollando esta idea, me doy cuenta de que contar se cuenta contando, y de que de alguna manera, una manera barata, no me engaño con esto, ya he contado algo. Digo algo. Así veo esto.