Aquí, al cabo de esta isla,
como una gavia varada sobre el agua
me queda amor de ti, sobras salinas,
regajos tibios de ganas de tus brazos.
Qué altos estratos, qué cirros como estelas
anuncian aquí, donde te quise, las tormentas.
Qué solitud de ti embrea el viento,
va hacia la casa feraz, al huerto de pompías.
A relamer tu amor regreso, como un loco,
a recorrer de día los bajíos;
a recordar nadando tu cuerpo de lunares,
entre cuadernas de navíos púnicos,
igual que un aguamar burlando las astillas
de madera de Quíos que orilló los cabos.
Aún bajas, desnuda y temeraria, a las oscuras
barrigas de los pecios, alfiz de dormilagas,
y traes, como una niña sabia, entre tus manos
esponjas, corales, denarios de las Cícladas.
Como una boga huyes, serpenteas;
te alcanzo apenas, la sombra teselada
de ti, de todos tus lugares,
del tan amado sitio en que me encierras.
Jadeo para asirte y te haces bruma,
y salgo al mar, mi herrumbre de salitre,
mi piel como una escama de años rotos.
Te busco hacia la arena, el huerto de pompías.
Me abrasa el rechizar de sed de no tenerte
y varo ya otra vez, calada jábega,
nauta somero que aprende a no decir
que fuiste quimera, malvasía y cieno.